Usted está aquí: lunes 25 de septiembre de 2006 Opinión Peñasco

Hermann Bellinghausen

Peñasco

Como un río que se llamara Río, un pueblo de nombre Pueblo, un volcán Volcán, hay en la Mixteca un peñasco llamado sencillamente Peñasco. Y eso es, sólo que de gran tamaño. Más grande que muchas montañas que he padecido, domina un valle veteado por decenas de laderas que descienden de la sierra. Una verdadera montaña de roca desnuda.

En Peñasco la cordillera se quiebra, interrumpe y abarranca en una pared labrada, pintada y manchada por líquenes, musgos y el sedimento de los siglos. Musculosa, escultórica, la roca tiene la forma de alguien. De muchos alguien. Y según la incidencia de los rayos solares, las sombras caminan un reloj de formas.

De monumentos naturales así los pueblos se figuran sus dioses.

La muralla podría colgar en un museo de pintura moderna, aunque las dimensiones de la "pieza" excedan a todos los museos juntos, si uno los apilara en un solo lugar.

Los altorrelieves hacen hombros, brazos, cabezas, siluetas animales, torsos que se arriman. La superficie rocosa llora la tinta negra de inmemoriales escurrimientos minerales. Los líquenes dependen de la lluvia que hay y del polvo abandonado por el viento en los poros de las rocas. Grises blanquecinos viran al imperceptible azul del verde pálido, y luego se ensancha una paleta de verdes vivaces asaltados por amarillos accidentales, y todo inscrito en el lienzo, una mole de grises fuertes.

El cerro Quemado en la sierra de Catorce, visto a la distancia adopta la forma de un elefante, y es sitio sagrado para los pueblos peregrinos del desierto desde hace cientos de años antes de que supieran la existencia de los elefantes, y eso por ilustraciones en los libros escolares. Así, al Peñasco lo corona una inmensa iguana, allá donde la sierra conquista las alturas del bosque. Recuerda las iguanas que la fotógrafa Graciela Iturbide colocó sobre las cabezas de las formidables mujeres juchitecas.

El Peñasco es tan "alguien" que sólo le falta hablar.

Cuando al fin me aproximo a sus faldas encuentro una feria de pueblo metida entre milpas, o sea sin pueblo. El carrusel, los avioncitos saltadores y los puestos para reventar globos se abren sitio en la vereda que separa los sembradíos de maíz. Una explosión de colores, eso, de feria. El decorado de animalitos de historieta que apela a las miradas de los niños agregan al peñasco épico, figurativo y abstracto un toque inesperadamente pop.

Hacia Yanhuitlán un relámpago desgarra el cielo y el aguacero impone su dominio. Closing time, baby.

 
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