Usted está aquí: martes 17 de octubre de 2006 Economía Mito y realidad del modelo sueco

POLITICA LABORAL

Mito y realidad del modelo sueco

Los extranjeros observan con envidia el éxito económico de Suecia. Entonces, ¿por qué los suecos votaron contra sus ex gobernantes socialdemócratas el mes pasado?

Economist Intelligence Unit/The Economist

Ampliar la imagen El puente de Oresund, que va de Suecia a Dinamarca, es un ejemplo de los proyectos de infraestructura que Europa necesita para su recuperación económica Foto: Tomada de www.schillerinstitute.org

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ESTOCOLMO. Para la mayor parte de Europa, la década pasada fue deprimente. El lento crecimiento, el alto desempleo, la carga de la elevada deuda pública y la caída de la competitividad han renovado las dudas sobre la sustentabilidad del "modelo social" europeo que, además, comienza a crujir bajo el peso de una población que envejece. El joven dinamismo de Estados Unidos y, ahora, de China e India parece condenar al viejo y decrépito continente a permanecer en la sombra. Sin embargo, siempre ha habido un punto de luz en la penumbra: Escandinavia.

En años recientes, los defensores del modelo social europeo -un capitalismo moderado por un generoso e intervencionista Estado de bienestar- han puesto a Escandinavia por las nubes. La región nórdica tiene los impuestos más altos del mundo y los beneficios sociales más generosos. Suecia, Finlandia y Dinamarca (el petróleo de Noruega la coloca aparte) han presentado vigoroso crecimiento y bajo desempleo, y están clasificadas entre las economías más competitivas. Las empresas nórdicas son fuertes en tecnología, investigación y desarrollo. Sus sistemas educativo y de asistencia médica despiertan gran admiración. Y, a diferencia de otros países europeos, la mayoría de los estados nórdicos tienen presupuestos sanos y superávits de cuenta corriente.

Suecia, cuyos 9 millones de habitantes la hacen el país nórdico más grande, es uno de los favoritos. Hace un año, el periódico británico The Guardian dijo que era la sociedad más exitosa que el mundo hubiese conocido alguna vez. Como para confirmarlo, su economía creció a una crepitante tasa anual de 5.6 por ciento en el segundo trimestre de 2006, suficiente para provocar el aumento adicional de las tasas de interés del banco central. Las grandes empresas de Suecia, como Ericsson, SKF, Telia y Volvo, rompen marcas de exportaciones.

Una visita a Estocolmo, la capital, confirma que la vida para la mayoría de los suecos es bastante agradable. Sin embargo, hay descontento en el ambiente, lo cual había venido causando nerviosismo entre los socialdemócratas que gobernaron Suecia, solos o con otros partidos, durante 65 de los 74 años pasados y que el 17 de septiembre enfrentaron, otra vez, unas elecciones generales. Parecía difícil una derrota de los socialdemócratas: estaban bien afianzados, bien financiados, y su líder, Goran Persson, primer ministro durante una década, es un político experimentado. Pero hace tres años Persson perdió un referendo para unirse al euro y, aunque las encuestas mostraban estrecha distancia, la mayoría favorecía a la oposición de centro derecha, alianza de cuatro partidos alrededor de Fredrik Reinfeldt, líder del Partido Conservador, quien al final se levantó con la victoria.

Considerando los resultados económicos de Suecia, parece una absoluta ingratitud. Muchos dicen que sólo refleja el paso del tiempo. Jan Eliasson, ex ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, observaba: "Hemos estado en el poder mucho tiempo. Las sociedades democráticas son susceptibles al deseo de cambio". Pero los críticos del gobierno señalan otros factores. Uno es una serie de escándalos, inclusive varios casos de nepotismo que dieron a los socialdemócratas la apariencia de un partido arrogante y demasiado acostumbrado a las ventajas de gobernar. El otro es la incompetencia, en especial la lenta respuesta del gobierno ante el tsunami asiático de diciembre de 2004, en el cual murieron 543 suecos.

Pero la queja más grande era, quizás de manera sorprendente, la economía. La oposición sostenía que el desempeño económico de Suecia no es tan bueno como creen sus admiradores. Si esto es así, tiene implicaciones para las otras economías nórdicas, y despierta dudas sobre si otros países europeos tienen razón en mirar hacia el norte en búsqueda de un modelo.

Sin duda los mejores años de la economía sueca pasaron hace tiempo. Entre 1870 y 1950, el crecimiento promedio del PIB sueco y de su productividad fue, según ciertas mediciones, el más rápido del mundo. En 1970, Suecia ocupaba el cuarto lugar en riqueza entre los miembros de la OCDE. Pero durante la mayor parte de los pasados 50 años la historia ha sido de relativo descenso, incluida una profunda recesión a principios de los años 90 (ver gráfica 1). Para 1998 había caído al puesto 16 de las clasificaciones de la OCDE. Desde entonces se ha recuperado un poco, pero el crecimiento relativamente fuerte de la pasada década debería verse, sobre todo, como una recuperación de la depresión de los años 90.

