Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de octubre de 2006 Num: 606


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
¡Hoy marchamos, mañana…!
ROBERTO GARZA ITURBIDE
Ante Tàpies
JACQUES DUPIN
Para Antoni Tàpies
ANTONIO SAURA
París d’Antoni Tàpies
PERE GIMFERRER
Cuatro fragmentos para Antoni Tàpies
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
Con la misma inquietud de cuando era joven
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Entrevista con ANTONI TÀPIES
El cine y el Guinness
RICARDO BADA
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Danza
MANUEL STEPHENS

Tetraedro
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ante Tàpies

Jacques Dupin


Antoni Tàpies, Creu-cama, 2003

Un cuadro de Tàpies nos golpea de frente. Sin precauciones, sin rodeos, sin meditación. Nos inmoviliza, nos asalta abruptamente, nos obliga a mirarlo de cara. Cercano y silencioso. Flagrante y desnudo como un lienzo de pared destacado de la mesa confusa a la que pertenece, para concentrar su energía y materializar su violencia. Flagrante y desnudo. Con el impacto de la propia realidad, no de la realidad filtrada, o negada, o recompuesta según algún esquema estético. La realidad inmediata bajo su aspecto más concreto, más común, más indefinido: la materia. Todo el arte de Tàpies consiste en hacer que nazca y ascienda la materia, en liberar su energía y su duración, dejar que viva y se exprese según su ley o su capricho, eximiéndola de cualquier otra obligación y, en primer lugar, de la del pintor. Él, como al acecho detrás de la tela (donde firmará), espera que la materia divulgue su secreto. Todo el arte de Tàpies consiste en volverse ausente, en borrarse ante aquello que es lo más cercano y lo más alejado del hombre, y en no intervenir sino para dejarle campo libre, dentro de los límites de la tela. Es ahí donde le aprieta el zapato: la materia no se somete sin rechistar ante las dos dimensiones del cuadro, se rebela, las rebasa… De ahí el relieve y las depresiones, las hinchazones y los salientes, las desgarraduras y las perforaciones que afectan a veces al propio lienzo y siempre delatan un impaciente deseo de transgredir la superficie. Entre el espacio y la materia se desarrolla un conflicto que un pacto frágil parece suspender, no resolver, y cuyas tensiones internas, en su inmovilidad silenciosa, sigue emitiendo una radiación de energía que nos alcanza, nos implica, nos hace vacilar de entrada frente a la evidencia plástica y poética del cuadro.

Pero hay otra manera de ver que no debe sustituirse, sino alejarse con la primera como la letra con la música. El ojo se recobra, restablece la distancia y, con ella, la duración discontinua y la interrogación. El hechizo se vuelve lectura. Aparece entonces como la materia incansablemente interrogada por el pintor, con idéntica obstinación devuelve tan sólo una respuesta, expresa una única obsesión: la relación de sus encuentros y de su intimidad con el hombre. Cuando le afecta viene de él; cada accidente, cada huella designa al hombre sin nombrarlo. Se halla en cada tela la huella de la mano, de la uña, del instrumento, la medida de un movimiento, exacto o negligente. O es la regularidad de las formas, su geometría imperfecta, su simetría afirmada las que atestiguan el origen humano. O la disposición rítmica de los signos, su repetición, su paralelismo, su alineación. O también la transposición frecuente de los graffiti o de la escritura en grafismos revueltos. Y la tela cobra el aspecto de un muro, tema máximo de la obra de Tàpies, de un muro deteriorado y gastado que parece tanto más vivo cuanto más es atacado, ensuciado, corroído, como si respirase por sus heridas, como si su lepra y su salitre fueran la levadura del cuadro. El muro que cada uno de nosotros sigue interminablemente cada día y roza o araña sin mirarlo. Tàpies nos inmoviliza ante lo que percibimos normalmente en una sucesión de imágenes que se recubren y pronto se borran, y nos sigue siendo desconocido por exceso de familiaridad. Basta con sustituir a este desfile de impresiones figurativas de repentina inmovilidad de una visión fragmentaria, hecha espacio, hecha cuadro, para que presenciemos lo que nunca pudimos distinguir por haberlo visto siempre. Este muro es la recopilación de todas las huellas dejadas por el hombre, un hombre cualquiera, un transeúnte callejero, innumerable y solitario, un hombre cuyos rasgos distintivos se hubiesen borrado, se hubiesen esfumado en una duración sin edad y en un lugar indeterminado. Este muro es un soporte bastante impresionante como para recibir las menores huellas, bastante dúctil y resistente como para plasmarlas en su verdad y restituirnos su frescor. Muro palimpsesto, sensible a la erosión de un movimiento y de un soplo sin identida, a los graffiti indescifrables, a la firma velada de un testigo desaparecido. La doble acción conjugada de la materia, que es expansión y energía, y la de la recopilación de marcas y accidentes que hacen cuerpo con ella, amasados en su sustancia, imponen con poder obsesivo la presencia de un ausente, su paso, su desaparición ardiente, y la inminencia de su retorno.

Retorno esperado, despertar presentido, que las telas recientes parecen precipitar. El color aparece; azules, anaranjados, rojos han desgarrado la sorda monocromía de los ocres, de las tierras y los grises. Surgen objetos y figuras, huellas o relieves de utensilios o de muebles, esbozos o fragmentos de cuerpos inscritos, despegados en el revoque de la pared. Tàpies no se ha convertido a una realidad antaño repudiada. Nada ha cambiado en su manera de pintar ni en su propósito creador. No pinta, no representa un sombrero, unas gafas o una mano. La mano, las gafas y el sombrero aún no son, en rigor, sino accidentes matéricos. Insertos en su curso azaroso, en su ciego espesor, sólo a la materia deben su legibilidad y su fuerza expansiva. Tàpies lo sugiere a veces con sus títulos: no se trata de una nuez ni de un pie, sino de Materia con forma de pie, de Materia plegada en forma de nuez. El objeto no se sitúa en un espacio, invade o desborda toda la tela. No es dibujado o pintado, sino impreso en hueco o moldeado en relieve, resulta de un derrame o de una pastosidad. Depende de un trazado esgrafiado. Queda como un avatar o una tentación de la materia, por un momento suspendido de su metamorfosis. Sin desequilibrio de su inversión y el movimiento rabioso que lo cruza, el sombrero se vaciaría de su poder plástico en beneficio mediocre de una anécdota. Las gafas son las lumbreras tapiadas con azul intenso que nos rechazan hacia la exploración de la textura y el descubrimiento de sus estigmas. En cuanto al Desnudo, es un sueño de la materia, un fantasma sustancial que fluye y se esparce en una apariencia de mujer.

Cautivos de la materia, no existen sino en y por ella; figuras y objetos son de la misma índole que las huellas y accidentes de la pared y, como ellos, nos devuelven a la totalidad del cuadro a su plenitud interrogadora. Presencias negativas o deseos de ser, y no imágenes traspuestas del mundo exterior, su amplificación y su opacidad las neutraliza. No se afirman sino para negar, despersonalizarse y hacer brotar de su contradicción esta especie de energía lagunar que da a la pintura de Tàpies su abertura y su vigor, su gradación en lo desconocido, su indivisibilidad.

La obra acabada: la identificación de la brecha y de la pared.