Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de octubre de 2006 Num: 605


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Memorias de un brasileño
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Entrevista con CARLOS LYRA
La enfermedad como casa y escritura
ARNOLDO KRAUS
El año Freud
TERESA DEL CONDE
Marin Sorescu: descubrir el mundo
NEFTALÍ CORIA
La agencia espacial mexicana
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Duchamp en México
EVODIO ESCALANTE
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Señales en el Camino
MARCO ANTONIO CAMPOS


Directorio
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Neftalí Coria

Marin Sorescu: descubrir el mundo

Me enteré muy tarde, pero hace algunos años murió Marin Sorescu, poeta rumano, querido amigo mío. Y ahora que lo sé, he vuelto a ver aquel dibujo que hizo de mi cara en su libretita de apuntes y que me obsequió. Era nervioso y grácil. Dibujaba en cuadernillos. Lo vi leer por vez primera en 1981, en el histórico Festival de Poesía que muchos le agradecemos a Cuauhtémoc Cárdenas. Descubrí por aquellos días su poesía inteligente, y desde entonces ha permanecido cercana y soluble en los aciagos días de mi vida. Inolvidables sus poemas inteligentes, sus poderosos versos en los que brillan, como dos piedras de luz, la sabiduría y la razón frente a las cosas simples del mundo. De poemas como "Shakespeare" difícilmente pude olvidarme, y muy bien ejemplifica la lúcida poesía que caracterizan a este espléndido poeta rumano nacido en Bulzesti, Rumania, el 19 de febrero de 1936:

Shakespeare hizo al mundo en siete días.
El primer día hizo el cielo, los montes y los abismos del alma.
El segundo hizo los ríos, los mares los océanos y demás sentimientos
y los encomendó a Hamlet, a Julio César, a Antonio, a Cleopatra y a Ofelia
a Otelo y a otros…

Puede advertirse en buena medida el ingenio exacto de Sorescu, el juego del símil sencillo que casi raya en el lugar común, pero que con el uso adecuado de la ironía, se cuela más allá de los peligros de la implacable fiera que es el lugar común:

El tercer día reunió a todos los hombres
y les enseñó los gustos:
el gusto de la felicidad, del amor, de la desesperanza,
el gusto de los celos, de la gloria y así por el estilo,
hasta terminar con todos los gustos...

Una de las raras joyas de la poesía del siglo xx, me parece este poema. Un poema sabio como los grandes poemas. Una síntesis de las cosas del mundo que al hombre siempre han preocupado para su comprensión, su posesión y para su entero dominio. Con gran ingenio y acierto, Sorescu en este poema retrata el mundo creado por una figura como deidad, que es nada menos que el poeta isabelino creador de una obra que lo dijo todo.

Su poesía concisa es un modo de exploración que mucho se nutre de la búsqueda natural a través de la inteligencia aguda y punzante que va por el mundo en los ojos de hombres altos como Borges, Juarroz, Gorostiza, Paz, Hamburguer, Porchia, por sólo mencionar algunos poetas que por esos rumbos frecuentaron la poesía. En el tejido de su escritura, Sorescu fue un maestro de las alusiones y la ironía, un extraordinario tallador de las escenas cómicas, pero duras y crueles de la vida.

En 1986, cuando visitó Morelia por segunda vez, leyó sus poemas en el teatro Ocampo. Marin pasó tres días en la ciudad. Inolvidables días. Le dediqué un poema después de que hablamos de la poesía y la memoria ("El pozo", se llama mi poema), aunque, caso curioso y muy común con los amigos, nunca Marin leyó aquel poema que escribí en su honor. Aquella noche de whisky decidimos que la poesía debía habitar el pensamiento, que el pensar del hombre también hace al poema, o quizás es pensando como se escribe; mentira el corazón, los sentimientos y demás animales blandos; la poesía es la única explicación del mundo, en fin, la poesía debe llegar a la página desde el acto de pensar, dijimos. Y Marin Sorescu es un poeta de esa familia de hombres que piensan igual que sienten, o quizás como en un solo acto, ambas capacidades lograron hacer que se escribiera su obra fresca y luminosa, porque también creo que la luz de la poesía sólo puede darse de esa manera: fusionándolo todo.

La poesía de Sorescu es también resultado del acto de lanzar un dardo desde la hondura donde se guarda la infancia y acertar con el vuelo al centro de la gracia y a la curiosidad con la que este poeta vivió, esa curiosidad de niño permanente que fue, es decir "la curiosidad de la paloma", como él mismo la llamó. Con ese antecedente, creo entonces que la poesía es una luz grácil que tiene la mirada de un hombre que parece ver el mundo por primera vez, y descubre en ello lo absurdo, lo caótico, lo dura que es la verdad para vencer a los hombres y "desarmar a los idiotas", porque a su mismo decir, "hay demasiada estupidez en el mundo y debe dársele una batalla lúdica".

Al enterarme de su muerte mucho tiempo después, me provoca un desasosiego, como si hubiera sido descortés con aquel querido amigo en el tiempo. Su muerte –y pude saber que fue un cáncer fulminante– me deja con la sensación de que ya dejamos algo pendiente para siempre. Su poesía, con la que desde aquellos años he mantenido un diálogo constante, sigue de pie en mi vida, porque la poesía que alguna vez se llega a amar, perdura; la poesía –y esta es la prueba fehaciente–, vive como un organismo vivo en un hombre que alguna vez mitigó la sed con ella; es como agua perenne que circula por la vida y, hasta me atrevo a decir, que va como un ser vivo por el cuerpo y alma de aquel que tuvo la suerte de haberla bebido un día, como quien absorbe un rayo de luz para iluminar el corazón. Así creo que está conmigo la poesía de mi atesorado amigo Marin Sorescu.

Como dije antes, escribí un poema después de aquella larga conversación sobre la memoria y la escritura de la poesía. "La memoria no es un pozo, es al revés", le dije antes de escribirlo, y él se reía de aquella imagen de un pozo invertido. Las cosas entran a lo que pensamos –creo– y el pensar sucede en un pozo, y cuando se recuerda las cosas saltan al aire; son una montaña de agua contra el aire, y allí vuela lo que se debe decir: el poema. Y nosotros debemos elegirlo, acomodarlo con los alfileres contra la página blanca para que se quede ante nuestros ojos y viaje en el aire del tiempo. Aquella idea Marín la celebraba porque se la expliqué con el dibujo de una fuente: el agua saltando, el aire, la poesía y mis líneas chuecas sobre su libretita de apuntes...

Saludo aquí al poeta magnifico que tan leído y querido fue en su patria. Hombre sencillo como los grandes; hombre de mirada limpia, poeta de claras palabras.