Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de octubre de 2006 Num: 604


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Una visita a Breendonk
MARCO ANTONIO CAMPOS
Fastos de Ulan Bator
LEANDRO ARELLANO
El largo aliento de Raymond Chandler
ADRIÁN MEDINA LIBERTY
Calles mezquinas . . .
BRADBURN YOUNG
El bueno, el feo y el malo
JUAN TOVAR
El Nobel y la prueba del siete
RICARDO BADA
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Indicavía Sonorosa
ALONSO ARREOLA

Tetraedro
JORGE MOCH

Novela
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Colección de monstruos pretéritos


Directorio
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LAS ARTES SIN MUSA

JORGE MOCH
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EL CAZADOR DE COCODRILOS

Hace unas semanas lamentablemente murió Stephen Robert Irwin, mejor conocido en estas antípodas de su natal Australia como el Cazador de cocodrilos. Murió sin duda como le hubiera gustado hacerlo: realizando un programa de divulgación naturalista. Tenía cuarenta y cuatro años, porque como dice la canción only the good die young ("sólo los buenos mueren jóvenes"), y a pesar de haber resistido en su corta vida incesantes embates de saurios, picaduras de toda clase de insectos y arácnidos, ataques de elefantes y leones y dingos y mordeduras de serpientes venenosas que no fueron más que una personal, peculiar colección de accidentes laborales, fue en los bellos arrecifes de la Gran Barrera australiana, filmando un programa sobre fauna submarina, donde fue letalmente aguijoneado por una raya ponzoñosa en la zona del plexo, presumiblemente en el corazón, como personaje de Dumas o mejor de Houellebecq.

Irwin fue un apasionado de los animales y de la preservación del hábitat natural desde su más temprana edad. Si a los seis años era el orgulloso propietario de una pitón reticulada de más de tres metros y medio de largo, a los nueve era capaz de ayudar a su padre a capturar cocodrilos en los ríos del norte de Queensland, operación que se realizaba de noche y a base de fuerza física y mucho valor. Fue hijo de los reputados naturalistas australianos Robert y Lyn Irwin, quienes imprimieron en su retoño el interés por la fauna y el compromiso de la preservación. Especialista en reptiles, Bob Irwin y su mujer fundaron en Beerwah, en la provincia de Queensland, el Zoológico de Australia en 1970, habiéndose mudado de Victoria, donde Steve nació en 1962. El lugar se llamó al principio Parque de Reptiles y Fauna de Queensland, negocio, proyecto vital y herencia que cuando se retiraron Bob y Lyn a mediados de los ochenta dejaron naturalmente en manos de Steve. Bajo su dirección, el Zoológico de Queensland creció y multiplicó sus operaciones e intereses hasta convertirse en uno de los más importantes del mundo.

Pero no sería sino hasta 1991 que Steve entraría de lleno al mundo de los medios masivos, incorporándolos a sus estrategias de divulgación para la preservación natural. Un amigo suyo, productor de televisión, hacía unas tomas para un noticiero local cuando él y Steve acordaron unas escenas con un cocodrilo. Las incorporaron a un pequeño reportaje-documental y fue tal su éxito que inmediatamente produjeron juntos tres más. Esos tres programas luego fueron diez, y hacia finales de 1992 la resonancia y su penetración internacional fue tanta que Steve vio en ello el cauce idóneo para sus proyectos de divulgación. Así, casi de la noche a la mañana, Steve Irwin se convirtió en una figura internacional de enorme atractivo para la televisión cuando el medio acusaba ya la ausencia de esa figura tradicional, imprescindible presencia educativa y decano de los naturalistas que en la televisión del mundo entero fue el explorador y científico francés Jacques Cousteau.

Steve introdujo en sus programas un atractivo ingrediente de audacia. A menudo puso su vida en peligro ante las cámaras y no pocas veces nos dejó atónitos mientras lo vimos acercarse a una cobra escupidora, que hizo gala del nombre y roció los ojos del australiano con veneno, o mientras lo vimos nadar con las más venenosas –pero también de las más apacibles– serpientes marinas.

Irwin a su vez imprimió en su familia –con su mujer, la conservacionista norteamericana Terri Raines– la misma aura naturalista que en él dejaron como impronta sus padres. Su hija Bindi, nacida en 1998, es la conductora más joven de programas de contenido conservacionista en Australia y posiblemente en el mundo. En 2003 los Irwin tuvieron un segundo hijo, Robert Clarence, quien muy probablemente será en el futuro quien retome, junto con su hermana mayor, la estafeta que su padre tuvo que soltar.

Steve Irwin hizo mucho más por la fauna mundial de lo que la mayoría de los televidentes alcanzamos a comprender. Estuvo involucrado en cientos de proyectos conservacionistas en varias decenas de países. Su presencia y su fuerza en los medios fueron utilizados en diversas causas de los conservacionistas, como el veto a la caza de la ballena o a la caza furtiva de focas, zorros, tigres y elefantes.

Con su triste muerte, los animales se quedan si uno de sus más acérrimos defensores y nosotros perdemos un entusiasta maestro de ciencias naturales. Descanse en paz.