Usted está aquí: sábado 23 de septiembre de 2006 Opinión Invasores de la frontera

Mike Davis

Invasores de la frontera

Ampliar la imagen La península de Baja California experimenta un boom inmobiliario por la construcción de fraccionamientos para pensionados estadunidenses, a lo cual se suma la incesante expansión de desarrollos turísticos. La imagen, en la ciudad de Loreto FOTOJosé Antonio López

En los días que corren, los visitantes que cruzan de Tijuana a San Diego reciben de inmediato una bofetada en el rostro por el enorme anuncio espectacular que dice: "¡Alto a la invasión de la frontera!" Patrocinado por el rabioso grupo de vigilantes antimigrantes, los llamados minutemen, la misma truculenta consigna insulta al público, según varios informes, en otros puntos de cruce en Arizona y Texas.

Los minutemen, alguna vez caricaturizados en la prensa como payasos cargados de armas, son ahora arrogantes celebridades del conservadurismo "de base" que domina las estaciones de amplitud modulada de la llamada radio de odio y el más histérico éter de la blogsfera de tendencias derechistas. En el corazón del país, como en los estados fronterizos, los republicanos contienden desesperadamente por su respaldo. Mientras el electorado se enajena con la carnicería de Bagdad y Nueva Orleáns, súbitamente el Peligro Moreno se convierte en el deus ex machina republicano para mantener el control del Congreso en las elecciones de noviembre próximo.

Ante el actual desmayo de la hegemonía del Partido Republicano, llamado coloquialmente Grand Old Party, o GOP, a como van los tiempos en siglas y acrónimos), sostenida durante mucho tiempo por los residuos del 11 de septiembre y los imaginarios armamentos de Saddam, hay ahora una nueva urgencia por lograr impacto en los suburbios. Desde que Kofi Annan "conspirara para enviar sus helicópteros negros para aterrorizar Wyoming", no había habido un peligro tan claro y tan presente para la república como el de los siniestros ejércitos de futuros lavaplatos o jardineros -reunidos en el río Bravo.

Si uno le creyera a los demagogos actuales, asumiría que las Torres Gemelas fueron voladas por los seguidores de la Virgen de Guadalupe, o que el español acaba de ser decretado el idioma oficial de Connecticut. Habiendo fracasado en su arrasamiento del mundo del mal con las invasiones de Afganistán e Irak, los republicanos, respaldados por algunos demócratas, ahora nos proponen que nos invadamos a nosotros mismos: enviar a los marines y a los boinas verdes, junto con la Guardia Nacional, a los hostiles desiertos de California y Nuevo México, donde se supone que la soberanía nacional se encuentra bajo asedio.

El patrioterismo, hoy como antaño, es intolerancia en versión de caricatura surrealista, con la realidad parada encima de su cabeza. Sin embargo, la máxima ironía es que en realidad sí hay algo que podría llamarse "invasión de la frontera". Sólo que los anuncios espectaculares de los minutemen se encuentran en el lado incorrecto de la autopista.

Lo que poca gente, fuera de México por lo menos, se ha molestado en mirar es que mientras las nanas, los cocineros y las recamareras se van al norte para servir a los lujosos estilos de vida de los iracundos republicanos, las hordas de gringos corren al sur a disfrutar de gloriosos retiros de bajo presupuesto y segundas casas al alcance de sus bolsillos en el soleado México.

Así es. Puesto en las inmortales palabras de Pete Wilson: "simplemente siguen dejándose venir". El Departamento de Estado calcula que en los últimos diez años el número de estadunidenses que viven en México ascendió de 200 mil a un millón (una cuarta parte de todos los expatriados estadunidenses).

El dramático ascenso reciente en las remesas de Estados Unidos a México (de 9 mil millones a 14 mil 500 en tan sólo dos años), que en un principio se interpretó como un repunte enorme de trabajadores ilegales, resulta ser, sobre todo, dinero que los estadunidenses se envían a sí mismos con el propósito de financiar sus hogares y jubilaciones en México.

