Usted está aquí: domingo 22 de octubre de 2006 Opinión Mascaradas con máquinas

Angeles González Gamio

Mascaradas con máquinas

Representación dramática, misterios, intermedios, cortejo con decorados y carruseles se pueden considerar los antecedentes de la ópera. En Italia la primera representación dramática que puede mencionarse se celebró en 1246, y la realizó la cofradía denominada De Gonfalore, pero no queda claro si tenía música. En la segunda mitad del siglo XVI, San Felipe Neri organizó en el convento de La Trinidad en Roma, unas representaciones que tomaron el nombre de oratorio; ahí ya había música y actuación. En Francia fueron precursores de la ópera los misterios, los intermedios, los cortejos y las mascaradas, la mayoría representados en recintos religiosos, y algunos comenzaron a presentarse en plazas públicas.

Ya como ópera llegó a México en el siglo XIX y tuvo gran aceptación entre el público afecto al teatro, que tenía antecedente en nuestro país desde el siglo XVI. Una de las sedes más afamadas para este espectáculo fue el teatro Arbeu, que ocupaba el que había sido oratorio de San Felipe Neri, hermosa construcción barroca que aún existe en la calle de República del Salvador y que actualmente es la sede de la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.

Don José María Alvarez, ilustre cronista decimonónico, lo describe así: "Es el teatro más bonito de México y el más espacioso después del Nacional. Los palcos están entapizados con papel color perla y filetes dorados, lo que hace más bello el efecto. El salón para fumar es bastante espacioso; desde el patio se domina el conjunto de palcos, galería y foro. Las lunetas son en número de 374, teniendo la particularidad de que los cojines color verde, están firmes en el asiento..."

Aquí se estrenó, el 4 de mayo de 1900, la ópera Atzimba, del mexicano Ricardo Castro, misma que se puso en escena nuevamente casi tres décadas más tarde, en el que habría de llamarse Palacio de Bellas Artes, que todavía estaba inacabado y por vez primera se abrió al público el 16 de septiembre de 1928. Dice una crónica de la época: "En el Teatro Nacional, sin terminar, se cantó Atzimba de Ricardo Castro, dirigida por el maestro José F. Vásquez. No obstante que sólo estaba el cascarón del teatro, sin butacas, sin decorado interior, sólo con el telón y el plafón de cristales, salieron avante los intérpretes y un nutrido auditorio pudo darse cuenta de las bellezas, un tanto monótonas, de la vieja partitura de Ricardo Castro..."

En este mismo sitio, ya lujosa y bellamente terminado, que es el salón principal del suntuoso Palacio de Bellas Artes, precisamente hoy a las cinco de la tarde y el martes a las ocho de la noche, se presenta la ópera Tata Vasco, de otro notable compositor mexicano, nativo de Michoacán: Miguel Bernal Jiménez, quien la escribió para representarse en el cuarto centenario de la llegada a Pátzcuaro del personaje extraordinario que fue Vasco de Quiroga, a quien los indígenas de la región bautizaron como Tata Vasco, por la amorosa y humanista labor que realizó, fundando, en medio de enormes dificultades, por la oposición de los encomenderos, 92 comunidades, a las que les enseñó diversos oficios y a elaborar maravillosos objetos que hasta la fecha son fuente de creatividad y trabajo y distinguen de manera particular a ese estado: artículos de cobre, guitarras, sombreros y redes, herrería, tejidos de lana, zapatos y huaraches, alfarería y las bellísimas lacas.

La obra se estrenó en Pátzcuaro en febrero de 1941, y al poco tiempo en Guadalajara, Madrid y en la ciudad de México, curiosamente primero en el teatro Arbeu y posteriormente en el Palacio de Bellas Artes.

La representación que veremos hoy en la tarde es un agasajo, ya que la dirigen ni más ni menos que los notables José Solé y Fernando Lozano; la productora es la joven y talentosa Rosa Adela Zuckerman, y la escenografía y vestuario los realizó el escultor Sebastián, lo que le da una gran actualidad a la producción. Resulta muy emotivo escuchar una ópera cantada en español y purépecha, tanto en las voces principales como en las de los coros del Palacio Bellas Artes y el Schola Cantorum de México.

Al salir de la función, ya sabe que una buena opción para el piscolabis de rigor es el restaurante del propio palacio, que no tiene pierde, pero si no encuentra lugar, échese un brinquito al número 6 de la plaza de la Cibeles, en la colonia Roma, al restaurante Il Postino, que a muy buenos precios le ofrece auténtica comida italiana de excelente calidad; para comenzar, qué le parece un carpaccio de pulpo; no se pierda de plato fuerte, pero ligero para la noche, un linguini incrosta, que es una pasta con mariscos y cubierta de una costra de crujiente pan, dorado en el horno de leña. Si le queda espacio, cierre con un tiramizu, el clásico postre italiano.

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