Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de octubre de 2006 Num: 605


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Memorias de un brasileño
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Entrevista con CARLOS LYRA
La enfermedad como casa y escritura
ARNOLDO KRAUS
El año Freud
TERESA DEL CONDE
Marin Sorescu: descubrir el mundo
NEFTALÍ CORIA
La agencia espacial mexicana
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Duchamp en México
EVODIO ESCALANTE
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Señales en el Camino
MARCO ANTONIO CAMPOS


Directorio
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Evodio Escalante

Duchamp en México

El más importante e influyente de los artistas (quizás sería mejor decir: no-artistas) del siglo XX, Marcel Duchamp, estuvo en dos ocasiones en México. Sus visitas fueron al parecer acontecimientos "infra-leves" que pasaron casi inadvertidas. Salvo alguna irrelevante mención al paso cuando se habla de la correspondencia de Frida Kahlo, y un número monográfico de la revista Generación, supongo que más o menos reciente, no parece haber mayor testimonio de ellas. Se sabe que Duchamp y Frida se conocieron en París, en 1939, a donde había viajado la pintora para realizar lo que sería su segunda exposición en el extranjero. Frida se hospedaba en casa de André Breton, quien era el promotor de su exposición, pero contrae ahí una fulminante infección en los intestinos que la lleva de cabeza hasta el hospital. Breton, al parecer, se desentiende. Son Duchamp y su esposa, Mary Reynolds, quienes se encargan de ella y le procuran toda suerte de cuidados y atenciones. Surge entonces, puede adivinarse, una firme amistad de la que hay algún testimonio perdurable. Hacia 1943, aprovechando un viaje a México de Benjamin Peret y de Wolfgang Paalen, así lo documenta Alberto Chong Gutiérrez en un artículo que publica en Generación, Duchamp envía cariñosos saludos a Diego y a su amiga pintora, y les expresa su interés de conocer México.

Frida muere en 1954, Duchamp viene a México por primera vez en 1957, y ya no puede encontrarse con ella, como supongo era su deseo. Pero se encuentra, al menos, con uno de los "Fridos", con el pintor Arturo Estrada –quien había sido alumno de Frida en la Esmeralda desde 1943. Acompañado por la crítica de arte Sylvia Navarrete, estuve hace unos días en el estudio del octogenario pintor para pedirle que nos platicara acerca de esta historia, que nadie hasta ahora conoce. Con bonhomía y gentileza, nos cuenta Arturo Estrada de la deslumbrante impresión que le causó una Frida carismática y perfectamente ataviada cuando llegó en una camioneta por primera ocasión a la Esmeralda, y el director les informó que ella iba a ser su maestra. También relata que, varios años después, Diego Rivera, otro de sus maestros, estaba haciéndole un retrato a Dolores Olmedo, aquél en el que la señora aparece con su vestido de tehuana. Arturo se habría acercado a Diego y le habría preguntado, con timidez: "Maestro, ¿me permite pintar lo que pinta?" Con el asentimiento de Diego, Arturo Estrada participaría en estas sesiones elaborando varios bocetos, entre ellos, algunos del pintor que luego utilizaría para hacerle un óleo.

Aprovechando la familiaridad que se había establecido, Arturo Estrada se quejó con Dolores Olmedo que había solicitado un par de becas en el extranjero, sin ningún resultado. La respuesta de la señora Olmedo consistió en proporcionarle la dirección de la Fundación de Noma y William Copley, con sede en Chicago, Estados Unidos, al tiempo que lo urgía para que mandase sus datos y una muestra lo más amplia posible de su producción. Arturo siguió las instrucciones y la recomendación surtió efectos casi inmediatos. En abril de 1957, Duchamp, quien funge como asesor de la Fundación, viene a México y visita el estudio del pintor en la calle de Jesús Terán, en el centro de la ciudad. Selecciona un cuadro, por el que paga mil pesos, y se esfuma en el aire con su adquisición bajo el brazo. En diciembre de ese mismo año, sin embargo, Estrada recibe una carta de la Fundación Copley en la que se le comunica que ha sido seleccionado al lado de un grupo de artistas extranjeros, entre los que se encuentra por cierto el compositor Edgar Varèse, para recibir un estipendio de mil dólares.

Todo ello, claro, con la bendición de Duchamp.

Con este dinero que le cayó literalmente del cielo, Arturo Estrada se lanza a Europa, con el objeto de conocer países y visitar los museos más importantes. En París, donde la Fundación Copley tiene una de sus extensiones, visita a Noma y conoce la residencia donde se hospeda el acervo que el matrimonio ha ido acopiando. Estrada cuenta con cierto orgullo que ahí estaba su bodegón, flanqueado, a la izquierda, por un cuadro enorme de Salvador Dalí, y a la derecha, por uno de los autorretratos de su maestra Frida.

¿Cómo se llama su cuadro?, le pregunto. Estrada me responde que no tiene título, pero que se trata de un bodegón con una ventana al fondo, que deja ver un día sombreado por un racimo de nubes y con una pálida luna que flota en el firmamento. En el primer plano, lo que se ve es una charola en la que descansan unos tajos geométricos de sandía y algunas hojas de las que hay en el mercado. Al lado de las rebanadas, vemos un vaso con agua de sandía. Se trata de un bodegón muy sobrio, muy fino, insiste el pintor. Quizás también muy "mexicano", agrego por mi parte, aunque la descripción todavía me deja insatisfecho, y con ganas de saber más. No me resisto. Trato de adivinar que hay en este bodegón una cierta atmósfera surrealista, acaso muy sutil, que habría llamado la atención de Duchamp, y me digo también que al escoger este cuadro de Arturo Estrada, un nostálgico Duchamp habría rendido un homenaje póstumo de admiración a la pintora que conoció en París.