Aunque algunos de ellos son ciudadanos naturalizados que regresan a los pueblos y comunidades donde nacieron tras una vida de friega "al otro lado", el director general de Fonatur, la dependencia oficial mexicana de desarrollo del turismo, caracterizó recientemente a los típicos inversionistas en bienes raíces en México como estadunidenses "baby-boomers (como llaman en Estados Unidos a la generación de los años sesenta) que ya pagaron buena parte de sus hipotecas iniciales y que llegan al país con el dinero de su patrimonio".

De hecho, según The Wall Street Journal, "la fiebre de la compra de terrenos ocurre al inicio de una oleada demográfica. Con más de 70 millones de baby-boomers en condiciones de jubilarse en los próximos 20 años, algunos expertos predicen una vasta migración a climas más templados -y más baratos. Con frecuencia tales compradores adquieren una propiedad diez o 15 años antes de su jubilación, la usan como casa vacacional y eventualmente se mudan ahí la mayor parte del año. Cada vez más, los urbanizadores sacan ventaja de esta tendencia y construyen enclaves, condominios y campos de golf aislados por enormes rejas.

El extraordinario aumento en el valor de casas y terrenos en el cinturón soleado estadunidense les da a los gringos inmenso margen de maniobra económica. Los astutos baby-boomers no sólo juntan plumas para sus nidos en espera de su eventual jubilación; también especulan más y más en bienes raíces asociados con centros vacacionales, lo que incrementa el valor de las propiedades en detrimento de la población local, cuyos hijos son expulsados a los barrios marginales o a la migración. Como ocurre en Galway, Irlanda, en la isla de Córcega o, incluso, en Montana, Estados Unidos, el desarrollo súbito de las casas vacacionales a nivel global comienza a hacer que la vida en los hermosos escenarios naturales sea incosteable para sus residentes tradicionales.

Muchos de los expatriados prefieren refugios tan bien establecidos como San Miguel de Allende o Puerto Vallarta, mientras otros experimentan con escenarios más exóticos como la Riviera Maya, en Yucatán, o Tulum, en Quintana Roo. Pero la verdadera acción (de consecuencias geopolíticas de lo más significativas) ocurre en Baja California: esos mil 600 kilómetros de desierto que son apéndice de la entramada nación-Estado gobernada por Arnold Schwarzenegger. Los sitios electrónicos de las compañías de bienes raíces de "Baja" rezuman casi tanta hipérbole como los dedicados a frenar la amenaza fantasma de los inmigrantes ilegales.

En esencia, la Alta California comienza a desbordarse hacia Baja California, un proceso que si no frenamos producirá una marginación social intolerable y la devastación ecológica de la verdadera última frontera de México. Todas las contradicciones de la California posindustrial -una inflación rampante en los precios de los terrenos en la zona costera, el desparramado desarrollo suburbano en valles y desiertos, la congestión en las autopistas y la torpeza del tránsito masivo, el crecimiento astronómico de la recreación motorizada, y lo que sigue- dictan la invasión de la hermosa península "vacía" situada hacia el sur. Para usar un término de un pasado malo, pero no irrelevante, Baja es el Lebenstraum de la California anglófona.

De hecho, las dos primeras etapas de esta anexión informal ya ocurrieron. Con la bandera del TLCAN, el sur de California exportó cientos de sus "talleres de sudor" e industrias tóxicas a las zonas maquiladoras de Tijuana y Mexicali. La Pacific Maritime Association, que representa a las principales compañías navieras de la costa oeste, ya unió fuerzas con algunas corporaciones japonesas y coreanas para explorar la construcción de un vasto puerto de contenedores en Punta Coronel, 240 kilómetros al sur de Tijuana, que minaría el poder de los sindicatos de estibadores de San Pedro y San Francisco.

