Usted está aquí: viernes 27 de octubre de 2006 Opinión Economia Moral

Economia Moral

Julio Boltvinik

Markus y el paradigma de la producción/ IV

Critica tendencias de finalismo hegeliano de Marx en El Capital

La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente

Una vez que Giörgy Markus ha presentado el materialismo de Marx como proyecto radical de transformación práctica; que ha desarrollado lo que llamé las "reglas de la vida": reglas (técnicas) de uso y normas (sociales) de empleo; y que ha problematizado la distinción entre estas reglas, mostrando su interpenetración práctica y ha concluido que su distinción plena es materia central del proyecto socialista (materias que han sido tratadas en las entregas de Economía Moral del 6, 13 y 20 de octubre), asume una postura muy crítica de las tendencias del pensamiento tardío de Marx, sobre todo en El Capital.

Markus retoma la idea de que el materialismo de Marx es de carácter práctico y que el paradigma de la producción aparece como un proyecto en el sentido que la historia sólo puede ser vista como hecha por la humanidad desde el mirador del socialismo, donde la categoría de producción logra la verdad práctica, porque sólo en él la producción se volverá el proceso material de la auto-creación social, el libre llegar a ser de los individuos a través de su propia actividad conciente.

Esta formulación, dice Markus, sugiere un problema preocupante: el carácter teleológico de la visión de la historia1, no en el sentido de perspectivismo (punto de vista pragmático sobre una posible transformación radical), sino en el sentido de un finalismo directo. Esto lo ilustra con citas de Marx sobre la regulación en la sociedad socialista del proceso total de producción a través del tiempo necesario de trabajo, reduciendo así las actividades materiales productivas a lo que son (y siempre han sido) a un metabolismo activo y racional con la naturaleza, es decir a actividades técnicas, liberadas de la costumbre y de la dominación social.

Aunque no explica por qué Marx en El Capital "vuelve, en forma encubierta, a un entendimiento francamente finalista-teleológico", señala dos conexiones al respecto2: 1) Un cambio en la motivación de los trabajadores desde las necesidades radicales en los Grundrisse3 a la disfuncionalidad capitalista que impide la satisfacción de las necesidades elementales; 2) Al conectar la postura de clase, a través de la noción de objetividad científica, con la formulación de un fin social universal (la sociedad sin clases), se transforma la contradicción entre el proletariado y la burguesía a términos de verdad y falsedad. Mientras más la posibilidad de una transformación radical de la sociedad capitalista tomaba la forma de una tendencia histórica objetivamente necesaria, más la noción de socialismo adquiría un significado finalista. La conversión del propósito práctico de la teoría al lenguaje del determinismo teórico significó la postulación del contenido de dicho propósito como teleológicamente predeterminado. Este finalismo resolvió, en principio, el problema metodológico al proveer la justificación para la distinción entre lo técnico y lo social en épocas caracterizadas por la interpenetración de ambas esferas. El socialismo, al dividir ambas esferas, hace directamente real lo que era abstractamente verdadero. Pero el costo de esta respuesta es muy alto: la distinción entre "contenido material" y "forma social" se transforma así en la distinción entre "esencia" y "apariencia". La dialéctica hegeliana es reinstalada: lo que es ontológicamente real es aquello que es posible; lo que existe es un mero fenómeno. Este finalismo es usado tanto retrospectiva como prospectivamente: el presente capitalista es la llave para entender sociedades previas y las relaciones capitalistas son vistas como prerrequisitos de una sociedad sin clases.

El finalismo, afirma Markus, afecta todo el paradigma de la producción de dos maneras interconectadas: lleva a la "naturalización" del contenido material y hacia la "fenomenologización" de la "forma social". La primera manera la ilustra con el concepto de trabajo que Marx define repetidamente como un proceso entre el trabajador individual y la naturaleza, excluyendo la cooperación del dominio de lo técnico, lo que haría su concepto de trabajo (si Marx lo aplicara de manera consistente) inútil para el análisis del capitalismo, y a pesar de que por otra parte Marx muestra cómo el capitalismo crea su propia base material minando tecnológicamente la fuerza de trabajo individual. Esta ambigüedad está al mismo tiempo conectada con la tendencia de Marx a considerar el proceso de trabajo, como "contenido material" del proceso de producción, como un proceso natural (como una interacción puramente física entre elementos naturales, caracterizable por completo en términos de las ciencias naturales), lo cual subvierte el significado de trabajo como objetivación, ya que deja de concebirse como una actividad humana constituida por reglas sociales. Esta tendencia naturalista está ligada al finalismo histórico, sostiene Markus, ya que Marx concibe que el concepto abstracto de trabajo alcanza su verdad práctica sólo en el capitalismo, es decir, se convierte en lo que siempre fue como noción: un ejercicio de los poderes naturales del organismo humano en correspondencia directa con las leyes objetivas de la naturaleza con el fin de transformar los materiales naturales de manera útil.

A esta tendencia a la naturalización del contenido corresponde la de describir los mecanismos e interconexiones del modo de producción como "fenómenos superficiales". Las diferencias en el tratamiento de la competencia entre los Grundrisse (donde es todavía la "naturaleza interna del capital, su naturaleza esencial") y El Capital (donde pasa a ser parte de la esfera de las apariencias) ilustran esta tendencia. La noción de apariencias introduce la dificultad teórica hegeliana de una objetividad que es al mismo tiempo "no real", sino "falsa", y plantea preguntas sobre el estatus de una teoría que, en nombre del conocimiento del futuro, trata las situaciones inmediatas como ilusorias, como falsa conciencia.

