Usted está aquí: jueves 14 de septiembre de 2006 Opinión Susana y los jóvenes

Olga Harmony

Susana y los jóvenes

En esta primera comedia de Jorge Ibargüengoitia -estrenada en 1954 en el desaparecido teatro Ródano bajo la dirección de Luis G. Basurto- se advierten ya muchos de los rasgos por los que no fue entendido en su época, lo que lo llevó al cabo por desentenderse del teatro, porque bajo la superficie de una banal comedieta de amores juveniles se manifiesta una ácida crítica de la familia convencional de ese momento y se muestra a un par de personajes, sobre todo Susana, con un inmenso deseo de liberarse de las costumbres que limitaban en todo a los jóvenes. Susana, en su momento, resultó un personaje subversivo, ya que en su enamoramiento de Tacubaya y su renuncia final, obtuvo la satisfacción vicaria de que el muchacho pudiera lograr lo que ella, como hija de familia y virgen condenada al matrimonio o al celibato no podía hacer. Susana es un triste personaje víctima de su circunstancia. En la actualidad, una muchacha de veintitrés años se uniría sin vacilar y sin matrimonio de por medio con el arrogante joven de quien estuviera enamorada, aunque las consecuencias posibles resultaran desastrosas. Tacubaya en este caso representa la ruptura de todos los moldes que una familia ejemplar pudiera desear como miembro, aunque de alguna manera su ausencia de compromiso con el amor y con la vida no sean, en realidad, el impulso libertario que Susana y sus amigos creen ver, porque a lo mejor es pura apatía. Romper con las normas fue el gran deseo de toda esa generación a la que pertenezco, aunque la protagonista de la comedia no se haya arriesgado hasta el fin.

Un público juvenil contemporáneo no podría entender el texto sin la concienzuda recreación de época que lograron Ignacio Flores de la Lama y su equipo, no solamente con el vestuario de Cristina Sauza, el maquillaje y peluquería de Pilar Boliver y la escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado (que en el intermedio reproduce hasta los anuncios radiales de los años cincuenta), sino con los modales al uso de entonces, lo que puede parecer pequeña cosa, pero sin los cuales nunca nos ubicaríamos. Yo vi una escenificación hecha en algún estado dentro del proyecto de Teatro Escolar en los Estados, en los que los muchachos permanecían sentados a la entrada o salida del papá o la mamá, como harían los jóvenes contemporáneos, lo que destruía toda ilusión de esa época en que los compañeros de facultad, incluso no nos tuteábamos hasta ''no romper el pastel'' y en el que una señora o señorita no saldría sin guantes a la calle. No es una nimiedad, sino una excelente búsqueda del detalle lo que hace de esta escenificación de Susana y los jóvenes una estampa exacta de lo que podría ser la vida familiar en los años cincuenta del siglo pasado y que ayuda al público actual a entender lo que se oculta tras la ingeniosa y divertida comedia.

En un concepto general del espacio debido a Jorge Ballina, que enmarca los escenarios de las diferentes obras que componen la temporada 2006-2007 de la Compañía Nacional de Teatro, poniendo el debido énfasis en la escenografía de la escenificación en turno, ésta debida a Roxana Chapela que a mi modo de ver abusa del color rosado, incluso en un árbol navideño de ese color que nunca hubiera admitido tan convencional familia, Flores de la Lama consigue que sus actores -un tanto incipientes todavía- mantengan la atención del público en la acción y los chispeantes diálogos mientras están gran parte del tiempo sentados en el terno de la sala, como el texto obliga, y lo consigue cuidando todas las reacciones de los diferentes personajes. Al juvenil reparto se suman Luisa Huertas como la mamá comprensiva aunque deseosa de ver a su hija casada y Oscar Narváez como ese papá despistado, un tanto fársico, que espía también, como los muchachos, a la vecina descocada. Los jóvenes actores están bien, aunque les falta madurar actoralmente. Leyla Rangel es un poco inexpresiva, aunque bonita, como Susana. Fernando Pérez Castro, con gran simpatía como Tacubaya, resulta el más convincente en un personaje que le permite gran despliegue. Pablo Astiazarán como Alfredo, deja ver en exceso las marcaciones del director en sus cambios de conducta, aunque en el momento de Navidad frente a Tacubaya, ambos actores logren crear la tensión entre ellos, que la situación requiere. Ignacio Riva Palacio como Pablo, Aura Elena Colín como Isidora y Luis Rosales como Carrasco complementan el elenco que, a pesar de su notoria novatez, no desdice del todo al lado de los dos actores invitados y de las intenciones del director.

 
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