Usted está aquí: domingo 17 de septiembre de 2006 Opinión Belén de los Mercedarios

Angeles González Gamio

Belén de los Mercedarios

Justamente hoy se festeja a Nuestra Señora de la Merced, patrona de los mercedarios, orden fundada en Barcelona en 1218, por don Jaime I, rey de España y de Aragón, y por don Pedro Nolasco, como orden militar de Nuestra Señora de la Merced y Redención de los Cautivos. Estaba constituida por caballeros militares y su objetivo era rescatar a los cristianos que caían en poder de los moros. Al correr de los años se tornaron en frailes, "trocando la espada por la cruz".

A la Nueva España llegaron en 1589 procedentes de Guatemala, estableciéndose en un principio en un modesto mesón cerca de la Alameda, para después construir por los rumbos de San Lázaro un soberbio templo y convento, con el claustro más bello de América, bautizando el barrio, que hasta la fecha se conoce como La Merced.

En 1626 los mercedarios que se ocupaban de la catequización de los indios establecieron un conventículo en una pequeña casa situada en lo que entonces eran los linderos de la ciudad, situada en unos terrenos que les donó una piadosa mujer indígena llamada María Clara, deseosa de que se propagara la fe cristiana entre su hermanos de raza.

El ejemplo cundió y el padre Antonio Ortiz les donó una casa y solar contiguos; ello les permitió, casi un siglo más tarde, edificar, con el apoyo económico de la opulenta doña Isabel Picazo, un lindo templo y ampliar el convento, al que nombraron Belén de los Mercedarios. Con tanta bonanza y dado que los indios ya estaban catequizados, decidieron establecer un colegio que sirviera para los religiosos de la orden, uso que tuvo hasta mediados del siglo XIX, cuando fue clausurado como efecto de las leyes de Reforma; el colegio y las instalaciones fueron demolidas, fraccionadas y vendidas a particulares.

Para nuestra fortuna el templo se salvó y se yergue orondo, pintadito y bien cuidado sobre la vía a la que bautizó, junto con el espléndido acueducto que por ahí pasaba, compuesto por más de 300 arcos, que llevaba el agua desde los manantiales de Chapultepec; por todo ello la vía se llama Arcos de Belén.

El patrón arquitectónico es muy peculiar, ya que tiene adosada una enorme capilla, dedicada a las ánimas, casi del tamaño del templo. Conserva dos altares laterales barrocos, que son una maravilla, uno de ellos con unos estofados guatemaltecos extraordinarios. También sobresalen un Cristo de caña, una pintura de la Guadalupana y una Virgen de Juquila, famosa por sus milagros.

La bella imagen principal, que se dice es la original Virgen de la Merced, tiene una interesante leyenda: un buen día, a fines del siglo XVI, llegó solito un burro a la capital, con un bulto amarrado y una nota que decía: "esta virgen llegó a Veracruz y va a la ciudad de México, al convento de La Merced; por favor, ayúdela a llegar a su destino"... y llegó.

Estos días, al pasar frente al albo templo, nos encontramos con un ambiente de fiesta con carácter provinciano: puestos de buñuelos y antojitos y juegos de feria. El motivo es celebrar, como cada año desde hace siglos, la fiesta de Nuestra Señora de la Merced.

Este era el camino para ir a Chapultepec, antes de que Maximiliano construyera el Paseo de la Reforma, entonces llamado Del Emperador. Cuando cruzaban la garita los virreyes para ir a pasear al añejo bosque, la engalanaban y le llevaban música. También era sitio de reunión de los que iban de día de campo a Tacubaya o Chapultepec y por allí se cruzaba para ir a los panteones de Dolores, Francés y de La Piedad.

Otro atractivo, cercano al convento de Belén, era el famoso Paseo de Bucareli, muy popular, entre otras cosas, porque allí se encontraba la plaza de toros, en la que cabían -según Manuel Rivera Cambas- 10 mil espectadores "cómodamente" , y añade: "para los pobres había lado de sol y para los ricos el de sombra; pero ambas clases estaban unidas por los mismos instintos".

Casi enfrente del templo de Belén, en la esquina con la calle de Luis Moya, se encuentra desde hace un cuarto de siglo la cantina, hoy restaurante familiar, El Rincón de Castilla, que se une al festejo de Nuestra Señora de la Merced y decora el establecimiento con papel picado y festones que le alegran la degustación de una chistorrita frita que acompañe el aperitivo, mientras le preparan la sopa de toro, con jugo de carne y medula, lo que lo pondrá como el nombre lo indica. La especialidad son el cabrito y los cortes de carne de generoso tamaño. Si está de ánimo se puede echar una partidita de dominó o cubilete. Los domingos descansan.

Si el paseo lo agarró en fin de quincena, en la acera de enfrente hay un par de puestos muy limpios, uno de tacos de birria, con su consomé de pilón, y el otro de pozole con su consabido "chesco".

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