Usted está aquí: viernes 20 de octubre de 2006 Opinión Hannah Arendt en su centenario

José María Pérez Gay/ IV

Hannah Arendt en su centenario

En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt describe y lamenta la decadencia de las tradiciones políticas y democráticas durante la década de 1920 en Alemania, antes del ascenso de Hitler al poder. El cambio toma un rumbo inequívoco: de la democracia imperfecta y parlamentaria a la supremacía de los procesos y las denuncias, del Estado al partido único, del partido al movimiento nacionalsocialista. El Estado del Tercer Reich tenía dos funciones: por un lado se convirtió sólo en una fachada que -desde la perspectiva de la política exterior- representaba al Reich alemán ante los estados no totalitarios; por el otro, se reducía a un aparato administrativo, cuyo fin era el mantenimiento de la raza aria, así como el Estado bolchevique, según la propaganda oficial, era un instrumento en la lucha de clases. El Estado total de Mussolini era una patraña.

El terror es el rasgo distintivo del totalitarismo; y como el mismo totalitarismo, inexplicable. Terror no es lo mismo que violencia; más bien es el fondo y la forma del régimen, nace cuando la violencia, después que ha destruido todo poder, en lugar de abdicar retiene el control de la sociedad. Así se explica la máxima irracionalidad del terror. No debemos confundir el terror totalitario con la tiranía o el espanto de las guerras civiles. Al contrario de la violencia que persigue fines políticos, el terror no persigue ninguno. No es tampoco un medio para eliminar a los adversarios, sino la señal de que el poder político desapareció hace tiempo.

El terror nazi como el bolchevique se propone aislar a sus enemigos del mundo exterior, recluirlos en campos de concentración; tratan a quienes recluyen como si ya estuvieran muertos. Ni siquiera notifican sus muertes; no sólo quieren anunciarnos que los reclusos han muerto, sino que nunca han existido. Por ese mismo motivo, cualquier indagación posterior sobre su destino carece de sentido. Nunca ha existido en toda la historia negreros -escribe Arendt- que consumieran a sus esclavos con tal celeridad. El trabajo forzado en los campos nazis y bolcheviques significa no sólo arresto y deportación -cortar los vínculos de las víctimas con el mundo de los vivos-, sino también observar cómo ellas "expiran", pues pertenecen a una clase moribunda; su exterminio estaba ordenado desde mucho antes.

El terror bolchevique se repite periódicamente, no se detiene ante nadie, los ejecutores del terror pueden ser sin dificultad las víctimas de mañana. Aquí las revoluciones no devoran a sus hijos, como durante la Revolución Francesa: todos sus hijos están muertos. Los funcionarios del partido, así como las policías políticas, son adoctrinados en la lógica totalitaria: son las víctimas y, al mismo tiempo, sus ejecutores. Todo ser humano es, para el régimen totalitario, superfluo. En el campo de Auschwitz, por ejemplo, no se mataba a ninguna persona determinada, con una identidad inconfundible, la historia de una vida irrepetible, sus convicciones y sus intereses, sino más bien se liquidaba sólo a un ejemplar de la especie hombre. Los campos de concentración no sólo sirven para exterminar personas, sino que impulsan el monstruoso experimento de, bajo condiciones científicas, suprimir el carácter espontáneo del hombre, transforman a las personas en algo que ni siquiera es un animal, sino un haz de reacciones siempre iguales, apunta Arendt.

"El perro de Pavlov, adiestrado para comer cuando no tenía hambre sino cuando sonara la campanilla, es un animal pervertido". El totalitarismo triunfa cuando los hombres no sólo pierden su libertad, sino también sus pulsiones y sus instintos, cuando consigue la transformación de seres humanos en animales pervertidos. En condiciones normales nadie puede lograr esa transformación, ni siquiera bajo las circunstancias del terror totalitario. Nuestra espontaneidad nunca puede suprimirse por entero, ya que la vida misma depende de ella. Pero en las condiciones de los campos de exterminio sí es posible en gran medida; en todo caso, dice Arendt, en esos campos se experimentan esas posibilidades y sus resultados con el máximo cuidado. Al arrebatar a los reclusos su individualidad y transformarlos en animales de reacciones idénticas, hay que destruir todo aquello que los remitía al seno de la sociedad humana, destruir todo aquello que los volvía identificables e inconfundibles. El experimento se vería perturbado, como se perturbaron muchos, si tomáramos en cuenta que esos ejemplares de la especie hombre existieron alguna vez como seres humanos reales.

En el polo opuesto de estos experimentos inhumanos, se hallan las purgas soviéticas que se repiten con ciertos intervalos, y en las que los verdugos de hoy se convierten en las víctimas de mañana. En las purgas todo es posible si las víctimas no ofrecen resistencia, si aceptan de buen grado su nuevo destino y cooperan en los grandes procesos ficticios, en los que se hace tabla rasa de sus vidas pasadas y las difaman, en los que todo se inventa y se confiesan los crímenes que las víctimas nunca cometieron y que, en la mayoría de los casos, nunca habrían podido cometer. Es exactamente lo mismo que en el nacionalsocialismo: se proclama que las personas que, durante todos estos años, creímos haber visto, en verdad nunca existieron.

