Usted está aquí: miércoles 13 de septiembre de 2006 Política Paralelas inconexas

Luis Linares Zapata

Paralelas inconexas

El esfuerzo por dar forma a la convención nacional democrática corre en paralelo con una inercia institucional, pesada, densa, aunque cargada de firmes reclamos. Por ahora, cuando por inevitable necesidad ambas, rebeldía y oficialidad, se ven, surgen desde el fondo de ellas inmediatos rechazos. Los puntos de conexión entre ambos fenómenos no existen, o son ignorados con recelo.

La declaratoria de presidente electo que hizo el tribunal electoral, devenido tribunalito ante el alud de críticas certeras a su actuación, no logra encauzar, con la tersura debida, el duro efecto de su institucionalidad. La coalición Por el Bien de Todos, por propia parte y mérito, va, entre las dudas y los tropiezos inherentes al complicado propósito que se ha impuesto, señalando el rumbo por el que habrá de transitar hacia ese movimiento transformador y de protesta vislumbrado.

Felipe Calderón no atina a coagular las acciones y plantear el discurso propio de un dirigente que pretende ser de todos los mexicanos. Sus actos públicos son atropellados por los perredistas y sus palabras ofenden por sus rudas, maniqueas alusiones para con aquellos que no votaron por él, casi una mayoría calificada (65 por ciento). Tender la mano, llamar a la conciliación y asestarle a los que perdieron (priístas, perredistas y demás acompañantes) el pasado como distintivo realce de sus modos de hacer y pensar. O encajarles el mote de violentos, porque los panistas se dicen a sí mismos pacíficos, es actuar como febril agente provocador.

La coalición Por el Bien de Todos busca, mientras tanto, y de manera por demás imaginativa y afanosa, darse una carta de ruta, un programa de acción que solidifique el deseo de muchos miles, millones, por recobrar la oportunidad que otros pocos trampearon. Quiere emprender la aventura de rencauzar sus instituciones extraviadas. Precisamente aquellas que rigen y deberían posibilitar la convivencia democrática. Pero no sólo esas, sino algunas adicionales que ya no responden al objetivo para el que fueron hechas: el bienestar de la gente. La coalición ha decidido emprender, como imperativo moral, la limpieza del ámbito público, corrupto y manoseado por los intereses de los pocos privilegiados.

El trayecto será sin duda largo, azaroso, pero la recompensa entrevista lo vale. En ese camino avanzan, no sin las dificultades inherentes, los futuros convencionistas. Sus rivales no cejarán tampoco en levantar obstáculos visibles, algunos hasta vistosos, hacerles el vacío informativo y comunicacional. Apuntar múltiples, sonoras incoherencias, muchas falsas y otras reales, será la consigna. El denuesto de los planteamientos y de las directrices que se diseñarán será la constante. Se recargarán en la falta de institucionalidad del movimiento para conducir sus asuntos, para recoger las demandas populares, para plantearlas ante la autoridad competente. La búsqueda de contradicciones seguirá a cada paso dado y el liderazgo mesiánico, caciquil, será el motejo que acompañará al dirigente escogido. Todo eso ya sucede. Nada se inventa aquí de manera gratuita. Se afirmará, de manera tajante, impositiva y de arrogante corte académico que los convencionistas quieren volver al pasado, que intentan reditar el trasnochado nacionalismo de épocas ya superadas para justificar sus llamados a la unidad que todo lo perdona, que todo lo subsume. Los contrastes se harán frente a aquellos que se ciñen al estado de derecho y que respetan las normas establecidas sin que puedan, por más que tratan, disimular la ramplona mojigatería aderezada con enormes complicidades que llevan en sus repletos bolsillos. Saldrán a relucir las incitaciones gratuitas a la violencia, a la anarquía de la que son adherentes irredentos, de plegarse a los mandatos inapelables del guía iluminado, el secuestrador de las conciencias y las voluntades del populacho. Nada de lo que pueda usarse dejará de ser utilizado por aquellos que se sentirán amenazados por la voluntad organizada de los que siempre han perdido.

La resistencia popular es la oportunidad, por no decir la única, que se tiene para protegerse contra las ambiciones sin fondo de los poderosos que trampearon la débil normalidad democrática. De esos que evitaron, a costa de poner en riesgo la tranquilidad y la paz colectiva, que triunfara la opción de izquierda reivindicadora. Se aseguraron, por todos los medios disponibles, incluyendo, claro está, los ilegales, de que no llegara a la Presidencia el indeseado para esos pocos. No hay en los balances del poder establecido de la República los controles requeridos para estropear los muchos planes de saqueo que se vienen frotando entre avarientas y desmesuradas manos los contratistas de la riqueza colectiva. Sólo la resistencia pacífica, diversificada, regional, interrelacionada con el Congreso, con presidencias municipales y gubernaturas, podrá soportar el peso destructor de una institucionalidad deformada y al servicio de aquellos que las vienen usufructuando a capricho.

 
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