Usted está aquí: jueves 14 de septiembre de 2006 Política El megacampamento se ha convertido en residencia de la rebeldía y la esperanza

A diario las muestras de solidaridad mantienen en pie a los manifestantes

El megacampamento se ha convertido en residencia de la rebeldía y la esperanza

A punto de concluir esta etapa de las protestas, ha sido un ejemplo de pacifismo

ANDREA BECERRIL Y ENRIQUE MENDEZ

Ampliar la imagen Hubo algunas fricciones leves cuando miembros del Estado Mayor Presidencial colocaron vallas frente al Palacio Nacional Foto: Carlos Ramos Mamahua

Establecido desde hace casi dos meses en el Zócalo y a punto de levantarse, el "megacampamento" es una ciudad dentro de la gran urbe en la que han vivido más de 60 mil ciudadanos de todas las entidades del país, a los que une haber dejado atrás familia, trabajo, escuela y amigos para sumarse de tiempo completo al movimiento de protesta que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

"La Comuna del Zócalo", se lee en una manta colocada en una de las entradas del campamento para evocar así el intento que se dio siglo y medio atrás en París, de avanzar hacia una sociedad más igualitaria.

Desde aquel domingo 30 de julio en que López Obrador les propuso quedarse ahí, en el Zócalo -luego de una marcha multitudinaria-, más de 10 mil hombres y mujeres aceptaron el llamado, y a pesar de lo sorpresivo de la situación, algunos con sólo la ropa que traían puesta, pasaron la noche en la plancha de concreto.

Al día siguiente fueron necesarias 15 mil tarimas de madera para que pudieran dormir sin amanecer empapados por la lluvia, luego se distribuyeron 30 mil cobijas y colchonetas.

La mayoría fue relevada luego de una o dos semanas por nuevos compañeros de sus entidades, otros permanecieron desde el principio, sin importar el calor, los aguaceros, el ruido que no deja de escucharse, ya sea proveniente del tráfico en el Centro Histórico o de los cerca de 200 actos artísticos y culturales que se escenificaron en el templete, el mismo donde todos los días López Obrador realiza las asambleas informativas.

Mantener ese plantón por un periodo tan largo ha sido posible gracias a la enorme voluntad de la gente "que está dispuesta a luchar lo que sea necesario para evitar que se instaure un gobierno ilegítimo", y por la "grandísima solidaridad" de los habitantes del Distrito Federal y de muchas otras entidades, explica el responsable del campamento, el secretario general del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Guadalupe Acosta Naranjo.

Precisa que se han servido más de 450 mil raciones de comida, hay 80 tanques de gas, ya que cada una de las 43 carpas -las 31 de los estados de la República y las de organizaciones políticas y sociales- tienen su propia cocina. Es común que se diga "desayuné en Michoacán, comí en Zacatecas y cené en Chiapas."

Manuel Hernández Hidalgo, responsable del campamento de Veracruz, que es -junto con los del estado de México y Tabasco- uno de los más grandes, resume el sentir general: "Nos sentimos agraviados, estamos encabronados por el robo, por el fraude contra el pueblo de México, por esa alianza de los poderosos de este país para impedir que López Obrador sea presidente".

Catedrático de la Universidad Pedagógica Veracruzana, este indígena políglota -habla náhuatl, otomí, además de español e inglés- relata que pidió licencia en el empleo y su esposa se ha hecho cargo del hogar, para que él pueda estar en la protesta.

Ahí mismo, en el galerón donde se alinean dos grandes hileras de madera, sobre las que están colocadas cobijas, a manera de lecho, está "la abuela Julia", una anciana delgadísima que desde el 30 de julio los acompaña y da ánimos.

Hernández Hidalgo recuerda que el pasado día 4, cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación "decidió validar los comicios, todos andaban muy apachurrados", pero "la abuela Julia" los sacó del error, cuando les dijo, con voz de niña, que va a buscar a Elba Esther Gordillo "para darle su merecido", porque ella ayudó a robarle la Presidencia a López Obrador.