En las purgas soviéticas existe también una suerte de experimento: se pone a prueba la confianza en la formación ideológica de la burocracia, si la coerción interna del adoctrinamiento se encuentra en correspondencia con el terror externo. "En un abrir y cerrar de ojos -escribe Hannah Arendt- las purgas vuelven al acusador el acusado, al verdugo el ajusticiado. Los llamados comunistas convencidos que por negarse a confesar desaparecieron por cientos de miles en el archipiélago Gulag, no pasaron la prueba, porque sólo quien la supera pertenece realmente al aparato totalitario". En este sentido, el terror totalitario ha dejado de ser un medio, y se convierte en la verdadera esencia de esta forma de dominación.

El totalitarismo es la más radical negación de la libertad. Sin embargo, esta negación de la libertad es común a todas las tiranías y no importa demasiado cuando se trata de comprender la naturaleza misma del totalitarismo. Afirma Hannah Arendt que quien no pueda ser movilizado cuando la libertad está amenazada, no se movilizará jamás. Hasta las admoniciones morales, el clamor contra crímenes sin precedente en la historia y no previstos por los 10 mandamientos, seguirán siendo de muy poca ayuda. Si, por ejemplo, Hitler se refirió una y otra vez a los judíos como el centro de putrefacción de la historia, y en apoyo de su creencia, diseñó fabricas para el exterminio de todos los judíos, es un despropósito declarar que el antisemitismo no fue de gran relevancia durante la construcción de su régimen totalitario o que padecía de una locura desgraciada.

El régimen totalitario carece de precedente porque desafía cualquier comparación histórica, es ilegal en la medida en que desafía también la ley positiva; pero no es arbitrario en la medida en que obedece con estricta lógica y ejecuta con escrupulosa compulsión las leyes de la Historia o de la Naturaleza. Su monstruosa pretensión de dominio total radica en que, lejos de ser "ilegal", abreva directamente en las fuentes de autoridad de que todas las leyes positivas -basadas en el derecho natural, o en la costumbre y la tradición, o en el hecho histórico de la revelación divina- reciben su legitimación última. Lo que nos parece "ilegal" sería para el totalitarismo una forma superior de legitimidad. La legalidad totalitaria, al ejecutar las Leyes de la Historia o de la Naturaleza, no se toma el trabajo de traducirlas a los criterios de bien o mal de los seres humanos individuales, sino que las aplica a la "Especie Humana".

Si la ley es, por tanto, la esencia del gobierno constitucional o republicano, el terror es la esencia del gobierno totalitario. La leyes se establecieron, escribe Arendt, para ser límites y mantenerse estables, al permitir a los hombres moverse en su interior; bajo las condiciones totalitarias, por el contrario, se disponen todos los medios para "estabilizar" a los hombres, volverlos estáticos, con el fin de prevenir cualquier acto imprevisto, libre o espontáneo, que pueda entorpecer el libre curso del terror. La culpa o la inocencia se vuelven categorías sin sentido; "culpable" es quien se encuentra en el camino del terror, es decir, quien queriéndolo o sin querer, se puso en medio del movimiento de la Naturaleza o de la Historia.

El terror congela a los seres humanos: los convierte en peones de un ajedrez que desconocen. "Suprime a los individuos en aras de la especie, sacrifica a los hombres en aras de la humanidad", escribe Arendt. Con cada nuevo nacimiento nace en el mundo una nueva promesa, y un nuevo mundo entra en el reino del Ser. La estabilidad de las leyes, que construye los límites y los canales de comunicación entre los hombres, protege este nuevo comienzo y asegura al mismo tiempo su libertad. En el mundo totalitario las leyes desaparecen, todos los individuos son iguales, prescindibles y exterminables. El terror comienza por arrasar los límites de las leyes, pero nunca en beneficio del poder despótico de un hombre contra todos, subraya Arendt, ni en beneficio de una guerra de todos contra todos. El terror sustituye los límites y los canales de comunicación entre los hombres por un anillo de hierro que los presiona a todos tan estrechamente, unos contra otros, como si los fundiese en un solo hombre. "El terror, siervo fiel de la Naturaleza o la Historia, fabrica la unidad de todos los hombres al abolir los límites de la ley. En un gobierno totalitario, como en el Tercer Reich o la Unión Soviética, en que todos los individuos se han convertido en ejemplares de la especie, en que todo hecho se ha transformado en la ejecución de una sentencia de muerte, ya no hay necesidad de interpretar nuestras necesidades, ni interpretar nuestra libertad. "El siglo XX nos ha hecho -dice Arendt- olvidar muchos horrores del pasado, pero nos ha traído el terror del totalitarismo capaz de exterminar al ejemplar de nuestra misma especie".

 
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