Usted está aquí: jueves 19 de octubre de 2006 Opinión El falso dilema del PRD

Soledad Loaeza

El falso dilema del PRD

La elección de Tabasco obliga al Partido de la Revolución Democrática a hacer una reflexión, si es que no quiere hablar de autocrítica, a propósito de las razones de la derrota. No basta con culpar al gobierno priísta del estado. El recurso parece demasiado fácil, y poco convincente porque la movilización de protesta en contra de los resultados de la elección presidencial reanimó los instintos antisistema del PRD de los primeros años, así como muchos de los prejuicios que frenaron su crecimiento. El arrogante desafío de López Obrador a las instituciones y la prevalencia de la movilización en las calles sobre la vía de los procedimientos de ley han tenido un costo muy alto para el partido, pues nuevamente es visto como un actor político poco confiable cuyo comportamiento es más un obstáculo que un impulso a la transformación del país. Este juicio no es sólo injusto, sino peligroso.

A pesar de su muy accidentada historia el PRD ha sido una pieza clave en la democratización del país. Su colapso en la opinión pública o su eclipse detrás del liderazgo herido de López Obrador, abrirían un vacío en el sistema político que generaría graves desequilibrios. Muchos hablan del surgimiento del bipartidismo en México, pero dada la historia del PRD y de las izquierdas mexicanas los efectos de la derrota apuntan más hacia el fraccionamiento y la dispersión. La formación del Frente Amplio Progresista podría detener semejante proceso. De cristalizar el FAP también resolvería el falso dilema que podría plantear el lopezobradorismo: la idea de que sólo el liderazgo de AMLO garantiza la unidad del PRD y de las fuerzas afiliadas.

El pasado septiembre la empresa encuestadora BIMSA dio a conocer los resultados de una encuesta nacional que no dejan lugar a dudas respecto a la necesidad de que el principal partido de izquierda del país haga una evaluación crítica de sus resultados electorales a partir de la actuación de sus candidatos en este año. A la pregunta de "¿Por quién votaría usted si hoy se repitieran las elecciones para Presidente de la República?" El 55 por ciento de la preferencia nacional efectiva favoreció a Felipe Calderón, mientras que el 28 por ciento se inclinó por López Obrador, lo cual significa que durante el verano de la movilización el ex candidato perredista perdió muchos puntos porcentuales. Tantos que hasta da pena hacer el cálculo.

De la misma manera que en la elección de julio pasado la fuerza del liderazgo de López Obrador arrastró a su partido y le aseguró un avance espectacular en todo el país, que se refleja en primer lugar en el crecimiento de la presencia perredista en el Congreso, en las semanas que siguieron la identificación con el ex candidato le ha significado al partido una pérdida notable en la opinión pública. Según la encuesta arriba mencionada, a la pregunta "¿Por cuál partido y candidato nunca votaría usted para Presidente de la República si el día de hoy se repitieran las elecciones?", el binomio AMLO-PRD registró un porcentaje de rechazo de 31 por ciento, diez puntos más que en julio. Un resultado que es comparable al que obtenía el binomio Madrazo-PRI hasta el pasado mes de mayo.

La impronta personalista está presente en la identidad del PRD. El pivote de su fundación fue Cuauhtémoc Cárdenas, en torno a su persona se aglutinaron individuos y grupos y se diseñaron estructuras. Cuando abandonó la posición formal de presidente del partido se convirtió en lo que es un arcaísmo de la política mexicana: el líder moral. Una autoridad superior, que es más que un referente, porque efectivamente influye sobre procesos internos de la organización, es una de las caras del partido hacia el exterior, pero no está sujeto a más limitación que la que le impone la imagen que tiene de sí mismo. Si en los primeros años del partido el liderazgo de Cuauhtémoc fue decisivo para introducir cierta coherencia entre las diversas fuerzas que se congregaron en el PRD bajo la hegemonía de ex priístas, cuando asumió el liderazgo moral gradualmente se convirtió en un factor de división. Incluso se le atribuyó la derrota en la elección presidencial del 2000.

Al crepúsculo del liderazgo cardenista le sucedió el amanecer del lopezobradorista. Sin embargo, la organización cuyo control asumió López Obrador había alcanzado un desarrollo institucional superior; por consiguiente frente a la personalización del poder debió de haber mostrado más mecanismos de resistencia que en el pasado. No fue así. Desde el noveno Congreso Nacional, celebrado en abril de 2005, y la elección de Leonel Cota a la presidencia del partido, los perredistas se han comportado como fieles seguidores de un líder que los deslumbra por su capacidad de movilizar multitudes, como si ellos mismos no supieran que puede hacerlo gracias menos a su oratoria que a las redes clientelares que el partido ha construido o reconstruido. De Gaulle, Churchill y otros líderes vivieron en carne propia las consecuencias de creer que el carisma era un rasgo permanente de su personalidad. Tenían que haber aceptado que la coyuntura hace el carisma y que no dura para siempre. Así la izquierda en México tendría que saber que no puede apostar su futuro a la consagración del líder, quien ha cumplido su misión. Ahora basta con darle las gracias por los servicios prestados, regalarle un reloj conmemorativo, y seguir adelante.

 
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