Además, decenas de miles de jubilados gringos y residentes en la temporada invernal están por ahora arracimados en ambos extremos de la península. Una propaganda de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) alardea de que a lo largo de la costa noroeste, de Tijuana a Ensenada, "hay en la actualidad más de 57 desarrollos de bienes raíces con más de 11 mil casas en condominio cuyo valor inventariado es de más de 3 mil millones de dólares... todos ellos impulsados por el mercado estadunidense".

Entretanto, en el extremo tropical de Baja, otra costa dorada emerge en la franja de 32 kilómetros entre Cabo San Lucas y San José del Cabo. Los Cabos es parte de ese archipiélago global de puntos candentes de los bienes raíces donde los continuos aumentos de dos dígitos en el valor de las propiedades chupan capital especulativo de todas partes del mundo. Los gringos ordinarios pueden participar en el glamoroso casino terrestre Los Cabos mediante la compra y reventa de tiempos compartidos fraccionados en los condominios y casas de las playas.

Aunque los especuladores del oeste de Canadá y Arizona han dejado huellas desmedidas por todo el extremo sur de Baja, Los Cabos -si juzgamos por el registro de aviones privados en el aeropuerto local- se ha vuelto un suburbio de centros recreativos para Orange County, hogar de la mayoría de las sedes de los muy vehementes minutemen. (Para muchos de los californianos del sur parece no haber contradicción visible entre echar chispas con sus amigos conservadores en la marina de Newport, por "la invasión de ajenos" (por la alien invasion), y luego volar a Los Cabos al día siguiente a practicar el kayak en el mar o jugar al golf con celebridades.)

El siguiente paso en la colonización tardía de Baja California es la llamada Escalera Náutica: un tramado de marinas y centros vacacionales costeros equivalente a 3 mil millones de dólares, que desarrolla Fonatur y que abrirá secciones prístinas de ambas costas al establecimiento de clubes de yates.

Mientras, el Truman Show ha llegado ya al pintoresco pueblo de Loreto, en el Mar de Cortés. Fonatur une fuerzas con una nueva compañía de Arizona y con los "nuevos urbanistas", unos arquitectos de Florida, para desarrollar las Villas de la Bahía de Loreto: 6 mil casas para expatriados, en estilo renacimiento colonial, un San Miguel de Allende instantáneo en el golfo bajacaliforniano.

El proyecto Loreto, de 3 mil millones de dólares, será la última palabra en diseño "verde". Recurrirá a la energía solar y restringirá el uso de automóviles. Pero al mismo tiempo inflará la población de Loreto, de los actuales 15 mil a más de cien mil en diez años, con la misma clase de consecuencias sociales y ambientales que ya se han visto en las barriadas periféricas de Cancún y otros megacentros turísticos.

Uno de los irresistibles atractivos de Baja California, por supuesto, es que ha conservado salvaje y silvestre su naturaleza primordial, algo que ya desapareció en otras partes de Occidente. Los residentes locales, incluido el muy elocuente movimiento ambiental indígena, atesoran este entorno incomparable del mismo modo en que buscan la supervivencia del ethos igualitario en los pequeños poblados y las comunidades de pescadores de la península.

Gracias a la silenciosa invasión de los baby-boomers del norte, sin embargo, mucha de la historia natural y de la cultura fronteriza de Baja California puede ser barrida en la siguiente generación. Hoy los megacentros vacacionales y los suburbios coloniales de pacotilla, al modo de toda la estrategia Fonatur de desarrollo regional centrada en el turismo, son simplemente los más recientes caballos de Troya del Destino Manifiesto.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Mike Davis es profesor de historia en la Universidad de California, Irvine, y autor de libros como City of quartz (Ciudad de cuarzo) y Planet of slums (Planeta de barriadas). Su libro más reciente es No one is illegal; fighting racism and state violence on the US-Mexico border (Nadie es ilegal: luchar contra el racismo y la violencia de Estado en la frontera entre Estados Unidos y México), en coautoría con Justin Akers Chacon, publicado por Haymarket Books

 
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