Con todo, hasta la oposición aceptaba que Suecia posee envidiables ventajas económicas. Anders Borg, principal consejero de Reinfeldt, elogió las bien administradas empresas del país, orientadas a la exportación, de alta tecnología y capacitada mano de obra. La participación femenina en la mano de obra es mayor que en muchos otros países; gran parte de los suecos dominan el inglés y conocen a fondo el manejo de las computadoras. Suecia es uno de los pocos países ricos de Europa para los cuales la globalización ha sido un beneficio, no una amenaza.

Muy pocos empleos

En contra de lo anterior actúan dos grandes debilidades. La peor es la que se refiere al empleo. Par Nuder, ex ministro de Finanzas, presumía de que Suecia tenía la tasa de empleo más alta de la Unión Europea, después de Dinamarca: poco más de 70 por ciento. La tasa oficial de desempleo es de 6 por ciento. Pero Suecia es un campeón mundial en manipular sus índices de desempleo, que excluyen a quienes se encuentran en programas gubernamentales de autoempleo, a quienes han sido obligados a aceptar jubilaciones anticipadas y a los estudiantes en busca de empleo. A muchos trabajadores dados de baja por enfermedad se les incluye en la tasa de empleo (las prestaciones por enfermedad representan 16 por ciento del gasto público). El ausentismo es común.

A principios de este año, el Instituto Global McKinsey estudió el mercado laboral de Suecia y encontró que la tasa de empleo disminuyó en la década pasada. Magnus Henrekson, del Instituto de Investigación de Economía Industrial, dice que Suecia no ha creado casi ningún empleo neto en el sector privado desde 1950* (ver gráfica 2). El desempleo juvenil está entre los más altos de Europa. Los investigadores del Instituto McKinsey concluyeron que el índice de desempleo ''real'' está en 15-17 por ciento, lo que coloca a Suecia entre los peores generadores de puestos laborales en la UE y se traduce en más de un millón de personas sin trabajo.

La escasez de empleos es sentida de manera más aguda por la población inmigrante, que crece a ritmo acelerado. Hace 30 años Suecia era un país mayoritariamente homogéneo, pero hoy 10 por ciento de su pueblo (y una séptima parte de los que están en edad laboral) nacieron en el extranjero.
La mayoría de los nuevos inmigrantes -en especial la población musulmana, cada vez mayor- no se ha integrado tan bien como los que llegaron en los años 70 y 80. Pero el problema más grande para los inmigrantes, como para los jóvenes suecos, es el empleo.

El resultado es un preocupante nuevo grupo de personas excluidas en la sociedad sueca. Mauricio Rojas, quien llegó de Chile en 1974 y es ahora miembro del parlamento por el Partido Liberal, dice que el número de ''áreas excluidas'' -zonas deprimidas en términos de empleo, alojamiento, acceso al transporte, seguridad, etcétera- se ha elevado de tres en 1990 a 157 en la actualidad. La mayoría están densamente pobladas por inmigrantes.

Los obstáculos a la creación de empleos proliferan. Aunque durante mucho tiempo las grandes empresas del país han prosperado, el clima legal y fiscal es hostil para las empresas más recientes y pequeñas. Sólo una de las 50 empresas más grandes de Suecia fue fundada después de 1970, y el país tiene la tasa más baja de autoempleo en la OCDE. La muy alardeada alianza tripartita entre gobierno, patrones y sindicatos funciona si el patrón es una gran empresa establecida; para una nueva o más pequeña, sólo representa gastos adicionales. Los altos impuestos personales y las generosas prestaciones de la asistencia pública -que paga a las personas que pierden su empleo 80 por ciento de sus ingresos anteriores durante tres años- desalientan el trabajo. El ''encaje fiscal'' (el costo no salarial de los empleos) es demasiado alto, sobre todo para quienes tienen bajos ingresos.

Además de todo, el mercado laboral se encuentra muy regulado. El consejo gubernamental del mercado laboral, alguna vez blanco de elogios por sus activas políticas de empleo, ahora encuentra sólo una décima parte de los puestos que los desempleados toman a la larga. Assar Lindbeck, veterano economista, sugiere que el consejo se convirtió en una vaca sagrada socialdemócrata que debe ser sacrificada por el nuevo gobierno.

Aunque no haya un salario mínimo formal, en la práctica los poderosos sindicatos suecos hacen valer uno. Las condiciones de los contratos colectivos son establecidas, en su mayoría, por sindicatos que tienen aversión al trabajo temporal o de media jornada. En Waxholm, al norte de Estocolmo, durante el periodo 2004-2005 los sindicatos obligaron a una empresa letona, que había ganado un contrato para construir una escuela, a aplicar contratos colectivos suecos a los trabajadores letones. La empresa cayó en bancarrota, y el flujo de trabajadores baratos de Europa del este -Suecia fue uno de los tres países de la UE que aceptaron de manera abierta su llegada, en 2004- se detuvo. En contraste con los sindicatos daneses (ver nota), los suecos han elevado el costo de despedir a un empleado, lo que desalienta la contratación.