Aquí Markus advierte que éstas son sólo tendencias compensadas por otras señaladas antes, lo que enfoca su crítica a la ambigüedad del pensamiento de Marx. Recuerda que ha tomado como elementos centrales del paradigma de la producción la conceptualización de ésta como unidad de dos procesos -el proceso técnico del trabajo como objetivación de necesidades y capacidades, y el de la reproducción (y cambio) de las relaciones socioeconómicas como "materialización" de una forma social. Marx caracteriza esta unidad como la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Estos términos, sin embargo, enfrentan también una ambigüedad inherente, dice Markus, quien se pregunta si se trata de la dicotomía entre lo técnico y lo social expresada ahora no en términos de procesos sino de estructuras, es decir de elementos y sus combinaciones, como argumenta Althusser. La noción de fuerzas productivas busca -señala Markus- aislar conceptualmente aquellos resultados (objetivos y subjetivos) que son acumulados de manera continua. En este sentido, las fuerzas productivas designan lo técnico. Esta interpretación, sin embargo, es inadecuada para dar cuenta del uso que hace Marx de este concepto para analizar el desarrollo del capitalismo, que se funda en el supuesto que la cooperación y, en general, las interconexiones sociales del trabajo en el proceso de producción, constituyen una fuerza productiva sui generis. Surge así la duda sobre los criterios para distinguir entre la división técnica (parte de las fuerzas productivas) y la social del trabajo (parte de las relaciones sociales de producción).

Markus replantea lo anterior indicando que en Marx hay dos nociones de fuerzas productivas: 1) en explicaciones teóricas generales, como resultados sustanciales de prácticas precedentes que están presentes como potencialidades dadas; y 2) los elementos y condiciones del proceso de producción, cuyos cambios tienen un efecto directo en la productividad del trabajo. Ambas -sostiene- son inadecuadas para las propias intenciones teóricas de Marx. Markus rechaza la segunda porque, argumenta, el propio Marx insiste en que debemos distinguir entre la productividad incremental debida al desarrollo del proceso social de producción, de aquel que obedece al cambio en la explotación capitalista del trabajo. La primera definición la rechaza argumentando que ni los "medios de producción", ni las "habilidades laborales" constituyen, en sí mismos y de manera aislada, elementos potenciales. Para serlo tienen que corresponder entre sí y esta correspondencia no es sólo técnica, pues lo que es movilizable para fines productivos varía entre sociedades.

Además de los problemas teóricos -continúa Markus-, el proyecto práctico de una sociedad que superaría la reificación al separar institucionalmente la administración de las cosas de la auto-administración de las personas, lo transforma en una utopía remota, pues sólo puede ser realizada en una sociedad donde prevalezca la absoluta abundancia. Cuando no ocurre así, la administración de las cosas termina siendo también el gobierno sobre los hombres. Estas consideraciones apuntarían al problema de que no parece posible asociar el principio democrático de la auto-administración con el de una planeación central racional, mediante la segregación institucional de sus respectivas esferas de aplicación, por lo cual la pregunta sobre cómo pueden combinarse se convierte en la pregunta para la teoría y la práctica del socialismo, sostiene Markus. De aquí concluye que el paradigma de la producción llega a un callejón sin salida, pues la perspectiva que requiere para justificar en teoría la separación -un proyecto de sociedad que institucionaliza la distinción de los dos tipos de constituyentes (contenido material /forma social)- resulta irrelevante para los fines práctico-críticos de la teoría. Este desmembramiento de los momentos teórico y práctico del paradigma significa su desintegración en general.

Al recapitular, señala que la extensión ilimitada de necesidades humanas es postulada por el paradigma de la producción como central a la historia humana, que aprehende este proceso histórico también como la creación de la posibilidad de adquirir control colectivo-social efectivo sobre sus determinantes a través de la organización conciente voluntaria de las relaciones sociales. Sin embargo, si resulta que esta posibilidad aún en principio sigue siendo una noción problemática (puesto que es poco claro si la presuposición de un dinamismo ilimitado de necesidades permite un estado de "completa abundancia" aún como una posibilidad abstracta), sin ninguna importancia práctica para la situación de hoy día y para las alternativas de los agentes involucrados e invocados, entonces toda la construcción se tambalea. La unidad de la concepción de un dinamismo teórico con una noción inmanente de la racionalidad práctica social se cae en pedazos. Markus intenta, en el último capítulo de su libro Lenguaje y producción, una salida teórica a través de lo que llama la radicalización del paradigma, lo que examinaré en la próxima entrega.

1 Una explicación sintética del significado de teleología, sobre todo en la acepción finalista que critica Markus, lo provee el Diccionario Collins de inglés: "la creencia que ciertos fenómenos son mejor explicados en términos de propósito que en términos de causa".

2Antes de exponer éstas, las críticas más severas de Markus a Marx, debe adelantarse algo que él aclara más adelante: que se trata sólo de tendencias compensadas por otras antes presentadas.

3 En español: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Siglo XXI editores). Necesidades radicales: las que genera pero no puede satisfacer el capitalismo.

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