Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de octubre de 2006 Num: 604


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Una visita a Breendonk
MARCO ANTONIO CAMPOS
Fastos de Ulan Bator
LEANDRO ARELLANO
El largo aliento de Raymond Chandler
ADRIÁN MEDINA LIBERTY
Calles mezquinas . . .
BRADBURN YOUNG
El bueno, el feo y el malo
JUAN TOVAR
El Nobel y la prueba del siete
RICARDO BADA
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Indicavía Sonorosa
ALONSO ARREOLA

Tetraedro
JORGE MOCH

Novela
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Colección de monstruos pretéritos


Directorio
Núm. anteriores
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Bradburn Young

Calles mezquinas . . .


Raymond Chandler

Imagina que eres Raymond Chandler en 1945. Un héroe de guerra condecorado y poeta fallido. Después de haber sido expulsado de la dirección de una compañía petrolera por alcoholismo, comenzaste a estudiar la narrativa pulp en una revista llamada La máscara negra. Te hiciste eficiente. De hecho has escrito obras maestras: El sueño eterno, Adiós, muñeca, La ventana alta y La dama en el lago. Hollywood te ha llamado como llamó a Dashiell Hammett antes que a ti. Eres rico y te estás convirtiendo en leyenda. Tu estilo es admirado y ya imitado. Después de tu muerte, Ross Macdonald te elogiará con cháchara de relumbrón: "Él escribió como un ángel de los bajos fondos e invistió con presencia romántica a las calles de Los Angeles cegadas por el sol." Te quedan aún por escribir La hermana pequeña y El largo adiós, pero ya te has escrito a ti mismo en la historia.

El Atlantic Monthly te pide escribir un informe sobre la narrativa policíaca.

¿Y ahora qué? Quizás intentes matar a Dashiell Hammet.

Chandler escribió un ensayo clásico que aún se cita después de cincuenta años; una obra de arte asesina cuya cadencia final es inolvidable: "…por estas calles mezquinas tiene que andar un hombre que no es mezquino, que no está empañado ni tiene miedo."

En el ensayo "El simple arte de matar", Chandler escribe acerca de la frontera entre la narrativa seria y la narrativa policíaca, que se desvanece cuando la escritura es vital y verdadera. Condena la irrealidad de los dispositivos de trama y las convenciones, y demuele a la aburrida "edad de oro" del género. Regaña a Christie, Sayers y a Doyle por sus descuidos y señala de forma estruendosa las ofensas literarias de A.A. Milne. Augura la aparición de excelente narrativa policíaca, tecleada por los sucesores de Hammet que son fríos, duros, "realistas del asesinato." (El lector tiene la sospecha que lo de realista lleva el apellido Chandler, que está bien.) Sobre la competitividad dentro del negocio de la narrativa de detectives dice: "Ernest Hemingway dice en algún lugar que un buen escritor compite sólo con los muertos. El buen escritor de historias de detectives… compite no sólo con los muertos sin enterrar, sino con todas las legiones de los vivos, también."

En 1945 el mundo de la narrativa hard-boiled se encuentra bajo la larga y delgada sombra de Dashiell Hammett, predecesor y único rival de Chandler. Varias páginas de "El simple arte de matar" son dedicadas a evaluar a Hammett.

Chandler determina: "Es difícil decidir ahora qué tan original escritor fue realmente Hammett, aún si esto importara."

Condesciende: "Él era parte de un grupo… Hammett era el as, pero no hay nada en su trabajo que no estuviera implícito en las tempranas narraciones de Hemingway…"

Hace esto: "Hammett escribió de principio (y casi hasta al final) para gente con una actitud penetrante y agresiva hacia la vida."

Elogia al precursor: "Él era sobrio, frugal, endurecido y hacía y volvía a hacer lo que sólo los mejores escritores pueden llegar a hacer. Escribía escenas que parecían no haber sido escritas nunca."

La retrospección en estos párrafos es sobrecogedora ya que Hammett no estaba muerto en 1945. Sólo estaba borracho ("tengo la intención de vivir de forma extravagante," decía Hammett del dinero proveniente de películas como El hombre delgado y El halcón maltés). En pocos años Hammett desafiaría, como uno de los Diez de Hollywood, a la Comisión de Actividades Anti-Americanas, iría a la cárcel y sería incluido en la lista negra. No había dejado de escribir, pero como después se sabría, había dejado de terminar novelas.

Chandler estaba usando el tiempo pasado para deshacerse de su rival; "los muertos sin enterrar."

Pero esta macabra evaluación no es la única descripción de Hammett en "El simple arte de matar". Lo mejor está aún por venir.

El gran final con acentos de himno –Chandler comienza insinuando que se va a poner lírico sobre algo que no establece del todo, pero tiene una maldita visión y va a hacerle caso– describe al héroe hard-boiled:

Por estas calles mezquinas tiene que andar un hombre que no es mezquino, que no está empañado ni tiene miedo… Él es el héroe; lo es todo… Debe ser… un hombre de honor –por instinto, inevitablemente, sin pensarlo y ciertamente sin decirlo… Debe ser el mejor hombre de su mundo y un hombre suficientemente bueno para cualquier mundo… Es un hombre pobre, relativamente, si no, no podría ser un detective… Es un solitario y su orgullo es (tal) que lo debes tratar como a un hombre orgulloso o lamentar haberlo visto alguna vez. Él habla como habla un hombre de su tiempo, esto es, con áspero ingenio, con un sentido muy vivo de lo grotesco, con disgusto por lo falso y desprecio por lo pueril… Tiene un grado de conciencia que te sorprende, pero le pertenece por derecho, porque pertenece al mundo en el que vive. Si hubiera suficientes hombres así, el mundo sería un lugar seguro para vivir en él, sin que se volviera demasiado tedioso para que valiera la pena. Ésta es mi fe.

Quien sea que lee o escribe este género de libro, hombre o mujer, quiere ser ese tipo. La canción podría ir así: "Por estas páginas mezquinas tiene que escribir un hombre…", porque Chandler se está imaginando a sí mismo como otro hombre.

Se está imaginando también como un escritor diferente, porque el hombre que describió no era ficticio. El antifascista que se abrió las puertas del ejército a través de la palabra y a pesar de su edad y la tuberculosis; el reservado y silencioso hombre que se hizo escritor escribiendo reportes para la agencia de detectives Pinkerton, con las exigencias de exactitud, neutralidad, anonimato y objetividad de la agencia; el hombre que renunció a Pinkerton cuando creyó que habían asesinado a un sindicalista internacional en Montana; el hombre delgado que vivió la vida del detective y escribió sobre ella como ninguno. Era el mismísimo Hammett, a quien Chandler, unos párrafos atrás, había intentado asesinar con palabras. Pero ahora, cantándole al hombre en nuestras calles mezquinas, Chandler, inadvertidamente, escribe la leyenda de Dashiell Hammett.

Ross Macdonald: "Como narrador de intriga realista, Hammet no fue superado en su tiempo o en cualquier tiempo. Todos emergimos de la máscara negra de Hammett." En contraste con Chandler, Macdonald esperó hasta la muerte de Hammett para elogiarlo, mientras que el hombre que escribió "El simple arte de matar" fue un poco mezquino, estaba un poco empañado y tenía un poco de miedo.

Traducción de Carlos Pascual