Ojarasca 114 octubre 2006

Hay despertares que siguen creciendo. Recorren la América entera desde hace veinte años. Los poderes que tan exitosos fueron durante décadas para hacer invisibles a los pueblos indios, o reducirlos a "problema" asistencial y demográfico, empiezan a pagar el precio de su ceguera. Aquellos, los borrados, los condenados a la que parecía la última escala de un genocidio de siglos, tan pronto abrieron los ojos soñaron con las manos abiertas y se empezaron a juntar para afirmarse, para resistir la desigualdad, la injusticia y la conquista final de sus fronteras. Dijeron, como los zapatistas de México: "ya basta".

En Ecuador probaron que podían paralizar el país, pues de ellos dependía su marcha; que podían tumbar presidentes y ocupar el centro del debate nacional. En Bolivia han resistido siempre, y ahora han alcanzado, hasta cierto punto, el poder político nacional. Evo Morales no es el primer indígena presidente en Latinoamérica, ni el segundo, ni el tercero. Pero antes que él, ninguno había asumido su condición, su naturaleza cultural, su identidad. Aymara y presidente, en ese orden, y así, jefe de todo el Estado.

La rebelión de Oaxaca deja claras dos cosas: que el gobierno federal sigue sin ver a los pueblos indios (cree que puede resolver el conflicto sin ellos), y que ya nunca podrá haber un México sin estos pueblos, como reza la consigna definitoria del Congreso Nacional Indígena. Lo mismo ocurre hace dos décadas en Chiapas, y aún se les borra y minimiza.

Incluso en las dos naciones donde su inmensa población indígena parece de momento derrotada -Guatemala y Perú-, los pueblos caminan, se dan las manos y van tomando palmo a palmo los territorios que les corresponden, no sólo en el espacio geográfico, sino sobre todo en los espacios de la conciencia colectiva, la cultura, la conducción política, la historia.

En Chile, los hasta hace poco invisibles mapuches representan el principal desafío a la democracia de la burguesía criolla quesque de izquierda. En Colombia, los indígenas representan la reserva moral de un país hundido en la narcocorrupción endémica, la guerra civil como negocio y la derechización galopante. En Venezuela son un incómodo pero inevitable recordatorio al gobierno de Hugo Chávez de que sin ellos, la República Boliviariana sería embustera.

Para Norteamérica, los indios mexicanos, en sus comunidades o migrando (y en las comunidades de su migración), en los campos y las ciudades, se han vuelto indispensables a contrapelo de las doctrinas bancomundialeras, el despojo masivo y programado de sus tierras, el sometimiento económico. Si su epicentro es nuestro país, la huella recorre Estados Unidos y alcanza Canadá. Pero si acá "no se ven", mucho menos allá.

Aún falta. Pero el camino está abierto y ya sólo se ensancha. Conecta el elemento profundo de México, Ecuador, Bolivia, con el destino de las naciones que serán pluriculturales y plurinacionales o no serán. Es decir, seguirán siendo uniformes y verticales, en proceso de desintegración neoliberal a un elevado costo de sufrimientos e ilegitimidad. La visibilidad de los pueblos indios es garantía de las soberanías nacionales.

***

En este escenario de México y Latinoamérica la lucha sigue, y Ojarasca también. En octubre cumplimos 17 años de caminar al lado de los procesos de los pueblos, dando lugar a sus voces y poniendo nuestras páginas al servicio de ellas. Todo un privilegio que seguimos celebrando.
 

Los pueblos indígenas reescriben el pasado nacional, construyen el presente y le humanizan el rostro al futuro.

umbral