Demasiados en el sector público

Un excesivo sector público ha sofocado el crecimiento del empleo en la industria de servicios. El sector público de Suecia es, de hecho, el segundo defecto principal de la economía. Representa 30 por ciento del empleo total, dos veces el porcentaje de Alemania. Y, aunque las cifras de productividad del sector público no sean confiables, una evaluación reciente de eficacia productiva coloca a Suecia en el fondo de todos los países de la OCDE (ver gráfica 3).

Considerando el pobre índice de empleo de Suecia y sus altos impuestos, ¿por qué tantos votantes siguieron sufragando por los socialdemócratas durante tanto tiempo? Una respuesta es que son muchos los que dependen del Estado: cerca de 30 por ciento trabajan para él y poco más de 30 por ciento reciben algún subsidio. Rojas ofrece otra respuesta. Al preguntársele por qué el programa de la oposición era mucho más centralista que en 2002, sugiere que una gran lección del pasado fue hacer ver que era un error atacar al gobierno con demasiada ferocidad, ya que ''todos los suecos son, en cierta medida, socialdemócratas''. En otras palabras, un ataque a los riesgos de la democracia social se habría visto como un ataque contra la propia Suecia.

Reinfeldt fue cauteloso en esta ocasión. Desde que su partido perdió con gran desventaja en 2002, lo ha redefinido; inclusive le cambió el nombre por Nuevo Partido Conservador. En el pasado, la oposición de centroderecha se dividió en cuatro partidos en guerra. Esta vez, Reinfeldt contó con los cuatro partidos que estuvieron de acuerdo en un programa común y se mantuvieron juntos durante la campaña. En cambio, los socialdemócratas rechazaron negociar con los partidos verdes y de izquierda más pequeños, que respaldaban al gobierno pero no formaban parte de él. La incertidumbre que afectaba a la derecha en el pasado fue sustituida por la falta de claridad de la izquierda.

La alianza no propuso bajar impuestos ni desmontar el sistema de seguridad social, pero sí reducir el impuesto de nómina sobre salarios inferiores, más un nuevo crédito fiscal para los trabajadores, lo que debe impulsar el empleo. La alianza planteó que esto se pagaría, en parte, disminuyendo las prestaciones al desempleo, de casi 80 por ciento del ingreso anterior, a 65 por ciento. Asimismo, prometió una mayor desregulación, sobre todo de servicios, e impulsar la privatización. Aunque los socialdemócratas de Suecia, a diferencia de otros partidos de izquierda de Europa, nunca nacionalizaron grandes franjas de industria, el gobierno tiene todavía participaciones accionarias que podría vender. Y la mayor parte de las empresas de servicios son de propiedad pública.

Por su parte, el programa de los socialdemócratas no representaba ningún cambio. Lejos de reducir las prestaciones al desempleo, el gobierno prometía elevarlas. En cuanto a la liberalización, Nuder decía sin rodeos: ''hemos desregulado demasiado''. En efecto, no veía la necesidad de realizar más reformas económicas. A los suecos que tenían empleos de tiempo completo, sobre todo en el sector público, esa promesa de continuidad pudo parecerles atractiva. Para los jóvenes desempleados e inmigrantes no lo fue tanto. Estos fueron los grupos que, de acuerdo con las encuestas, inclinaron la elección a favor de Reinfeldt.

Magnífico, si se arma poco a poco

¿Dónde ha quedado el tan pregonado modelo sueco? La mayoría de los suecos están cansados de oír a los extranjeros elogiar la perfección de su sociedad. Lindbeck ha sugerido que donde realmente tienen fortalezas económicas es en una variedad de mercado esencialmente angloestadunidense. Según Johnny Munkhammar, director del centro de investigación y análisis Timbro, de tendencia conservadora, la economía de Suecia ha prosperado cuando ha sido más liberal y ''de bajos impuestos'', y se ha descarrilado cuando los impuestos han sido más altos y la regulación ha sido mayor.

La verdad es que no hay un modelo económico a seguir para otros países, ni siquiera para los estados nórdicos. Ni la afiliación a la Unión Europea ni la adopción del euro parecen necesarios: Suecia está dentro de la Unión Europea, pero no con el euro, Finlandia está en ambos, Noruega no está en ninguno. Países diferentes tienen fuerzas diferentes. Ensanchando la geografía, Bildt propone su propia e irónica receta del "modelo nórdico" perfecto: la educación de Finlandia, la política fiscal progresiva de Estonia, el mercado laboral de Dinamarca, el espíritu emprendedor de Islandia, la administración sueca de las grandes empresas y el petróleo de Noruega. La conclusión exacta, en otras palabras, es que lo más sabio es no buscar un modelo único de país, sino adoptar la mejor práctica donde quiera que se encuentre.

FUENTE: EIU/ Info-e

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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