Usted está aquí: martes 24 de octubre de 2006 Estados Se diluyen las esperanzas para las familias de la sal de San Luis Potosí

La producción en El Zancarrón va en declive; lluvias atípicas abaratan el producto

Se diluyen las esperanzas para las familias de la sal de San Luis Potosí

ALFREDO VALADEZ RODRIGUEZ CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Luego de pasar por varias pilas de cristalización, el agua subterránea se evapora y deja la sal del desierto, que se junta en montículos y se saca en carretillas Foto: Alfredo Valadez Rodríguez

Ampliar la imagen Una bomba lleva el agua hacia la primera pila donde se cristalizará la sal. A la derecha, ruinas de la hacienda Sierra Hermosa Foto: Alfredo Valadez

Ampliar la imagen Una bomba lleva el agua hacia la primera pila donde se cristalizará la sal. A la derecha, ruinas de la hacienda Sierra Hermosa Foto: Alfredo Valadez

Santo Domingo, SLP, 23 de octubre. Enclavada en las desérticas arenas potosinas, donde la tierra no produce árboles frutales, granos ni legumbres, se ubica la comunidad rural El Zancarrón, de menos de mil habitantes, que poco a poco se desvanece junto con la gran industria salinera que allí existió.

A tres siglos del surgimiento de la industria salinera en el noroeste de San Luis Potosí, en los límites con Zacatecas, El Zancarrón se sostiene de unas cuantas vacas y chivas y de los dólares que envían los migrantes.

El escenario está formado por nopales, exiguos matorrales y cactos conocidos como cardenches, que subsisten de la humedad del subsuelo o del ''agua de mar'', como la llaman algunos pobladores, que apenas asoma en la superficie.

Aunque se encuentra a miles de kilómetros de los litorales mexicanos, el agua salitrosa de esta región da trabajo y sustento a las últimas familias de la sal, como en algún tiempo fueron llamados los pobladores de este páramo.

De acuerdo con los lugareños, hace millones de años existió un mar en lo que hoy es la meseta central mexicana, y los veneros parecen ser la principal prueba de que así fue.

La historia oral del lugar calcula que desde principios del siglo XVIII los españoles descubrieron y comenzaron a explotar los pozos salitrosos con la mano de obra de esclavos negros traídos de Africa. Un vestigio de aquel auge era la hacienda de Sierra Hermosa, hoy en ruinas.

A unos tres kilómetros del caserío de El Zancarrón se encuentra la Casa Grande. Allí estaban los cuartos donde dormían los esclavos y las bodegas de sal, que se destinaba a consumo humano, al comercio y a la industria peletera y curtidora en Guanajuato, Zacatecas y San Luís Potosí.

La industria salinera utilizó por décadas la mano de obra esclava ante la imposibilidad de emplear a los lugareños, indios nómadas chichimecas y huachichiles que en el siglo XVI pusieron en jaque al capitán español Pedro de Alvarado.

Sobre el lecho del arroyo de Casas Viejas, a unos mil metros del casco de la hacienda, se observan restos humanos que, aseguran los pobladores, pertenecen a los esclavos negros que trabajaban en la explotación de la sal.

En el siglo XIX y hasta la primera mitad del XX campesinos y mestizos mexicanos fueron contratados por el hacendado del lugar para extraer sal a cambio de maíz.

A principios del siglo XX laboraban casi 300 personas en la industria salinera, pero los propietarios mandaron traer máquinas a lomo de mula desde Iowa, Estados Unidos. La producción alcanzó niveles industriales.

Los restos oxidados de una enorme pala mecánica, molinos, removedoras y extractoras de sal están abandonados en los alrededores de la hacienda en ruinas. Todo parece esfumarse, como la historia oral de este lugar.

El proceso de cristalización

Evelio, Rodolfo, Indalecio, Carlos, Magdaleno, Juvenal, Manuel y Lorenzo son los únicos ocho trabajadores de piel tostada que, con jornales de 100 pesos al día, mantienen a sus familias. Paradójicamente, éstas dependen de que no llueva.

Una larga noria, de apenas cinco metros de profundidad, aporta el agua salitrosa del subsuelo para el proceso de cristalización. Tomarse un trago de esta agua sería como echarse un puñado de sal en la boca. ''¡Si no lo cree, ándele, échese un buche!'', retan los trabajadores.

Con una pequeña motobomba de gasolina el agua es conducida por un angosto canal hasta una primera pila. Ahí el líquido dura semanas antes de pasar a una segunda pila, y semanas después a otra. En total son 11 pilas cristalizadoras de aproximadamente 3 mil 500 metros cuadrados cada una, que funcionan como contenedores del agua salada extraída de la noria.

Bajo el candente sol del semidesierto ocurre el proceso de cristalización. Esta sal cristalina se destina a la ganadería, como suplemento alimenticio para las vacas. ''La sal le da sabor a la carne'', aseguran. También se vende a curtidoras de piel que usan sal de grano.

La lluvia retrasa la evaporación del agua de las pilas y la cristalización de la sal. Pero si llueve cuando la sal apenas se ha concentrado en pequeños silos al aire libre para guardarla en costales, el problema es mayor, pues el blanco mineral se percudirá con el polvo que el agua arrastró.

Esto repercute en su precio: si el producto está totalmente blanco se vende a 60 centavos el kilogramo, pero si la lluvia lo ensució baja hasta 35 o 40 centavos.

Desafortunadamente, en los últimos tres meses han ocurrido lluvias atípicas en la región, por lo que prácticamente toda la sal producida ha sido ''de tercera''.

Según cifras de la Asociación Mexicana de la Industria Salinera, cada año se producen en México más de 8 millones de toneladas de sal, la mayor parte en Baja California Sur.

Aquí en El Zancarrón, Eusebio Rosales, capataz de la empresa Salinas de Santo Domingo SA de CV, dice desconocer cuánta sal se produce al mes, pero reconoce que cada semana disminuye.

Los ocho trabajadores temen que pronto tendrán que dedicarse a otra cosa. En otros tiempos la solución hubiera sido emigrar a Estados Unidos, pero tres ya estuvieron allá y volvieron sin éxito.

 
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