Usted está aquí: sábado 21 de octubre de 2006 Cultura Ute Lemper recrea en El Lunario un cabaret del Berlín de los años 20

Noche de nostalgia, amor, desamor y vanguardia para presentar autores clásicos

Ute Lemper recrea en El Lunario un cabaret del Berlín de los años 20

Hoy será la última presentación de la intérprete alemana en el recinto de Reforma

ARTURO JIMENEZ

Ampliar la imagen Ute Lemper, durante una de sus interpretaciones Foto: José Carlo González

En El Lunario, debajo del Auditorio Nacional, entre humos de cigarrillos y copas, y con el ánimo colectivo de sentirse en un legendario antro berlinés de los años 20, la cantante alemana Ute Lemper ofreció una vez más en México su reconocido espectáculo Noches íntimas de Kabarett, una sublime mezcla de canto, humor e interacción con los presentes.

Fue una velada que reafirmó a su público de culto y una noche de nostalgia, amor, desamor e irreverencia, pero además, como sucede siempre con ella, de una vanguardia exquisita con sus modos de recrear a compositores como Kurt Weill, Bertolt Brecht, Jacques Prévert, Friedrigh Hollaender o Hanns Eisler, experiencia que también podrá apreciarse este sábado, en la última de las tres presentaciones de esta temporada de Ute Lemper en el Distrito Federal.

Debe olvidarse que se está debajo del graderío del auditorio, en el espacio de espectáculos en corto conocido como El Lunario, rodeado no de gánsteres ni de gente del bajo mundo del Berlín de entreguerras, previo al asalto nazi al poder, sino de una chilanga clase media mixta.

Por ahí andan desde yuppies tránsfugas de las exquisiteces del buen vestir y que le han entrado a la moda de la fodongués, hasta algunas personalidades de la política y del periodismo de televisión, pasando por unas cuantas señoronas encopetadas y parejas en grupo que más bien van a echarse un trago.

La imaginación, el humo de muchos cigarrillos, el vocerío nocturno, el ir y venir de meseros y el tintineo de vasos ayudan a la fantasía: estar en un cabaret berlinés de 1928.

Pero la ensoñación esencial para ese flash back a los esplendores de la República de Weimar (1919-1933, quizá el experimento político más democrático de la Alemania del siglo XX) es la voz de ella y la imagen de ella, entallada en un vestido negro y brillante y asomada, a veces con sombrero de bombín y abrigo también negros, en cientos de pupilas desde el interior de cada quien.

El yiddish y Woody Allen

Ute Lemper acaba de entrar al escenario acompañada de cuatro excelentes músicos -piano, guitarra, contrabajo y batería- para inventar, alucinar, un estilo contemporáneo de cabaret desde el que se recorrerán diversas visiones del cosmos a partir de cinco idiomas: inglés, francés, alemán, árabe y yiddish, esa antigua derivación del hebreo que hablaba la mayoría de los judíos antes del Holocausto y que ahora está prácticamente en extinción.

¿Quién habla yiddish aquí?, preguntó Ute a los presentes desde la pasarela y miró a dos o tres personas. Y recordó que son pocos en el mundo quienes ahora lo conocen, entre ellos Woody Allen.

En esa, su entrada al escenario, Lemper trae en la voz la herencia maravillosa de Edith Piaf. Pero a ella y a todas las formas de los intérpretes que la precedieron, y a los contenidos de los compositores, les aplica el desglose debido y les agrega el serpenteo sensual de un cuerpo esbelto, propio de quien ha transitado por la danza y la actuación.

De hecho, cada una de las interpretaciones de Lemper es un desglose, una desestructuración, o mejor, una deconstrucción de la pieza respectiva en varios momentos, tiempos y ritmos.

Femme fatale, diva, originalísima en su búsqueda del pasado, la mejor de las mejores le dicen, pero ella sólo quiere cantar y ser escuchada. Por eso dio besos a los hombres, jugó con ellos o coqueteó y, cuando interpretó I am a vamp, mordió en el cuello a una muchacha del público llamada Paulina.

Al final, poco después de una maravillosa canción en árabe, que fue a la vez un canto por la paz y la verdadera concordia humana, el público pidió "otra", ninguna en específico, ni siquiera las por aquí muy preferidas Ne me quitte pas o La vie en rose.

En cambio, Ute Lemper obsequió la que ya llevaba preparada y que insinuó, silbó y prologó desde el principio y durante todo el espectáculo: Moritat von Mackie Messer (La balada de Mackie Navaja), canción superclásica de La ópera de los tres centavos, pieza fundamental de Brecht y Weill, precursores de los musicales y esencia del cabaret alemán de los años 20.

Entonces todos quedaron satisfechos y salieron de su cabaret imaginado, en el que soñaron por dos horas que vivían una época irrepetible, llena de aventuras de esperanzas y de libertades, pero que luego fue asaltada por la sinrazón del nazismo.

 
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