Usted está aquí: miércoles 11 de octubre de 2006 Política Los muros

Arnoldo Kraus

Los muros

Salvo por un texto de Franz Kafka, hasta donde sé no existen tratados literarios, políticos o filosóficos acerca de los muros. Una razón fundamental es que ni Jorge Luis Borges ni Vicente Fox, a pesar de ser lector de Borgues, se ocuparon del tema. Quizás, pienso, Borges no escribió un manual acerca de los muros porque la crudeza del cemento y de las varillas, así como los motivos inhumanos para edificarlos pesaban demasiado, y eran en exceso reales y dolorosos; la cruda veracidad de las murarralas no dejaba espacio para la ficción del sabio argentino. Kafka, otro de los inmensos visionarios del mundo y de sus caminos, sí abordó el tema. En La muralla china nos dice: "... ¿cómo puede defender una muralla construida en forma discontinua? En efecto, una muralla semejante no sólo no puede proteger, sino que la obra misma está en constante peligro".

Los chinos fueron pioneros en la construcción de murallas. La inmensa mole mide 2 mil 400 kilómetros y fue construida cuatro siglos antes de Cristo con la finalidad de defender a la nación contra los enemigos (los Huns). Ejemplos recientes son el celebérrimo Muro de Berlín, cuyo propósito era impedir que los alemanes comunistas se fugasen del comunismo (pleonasmo intencional) y el de los israelíes para disminuir el paso de terroristas. Fidel Castro no ha tenido que levantar muros para ejercer su ideología; el mar ha sido su aliado. Vladimir Putin tampoco ha requerido invertir dinero para aislar a Georgia: en días recientes las conexiones aéreas, por vía férrea y marítima con Georgia, además de los servicios postales, fueron suspendidos por el Kremlin.

Ninguno de los ejemplos mencionados en el párrafo previo ha cumplido su propósito: fueron muchos los alemanes que perdieron la vida por disentir, muchos israelíes y palestinos siguen y seguirán muriendo a pesar de la "infranqueable" valla, no pocos han sido los cubanos encarcelados o fusilados por tratar de perseguir su libertad e inmenso es el odio de los habitantes de Georgia contra Rusia. En síntesis: las toneladas de cemento no son suficientes para sepultar ideologías ni bastan para silenciar. En ocasiones, y por fortuna, puede más el disenso que el oprobio. Entre muros y entre mares la lógica queda sepultada: alemanes, palestinos, cubanos, israelíes y georgianos comparten el mismo triste destino.

En los próximos días George W. Bush tendrá el honor de colocar la primera piedra del muro entre México y Estados Unidos, cuya finalidad, como es sabido, será disminuir el paso de indocumentados. Con la construcción de este muro Bush y Estados Unidos continúan engrosando su Manual de la ignominia: en el siglo XXI el país de los yankees será recordado, entre otros avatares, por la tortura ejercida por sus hijos en las cárceles, por las guerras civiles de Irak y Afganistán, por la persecución de los desertores de la guerra en Vietnam y por la construcción del muro en la frontera con México, su principal abastecedor de mano buena y barata -como bien dijo don Vicente Fox: "los mexicanos en Estados Unidos realizan labores que ni los negros quieren hacer".

El muro de Bush será un gran muro: medirá mil 200 kilómetros, evitará que mexicanos y centroamericanos mueran ahogados en el río Bravo, asfixiados en los tráileres, deshidratados en los desiertos o cazados por grupos neonazis y neogringos que operan a lo largo de la frontera. Será también motivo de controversia porque expone los dictados de la política estadunidense y exhibe la pobreza de la política mexicana, esta última más preocupada por los posibles daños ecológicos secundarios a la construcción del muro que por su significado moral. Su construcción expone, asimismo, el doble lenguaje y las contradicciones del poder: proporcionalmente el número de soldados de origen latinoamericano que han perdido la vida en "la guerra" de Irak es mucho mayor que el de estadunidenses "puros".

Mientras no se finalicé la muralla entre México y Estados Unidos no sabremos si fue exitosa o no la idea de la camarilla de Bush. No suelo ser víctima del sesgo; entiendo que nuestros vecinos ya no quieran más indocumentados, pero no comprendo por qué siguen usufructuando las manos latinas de acuerdo a sus conveniencias. No suelo tampoco ser víctima de las sandeces de nuestros políticos; bien entiendo que el daño ecológico es un disfraz que esconde la incapacidad de nuestro gobierno para generar empleos y que sume al gabinete de Fox y sucedáneos ante la posible merma de nuestra segunda fuente de ingresos.

Los muros, como bien anota Kafka, y como bien lo saben los muertos de los muros, son construcciones endebles; el espíritu y las necesidades del ser humano suelen doblegar el cemento. El Manual de la ignominia de Bush, en coautoría con Fox, registrará en los años por venir el daño ecológico que tanto preocupa a nuestra ralea política, pero expondrá, nuevamente, la magra moral estadunidense.

 
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