Originario de Nayarit, Eduardo Lugo colaboró como escolta de López Obrador en la campaña electoral, luego se incorporó al campamento, sin cobrar un centavo. Se ríe de quienes han propalado la versión de que les pagan por estar en el plantón, porque él tuvo que vender un terreno y pedir a su esposa que tomara el control del hogar y se hiciera cargo de mantener a los cuatro hijos, mientras él sigue en la resistencia.

Acosta Naranjo pasó día y noche en el plantón, en una casa de campaña, dentro de la carpa para los integrantes del Comité Ejecutivo Nacional del PRD -atrás del templete- muy cerca de la de López Obrador. Desde ahí detalla que las brigadas conformadas por integrantes de esa "Comuna del zócalo" distribuyeron más de 4 millones de volantes para exigir el recuento voto por voto. Participaron también en la toma de casetas de cobro en las principales entradas y salidas de la ciudad de México, en los "sentones" fuera de la Bolsa Mexicana de Valores y algunos bancos.

Las protestas fueron intensas las dos primeras semanas de agosto, pero durante un mítin fuera de la Procuraduría General de la República, "cuando detectamos a muchos provocadores", entonces "disminuimos las acciones de resistencia, aunque los compañeros no estuvieron de acuerdo y me dicen con frecuencia que vinieron a luchar, no a engordar", agrega.

Pompeyo Godínez, un perredista de Tabasco, va con esa idea y comenta que no le asusta el frío, ni la humedad, ni caminar por horas en la ciudad de México, porque lo importante es que la protesta crezca y se impida "esa burla a los mexicanos, que sería ver a Calderón en Los Pinos".

Las últimas tres semanas del plantón, los residentes en el Zócalo han sido en promedio 3 mil, aunque la noche previa al primero de septiembre, de nuevo el número de inquilinos subió a más de 10 mil.

Muchas bocas que alimentar, pero comida nunca ha faltado. Edgar Blasio, coordinador de los centros de acopio, explica que la solidaridad y el apoyo de los habitantes del DF, el estado de México, otras entidades vecinas e incluso lejanas, ha sido ejemplar. Recordó la tonelada de pescado que en los inicios del plantón les mandaron perredistas de Lázaro Cárdenas, Michoacán, las seis reses de Tabasco, las camiones llenos de verduras de los bodegueros de la Central de Abasto, los refrescos y botellas de agua de la Cooperativa Pascual, los 100 kilos de tortillas que "religiosamente" reciben cada día a las dos de la tarde, los costales de arroz que llevaron cooperativistas de Morelos, los muchos víveres que a diario recolectan en la UNAM alumnos de Ciencias Políticas.

Pero también esa botella de agua de litro y medio que en el segundo día del plantón les llevó una anciana de apariencia muy humilde. "Nosotros creíamos que iba a pedirnos ayuda, porque se veía muy pobre, pero sacó la botella y nos dijo, 'sólo pude juntar para traerles esto'". O la señora que cada noche les lleva tres litros de atole y 20 tamales, y que son para el personal de seguridad, responsable del orden en el campamento.

O los muchos capitalinos que se presentan con comida preparada, como una dama -de evidente clase media alta- quien bajó de una camioneta cacerolas con pollo al curry, manjar que le tocó también a un trabajador de limpia. El muchacho se limpió las manos en su uniforme naranja, dejó a un lado el carrito y engulló el pollo. Bien educado, dio las gracias: "Señito, que bueno está su adobo amarillo".

En esta etapa de la resistencia, a punto de concluir, ya que el plantón se levantará el viernes por la noche, no hubo incidentes violentos. Ni un vidrio roto, ni una pinta en las paredes de los muchos restaurantes, cafeterías, tiendas y joyerías establecidas en las calles vecinas al Zócalo.

 
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