Usted está aquí: sábado 30 de septiembre de 2006 Opinión Lo electroacústico de 2006

Juan Arturo Brennan

Lo electroacústico de 2006

En apenas su segunda versión, el Festival Internacional de Música Electroacústica y Nuevas Tecnologías, Visiones sonoras es ya un acontecimiento que se ve, se siente y se oye a muy buen volumen. Gracias a la sólida labor de organización, dirección y promoción de Rodrigo Sigal, las actividades de 2006 llegaron a un público numeroso, variado, y fundamentalmente joven.

Talleres, seminarios, conferencias y mesas redondas formaron la muy importante vertiente académica del festival, sin duda la que va a dejar una huella más profunda y duradera. Fueron complementadas con una serie breve, pero contundente, de conciertos realizados en la sala Carlos Chávez.

Siempre será satisfactorio para cualquier melómano estar en una sala de conciertos cuyo aforo es rebasado por oyentes ansiosos que no tienen inconveniente en habitar pasillos, escaleras y cuanto espacio libre quede por habitar. Si el objeto de esta pasión es la música electroacústica de concierto, tanto mejor. Y digo ''de concierto" con toda la mala intención del mundo, pues esa otra música electrónica, la del estupefaciente ''punchis-punchis", me provoca nulo interés.

El penúltimo concierto de Visiones sonoras 2006 estuvo a cargo del Ensamble S:I.C: (piano, contrabajo, percusiones). Con la electroacústica en tiempo real como hilo conductor del concierto, y con la improvisación como proceso creador fundamental, los tres músicos ofrecieron básicamente dos enormes episodios sonoros. El primero, para piano y modificación electrónica; el segundo para el trío arriba mencionado y procesos similares de manipulación sonora.

La propuesta resultó de enorme potencia y, sobre todo, de gran austeridad. Los tres músicos propusieron, como línea de conducta invariable, evadir los ambientes y las texturas, evadir los fenómenos de repetición, evadir las alusiones concretas, evadir cualquier nuevo ''ismo" estético y, de manera importante, evadir cualquier asomo de lo anecdótico en su trabajo, tanto en las partes instrumentales como en los procesos de modificación electrónica del sonido. El resultado fue una sesión muy exigente y concentrada de música electroacústica en una de sus vertientes más severas.

Para el concierto de clausura, violoncello y electroacústica. Primero, la pieza Fouram, del británico Ambrose Seldon, que propone un flujo sonoro muy orgánico y sin costuras, con una enorme diferenciación tímbrica y un profundo detalle en sus planos sonoros. Todo ello, envuelto en una dramaturgia sonora de alta coherencia.

Enseguida Analogies of control, de Richard Nance, también británico. Sin duda, hay algo de novedosamente poético en ver a un violoncellista (Thomas Gardner) poner a funcionar la computadora con la punta del arco de su violoncello. Muy sólida la pista pregrabada de Nance, no así la parte del violoncello en vivo, que es de menor calibre técnico y de menores cualidades expresivas, lo que resulta de manera general en una clara disociación entre ambas.

Mucho mejor, sin duda, la obra Fantasmas urbanos del argentino Daniel Schachter. Se trata de una extensa y compleja pieza de música electrónica (un sólido estudio de timbres) que tiende sobre todo a la sonoridad granular, metálica y disgregada, emitida con un complejo proceso de espacialización y movimiento. La segunda obra interpretada en el violoncello por Thomas Gardner fue una composición propia, LipSync, en la que al instrumento y al proceso electroacústico se añade la voz del intérprete, también modificada en tiempo real.

El juego entre sincronía y desfase, entre coincidencias y discrepancias, está muy bien logrado, y el total de la obra es muy efectivo tanto en lo sonoro como en su importante elemento gestual.

Del mexicano Sergio Luque se escuchó Happy birthday, obra que es como una tormenta pertinaz caracterizada sobre todo por componentes sonoras cercanas y conexas al ruido blanco. Su presentación sufrió de una pobre espacialización y de una irregular distribución del sonido. Finalmente, la espléndida, siempre potente música de Javier Alvarez (con la cellista Iracema de Andrade) para acompañar dos extraños cortometrajes, cuya materia conceptual y visual es comentada con una música electroacústica no exenta de ironía y sarcasmo.

Sin duda, Visiones sonoras ya ha creado un nicho, una necesidad, una expectativa, y una discusión en torno a la música electroacústica. En buena hora, porque es algo que hacía mucha falta por estas latitudes.

 
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