Usted está aquí: jueves 19 de octubre de 2006 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega

Agustín Carstens, un nombramiento "práctico"

Inventor de gravar libros, periódicos y revistas

Insistirá en lograr las reformas estructurales

La pobreza, según el presidente electo

No cabe duda que es un nombramiento de importancia, pero tal pareciera que la designación de Agustín Carstens no fue como coordinador del programa económico (léase secretario de Hacienda) de la "continuidad", sino como presidente de la República, porque lo único que se escucha y se lee es -loa tras loa- sobre su renuncia al FMI y su incorporación a la administración pública que viene, mientras el Felipillo se mantiene, como desde el principio, en un alejado segundo plano.

Carstens ha dicho que retomará "todo lo bueno" del sexenio del "cambio", aunque hará "los ajustes necesarios"; que "trataremos de ser pragmáticos (y) no dogmáticos", y que "no tomaré como fuente de inspiración" al Fondo Monetario Internacional". Nadie sabe qué podrá rescatar de la administración gubernamental que, felizmente, concluye, pero difícil es creerle en aquello del rechazo al dogmatismo económico y en eso de la "fuente de inspiración".

Prueba de lo anterior es que no ve otra salida para armar el "nuevo proyecto" económico -se supone que el del Felipillo- que el de insistir en las "reformas estructurales" (energética, fiscal y laboral, en primera instancia), directriz marcada en la primera página del manual fondomonetarista. En pocas palabras, no habrá que esperar cambios en la política económica que con fervor religioso y muy pocos resultados se aplica en el país desde hace cinco lustros.

Habrá que tener presente, sin embargo, su pronunciamiento por lo "práctico" y no lo "dogmático", porque (ya que de él será la responsabilidad de insistir en la fracasada "reforma" fiscal del "cambio") no hay que olvidar que Agustín Carstens fue uno de los "inventores" de gravar los libros, periódicos y revistas con el impuesto al valor agregado, amén de los alimentos y medicamentos.

Allá por finales de marzo o principios de abril de 2001, en plena grilla para sacar adelante en el Congreso la "reforma" fiscal del "cambio", el entonces subsecretario de Hacienda frescamente sostenía que "los libros son como cualquier mercancía, por lo que deben causar IVA; cuando se trata de recaudar recursos es muy difícil hacer excepciones", y un paquetito de hojas blancas lleno de letras negras no tenía por qué ser la excepción.

Y precisaba que "los recursos que se obtengan de los impuestos serán destinados a fortalecer la educación pública para aumentar el número de gente que deja de ser analfabeta; (entonces) el combate al analfabetismo redunda en que haya mayor número de lectores... Los escritores ignoran que gran parte de los libros que se usan en el país son dotados por el gobierno".

Fue uno de los primeros roces con la realidad, y los sesudos conceptos de Carstens sólo provocaron lo que era obvio. En su momento, La Jornada lo resumió así: "autores, editores y lectores llegaron hasta las oficinas recaudatorias de la Secretaría de Hacienda, en avenida Hidalgo (DF), para protestar por el IVA a libros, medicinas y alimentos, y dejar sus palabras, en pancartas, en volantes, en discursos, en consignas para que éstas se cruzaran y reprodujeran entre sí, se retroalimentaran, fueran fotografiadas y quedaran de alguna manera respondidas a las afueras del recinto.

"Centenares de personas acudieron a la cita para regalarle libros a Francisco Gil Díaz y, al parecer al final, el acto quedó en el vacío porque nadie quiso recibir los cinco libros que se pretendía entregarle, de los 50 que llegaron, a la Oficialía de Partes. Alguien decidió, quizás espantado por la fuerza de las palabras que se extendían más allá de los acostumbrados discursos o bloqueos violentos de quienes piden legalizar sus autos, o que Hacienda responda del fraude a ahorradores".

Felizmente la intentona falló, pero en los cajones del secretario de Hacienda -gurú de Carstens- se conserva la propuesta original, que a la letra dice:

"Debido a que el sistema fiscal debe ser equitativo y eficiente, en esta iniciativa que se pone a consideración de este H. Congreso de la Unión, se plantea eliminar tratamientos preferenciales, cuya permanencia no se justifica, así como las reducciones impositivas a los sectores dedicados a la agricultura, ganadería, pesca, silvicultura, editores de libros y al autotransporte, los cuales deberán pagar impuestos igual que los demás contribuyentes.

"...se propone gravar todas las enajenaciones que impliquen consumo de bienes a la tasa del 15 por ciento, por lo que en esta nueva Ley (el "reformón" foxista) quedan afectas al pago del impuesto al valor agregado la totalidad de las enajenaciones de bienes que al final de la cadena productiva y distributiva impliquen un consumo de bienes, quedando incluidas las de alimentos, las de medicinas, las de los libros, periódicos y revistas, que son actividades que no se encontraban gravadas en los términos de la Ley del Impuesto al Valor Agregado que se propone abrogar, o estaban gravadas a una tasa distinta a la del 15 por ciento".

Agustín Carstens fue uno de los arquitectos de la mentada iniciativa. Y cinco años después nadie puede garantizar que al ahora calderonista haya sustituido lo "dogmático" por lo "práctico".

Las rebanadas del pastel:

Que no salpique ni reparta: dice el Felipillo que "la pobreza es un problema común" y que "el éxito o el fracaso de la superación de la pobreza no deben adjudicarse a un gobierno, sino verse como el éxito o el fracaso de una sociedad"... Cierto es que a todos afecta, pero no es la sociedad la causante de la pobreza sino, claramente, los gobiernos y su depredadora política económica, la misma que ya se vislumbra con el mini michoacano.

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