Usted está aquí: sábado 23 de septiembre de 2006 Opinión La izquierda que sigue

Ilán Semo

La izquierda que sigue

Después del 2 de julio , la izquierda tendría muchos motivos para celebrar. En rigor, debería estar más feliz que nunca en su ya larga historia. Obtuvo casi 35 por ciento de la votación general, una cifra que la convierte en parte sustancial de todos los pisos sociales y culturales que componen a la nación. Recuperó el "voto útil" que uno de sus sectores había entregado a Vicente Fox en el año 2000 para "sacar al PRI de Los Pinos". De facto, desahució al tricolor y con él a la fachada -aunque sólo a la fachada- del "antiguo régimen". Hoy su influencia se extiende a todos los rincones de la sociedad: universidades, sindicatos, organizaciones agrarias, movimientos urbanos, redes migratorias, el mundo intelectual, la opinión pública y, sobre todo, no hay familia donde alguno de sus miembros no se asuma como de izquierda (whatever that means).

Su programa, la lucha contra la desigualdad social, ha desplazado a los paradigmas neoliberales y ocupa el centro de todas las fuerzas políticas. Está firmemente anclada en la estructura del Estado: no sólo cuenta con cuantiosas fracciones parlamentarias, gubernaturas y presidencias municipales, sino que actúa en el seno de sus redes sociales y asistenciales más sensibles (educación, salud, programas de vivienda y transporte, apoyo al campo, etcétera). Parece haber dejado atrás el mayor lastre de su historia: el sectarismo, una necedad no sólo atribuible a la izquierda socialista sino al mismo cardenismo durante los años noventa. En sus filas militan hoy antiguos socialistas, priístas, católicos, ecologistas, feministas, etcétera. Con ello ha abierto un territorio de reconciliación sobre todo para muchos expriístas, que han decidido optar por otra militancia. Cuenta con las corrientes más diversas, las imaginables y las inimaginables: hay una izquierda política, dividida en varios partidos, otra social, más abigarrada aún; feministas, ecologistas, el catolicismo social, etcétera. El proceso de democratización que la misma izquierda inició en 1968 y profundizó en 1988 marcha con dificultades, cierto, pero sin colapsos ni regresiones autoritarias, lo cual es mucho decir. Y sin embargo, ahí donde cualquier mente sensata esperaría champagne, optimismo, una extra de imaginación y mucho humor, lo que impera es el paisaje contrario: ánimo de derrota, caras largas, inculpaciones, retractaciones, divisiones, desconcierto. En suma, una suerte de depresión poselectoral.

¿Y todo ello tan sólo porque no logró hacerse de la Presidencia? ¡Uffff! Aclaro: no digo que probablemente no hay ganado la votación del 2 de julio, sólo que no pudo o no supo -o tal vez, en su interior, no quiso- alcanzar bajo las circunstancias actuales la Presidencia.

Ya muchos lo han explicado. Si la campaña del PRD hubiera tendido una mano a los empresarios, artífices de ese linchamiento público que significó a la propaganda panista, si hubiera optado por aliarse con las huestes de Elba Esther Gordillo, si no hubiera insistido tanto en su programa social (...), la historia podría haber sido otra. Pero entonces habría dejado de ser una forma de la izquierda para adentrarse en un espectro que siempre la merodea: el populismo. Todos los epítetos que se le endilgaron a lo largo de la campaña electoral (mesianismo, milenarismo, sacrificalismo, etcétera) son hoy balas perdidas de la propaganda. No así las críticas, más rigurosas, que se le hacen de reactualizar formas tradicionales de la política mexicana (caciquismo, caudillismo) sin el menor asomo de autocrítica (aunque, sin ánimo de justificarla en absoluto, ¿quién ha inventado en este país otra manera de hacer política real en los estratos más populares que no esté contaminada por las prácticas clientelares?). Sin duda, un grave dilema que tiene ante sí.

El 1° de septiembre el país se colocó, textualmente, frente al umbral de un auténtico abismo. No tanto por lo que sucedió en el interior del recinto de San Lázaro, sino en las calles que rodean a esa mole. Si los manifestantes del Zócalo hubieran decidido dirigirse al Congreso, que estaba rodeado por el Estado Mayor Presidencial, dispuesto ahí por Vicente Fox, hoy estaríamos hablando de otro país, uno desaforadamente violento.

Con plantón, berridos, sombrerazos y todo, la izquierda cumplió con la principal misión que le aguarda en esta historia: preservar la estabilidad política, la viabilidad del orden civil sin renunciar a sus demandas. Sin ese equilibrio civil, todo lo demás, la lucha contra la desigualdad, el sueño de una sociedad de mayores oportunidad y el derecho a la diferencia, son cuentos de hadas.

La depresión poselectoral de la izquierda tiene un origen visible. Como toda depresión proviene de una lectura peculiar sobre si misma. Sigue atrapada en el espejismo de los "hombres fuertes", de los resuélvelo-todo, del culto a la personalidad. Práctica que la izquierda socialista había desechado desde 1968, y que el nacionalismo revolucionario (y Marcos de paso) reintrodujeron a partir de 1988. Un espejismo que es, valga la redundancia, el espejo del presidencialismo que persigue a la izquierda como un enfermizo fantasma.

Lo peor que le podría pasar al PRD a partir del 2006 es lo que le pasó después de 1989: girar en torno a un solo hombre. Paradójicamente, lo fuerte del PRD es su bizarra institucionalidad que ha sobrevivido a sus poderosos, y sin duda hábiles, líderes. El PRD debe crecer a partir de sus hombres y mujeres, y no viceversa. En el México del 2006, no existe ya ese "viceversa", es una lectura agobiada por el pasado, inconcebible en una sociedad que demanda horizontalidad en todas sus dimensiones.

Entendido como gag, la formación de un "gobierno a la sombra" contribuye sin duda a ironizar una Presidencia (la oficial) que tendrá que hacer muchos méritos para ganarse una legitimidad que no ganó en las urnas. ¿Pero no habría significado un paso adelante, aunque sólo fuera para contribuir a nuestra raquítica imaginación política, que la convención en vez de nombrar una "Presidencia legítima" hubiera inventado, por ejemplo, una República Parlamentaria?

 
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