Usted está aquí: jueves 19 de octubre de 2006 Opinión Santuarios

Margo Glantz

Santuarios

Una de las cosas que me asombran en este tiempo de fundamentalismos son algunos santuarios, no los dedicados a los santos, recientes o viejos, como el bisabuelo de Marcial Maciel; éste, por haber pecado soto capa y no sentirse arrepentido de sus delitos sexuales aspira a ser santo; o como Fox, quien desea que le erijan un museo - sinónimo de grandeza-, a pesar de que sólo ha logrado deteriorar cada vez más al país. Me gustan los que salvaguardan a los animales en extinción. Los pájaros vuelan a su arbitrio y se reproducen sin que nadie los moleste en el hermoso parque a ellos dedicado en Wellington, Nueva Zelanda; al recorrerlo pueden leerse estos letreros: ''si encuentra a una tatuara, favor de inscribirlo en una pizarra", colocada expresamente al lado del letrero. Y las tatuaras son descendientes de los saurios prehistóricos, su color es como el de la arena, gracias a lo cual se mimetizan con la tierra y se confunden con ella, sobre todo porque casi no se mueven. En la Universidad de Wellington hay una gran vitrina que reproduce la flora de la región y, a un costado, como estatua, una tatuara. Me la presentaron.

Y, aunque mis amigos naturalistas se burlen de mí por mi ignorancia e ingenuidad, sigo sosteniendo que uno de los animales australianos que más me gusta es el dingo, el perro que no ladra, y me entusiasma este silencio porque cuando Colón desembarcó en América dispuesto a civilizarnos buscaba entre los miles de monstruos que presumiblemente habitaban este continente a los perros mudos. Y yo, perdida entre otros turistas en el santuario de Healeville, cerca de Melbourne, verifiqué que en verdad en Australia hay un tipo de perros que no ladran. Pues, ¿qué es el dingo, entonces? El canus lupus dingo, desciende probablemente del lobo indio y se cree que es un perro salvaje australiano, pero su territorio no se restringe ni se originó allí. Emparentado con los lobos del sudeste asiático, los cráneos más antiguos de dingos se encontraron en Australia hace alrededor de 3 mil 500 años y los actuales son quizá mezcla de distintas domesticaciones de lobos en distintas épocas.

Pero, insisto, a mí lo que me interesa es que no ladren.

También me entusiasmaron los platybus que en castellano llevan el horrible nombre de ornitorrincos y, éstos sí, originarios de Australia y junto con el equidna -del griego, víbora hembra (¿?)- (oso hormiguero, habitante de Australia y también de Nueva Guinea), son los únicos monotremos o mamíferos que ponen huevos en todo el planeta. ¿Bilingües, bifrontes, bisexuales, monstruosos, como le hubiera gustado a Colón?

Parece que el emú es el pájaro más tonto de la Tierra. Oriundo de Australia, es pariente de otras aves corredoras, los ñandúes, los avestruces y los casuarios (me encanta el nombre); habita en las llanuras, no es tan agresivo como el casuario ni tan dócil como el ñandú y, a diferencia de las hembras de los ornitorrincos que incuban sus huevos, son los machos los que lo hacen y cuidan a los pichones recién nacidos. La carne del emú, así como la del canguro, es comestible y, dicen, sabrosa.

Los diablos de Tasmania asustaron a los europeos cuando pisaron tierra australiana, sus aterrorizadores gritos, su color negro, sus hábitos nocturnos y su mal genio hicieron que los ''descubridores'' los llamaran diablos y, aunque su tamaño sea el de un perro pequeño, tienen aspecto temible. El que yo vi en Healeville chillaba, abría el hocico enseñando sus puntiagudos dientes y en la cola y las orejas tenía manchas rojas que además de su voz le conferían tintes diabólicos. La rojez es resultado de un tumor que pone en peligro su especie, aunque estén totalmente protegidos en ese continente.

Termino este incompleto inventario con la kookaburra, pájaro pescador nativo de Australia y Nueva Guinea; su nombre proviene de la palabra aborigen guuguubarra: un signo distintivo de esa ave es que en una de sus modalidades (Dacelo novaeguineae) imita la risa humana y, otra de ellas (dacelo leachi), un poco más pequeña y de alas azules, emite un cacareo enloquecido y siniestro.

Después de oír a estas aves y al pájaro-lira cantar un aria, admirar la mudez del dingo y contemplar la ferocidad del diablo de Tasmania, comprobé de nuevo que Colón se había equivocado totalmente de territorio, su misión era descubrir Australia, pero le tocó a Cook, para gloria inglesa. Entendí además por qué en una región tan lejana se construyó un edificio tan moderno para escuchar ópera.

 
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