Usted está aquí: viernes 15 de septiembre de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

El plantón que cambió México

Entre rumores y anécdotas, el retiro de carpas

Al descubierto, el hombre de la computadora

Son las dos y media de la mañana del 14 de septiembre en el Zócalo. Dentro de 48 horas, México ya no será el mismo.

El retiro de los campamentos de protesta por el fraude electoral se inició hace algunas horas y el Paseo de la Reforma, ya sin las casas de campaña, empieza a mostrarse como una herida profunda que no cerrará en mucho tiempo.

Ríos de vehículos circularán de nuevo sobre esta avenida, y sin duda todos recordarán que aquí, durante 47 días, muchos mexicanos, miles, protestaron porque su voluntad electoral fue ultrajada, y este hermoso paseo quedará como la memoria de que el cambio verdadero se inició en calle.

Tal vez por eso hoy empiezan a brotar las anécdotas de las vicisitudes que en esta madrugada son como telarañas a las que se extirpó su constructor, inofensivas, pero siempre horrorosas.

Son historias que se cuentan entre los que en esta hora indescifrable, cuando aún no hay luz de día pero la penumbra ya no envuelve todo, han venido a montar guardia ante el rumor de que la policía federal llegó, más que a resguardar el Palacio Nacional, ha desalojar a los activistass del Zócalo.

Pero la duda se disipa rápido. Los hombres de gris se han replegado a las paredes del inmueble; unos sentados y otros de pie o recargados en los muros parecen chicles mil veces masticados y embarrados en esos muros.

Por eso, ya con calma, con una taza de café humeante en las manos, se cuenta, por ejemplo, que un día de todos los que aquí trascurrieron, recomendado por alguien de la coalición, un hombre con computadora y cámara fotográfica en las manos inició un trabajo que para la convención nacional democrática era importante, aunque no necesario: el registro con foto de los delegados.

El sujeto, libre de sospecha por sus recomendaciones, se dio a la tarea de inmediato. Cada hombre, cada mujer, cada joven que pedía su ficha para convertirse en delegado, quedaba debidamente archivado en la computadora de aquel fotógrafo de buena voluntad, que sin cobrar ningún dinero, quería poner un toque de mayor seriedad al acto que se efectuará el día 16.

Todo iba a pedir de boca, la gente se formaba, le tomaban sus datos: nombre, dirección, teléfono, todo entraba en la carpeta correspondiente de la computadora. Luego de la ficha se pasaba a la fotografía, y en cosa de minutos le entregaban el gafete con el que se le acreditaba como convencionista.

El hombre de la computadora pasaba horas en su trabajo, apenas tenía tiempo para echar un taco, para ir al baño. No se distraía, para muchos era ejemplo de la entrega al proyecto que con su ayuda tendría más certeza.

Pero las necesidades fisiológicas lo llevaron a esos cajones azules que sirvieron de letrinas para la gente que pasó días y días en este lugar. Hay que decir que la paredes de estos baños son muy débiles para acallar la voz, si es que se habla en estos lugares, de quienes las usan.

Esa vez, más que la urgencia física, el hombre buscaba un refugio para hacer una llamada por celular donde nadie lo escuchara, y se metió en la caseta suponiendo que del otro lado de la muy delgada pared no había nadie.

Fue su voz, ya conocida, la que alertó al ocupante de la letrina contigua. Dice quien lo escuchó que el hombre repetía a su interlocutor que los datos iban fluyendo muy rápido, que no tenía tiempo de nada y que toda la información sería entregada, como se le había solicitado, en la dirección acordada.

Antes de que el hombre de la computadora dejara el baño, la conversación sospechosa había sido trasmitida a la gente de seguridad del plantón. Fuera de la letrina lo esperaron, lo llevaron a una de las casas de campaña para interrogarlo y sin necesidad de hacer muchas preguntas el hombre confesó que era agente de una corporación oficial que le pagaba por su trabajo.

Aquel dechado de virtudes fue entregado a las autoridades para que se iniciara una investigación sobre el asunto, que hoy es una anécdota de madrugada, pero que es una parte de la historia del combate que se dio en esos 47 días que seguramente cambiarán a México.

El Grito

Definitivamente, no será la señora Rosario Ibarra de Piedra quien dará el Grito, como lo había programado la coalición Por el Bien Todos. El jefe de Gobierno, Alejandro Encinas, como ya se anunció, tendrá bajo su responsabilidad el acto. Fox no pisará el Palacio Nacional.

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