Usted está aquí: domingo 22 de octubre de 2006 Cultura Presenta el Museo de Arte Popular la muestra Muerte sin fin... una cotidianeidad

Hermanan piezas de artistas diversos para presentar una visión festiva

Presenta el Museo de Arte Popular la muestra Muerte sin fin... una cotidianeidad

Desde la época prehispánica hasta el siglo XXI, se ve la continuidad de nuestro pensamiento

ARTURO JIMENEZ

Ampliar la imagen Una corrida de toros en el más allá Foto: Yazmín Ortega Cortés

Luz y oscuridad, alegría y pesar, arte popular y arte a secas se conjugan para, a partir de la muerte, maravillar al espectador en dos momentos: uno festivo, bajo un domo luminoso, y otro más íntimo y reflexivo, a media luz, aunque no exento de sonrisas.

Sucede que ayer, en medio de una verbena popular con música de organillo, chucherías, aguas frescas y cervezas, se abrió al público la primera gran exposición del Museo de Arte Popular (MAP), a siete meses de inaugurado: Muerte sin fin... una cotidianeidad, de referencia gorostiziana.

Y no se exagera la magnitud de la muestra, pues se trata de unas 100 obras maestras del arte popular puestas "al mismo nivel" de unas 150 piezas de las artes plásticas mexicanas, desde la época prehispánica hasta hoy, con nombres como Tomás Mondragón, Guadalupe Posada, José Clemente Orozco, Frida Kahlo, Mathias Goeritz, Juan Soriano, Roger von Gunten, Mariana Yampolsky, Enrique Metínides y Julio Galán, fallecido recientemente y cuya Muerte con guitarra ilustra el cartel oficial.

Todos ellos aparte del amplio espectro de creadores de ayer y de hoy, anónimos y conocidos -pero poco reconocidos-, que con sus manos, ingenio, humor e imaginación han dado contenido al concepto siempre relativo de arte popular, proveniente del también eufemístico de cultura popular.

Ubicado en un magnífico edificio de Independencia y Revillagigedo, el patio central del MAP recibe a sus visitantes con un organillero ubicado al lado de una treintena de calaveras de tamaño natural representando diversas escenas del cine de la llamada época de oro, a pleno hueso.

Bajo el domo del edificio de cinco pisos se observan personajes de Ahí está el detalle, Los tres García o Enamorada, con el general José Juan Reyes (Pedro Armendáriz) a caballo y Beatriz Peñafiel (María Félix) detrás de él.

En una escena ya clásica de Los olvidados, El Jaibo (Roberto Cobo) está por lanzar una roca al ciego don Carmelo (Miguel Inclán), quien yace en el suelo, vencido. A un lado, en María Candelaria, la protagonista, Dolores del Río, va en una trajinera y Lorenzo Rafael (Armendáriz) carga un canasto con un mecapal.

Y así con A toda máquina, con todo y acrobacias en moto, Salón México o Ensayo de un crimen, donde Archibaldo de la Cruz (Ernesto Alonso) sostiene una pierna del maniquí de Lavinia (Miroslava). O Macario, donde Ignacio López Tarso está al pie de la cama de la niña enferma, mientras del otro lado la Muerte (Enrique Lucero), en una reiteración de sí misma, espera cumplir su misión.

En el primer piso, a media luz, un tzompantli con pantalla de acrílico muestra unas 160 calaveras antiguas, tradicionales, modernas y contemporáneas. A un lado, una sentencia en latín: "Fue el temor lo primero que puso dioses en el mundo".

Y junto a una tumba de tipo prehispánica del occidente de México, el rey-poeta Nezahualcóyotl canta:

"... percibo lo secreto, lo oculto:/ ¡Oh, vosotros señores!/ Así somos,/ somos mortales,/ de cuatro en cuatro nosotros/ los hombres/ todos habremos de irnos,/ todos habremos de morir en la tierra./ Como una pintura/ nos iremos borrando,/ como una flor/ nos iremos secando,/ aquí sobre la/ tierra."

Lo que sigue es abrumador, por ejemplo, esculturas antropomorfas de la diosa mexica Chihuateteo y calaveras de piedra prehispánicas. Y luego una amplia muestra de la sombría visión de la muerte durante la Colonia, con esculturas, santos y pinturas de tinte religioso, o retratos al óleo de niñas y señoritas muertas, así como el desde siempre alegre arte popular de esos siglos.

El asombro crece en la sala de los siglos XX y XXI, con obras como Alegoría de la muerte, de Mondragón; Los ahogados, de Orozco; Cuatro esquinitas tiene mi cama, de Soriano, y el también bello cuadro de La muerte, de Rodolfo Nieto, así como la inquietante escultura en madera de El carnicero, de Goeritz.

Y junto, árboles de la vida que, al estar poblados de calaveritas, son más bien árboles de la muerte, o plazas de toros donde todos, hasta la bestia, muestra sus huesitos.

Como dijo hace unos días el director del MAP, Walther Boelsterly, el hilo conductor de toda la exposición es el arte popular y su riqueza, y cómo los mexicanos juegan, se burlan, se fotografían y hasta se comen a la muerte convertida en azúcar.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.