Usted está aquí: viernes 27 de octubre de 2006 Política Marginados siempre, los pimas sufren el acoso de mestizos, policías y narcos

Atestigua Marcos en Sonora las deplorables condiciones de vida de los indígenas

Marginados siempre, los pimas sufren el acoso de mestizos, policías y narcos

Falsas acusaciones y detenciones arbitrarias marcan la vida de los habitantes serranos

HERMANN BELLINGHAUSEN CORRESPONSALES

Ampliar la imagen El subcomandante Marcos camina por una brecha de la comunidad de Kipor, donde se reunió ayer con grupos pimas Foto: Víctor Camacho

Kipor, Son. 26 de octubre. Tratándose de nuestro país sonará a redundancia, pero a escala monumental: el rico estado de Sonora vive a espaldas de sus pueblos indios. En particular los pimas, arrojados hace décadas a las hoscas montañas de la Pimería Alta por el hombre blanco, que se apoderó de las más cálidas y fértiles tierras de la Pimería Baja, y aún ahora sigue despojando, persiguiendo, engañando, torturando y encarcelando a los hijos de esta "tribu" que, como hoy repiten sus ancianos y ancianas ante la karavana de la otra campaña, sólo quiere vivir en paz: "No estamos contra nadie".

Este es "el abandono de un pueblo que casi no se sabe que existe", como describe el subcomandante Marcos luego de escuchar las voces increíblemente dolidas de estos campesinos ancestrales, atropellados por la historia colonial y moderna, y también por el presente de los gobiernos del cambio y los ricos de Forbes. Si bien les va, una vez al año les llegan las publicitadas migajas del Teletón (frazadas, suéteres, arroz, leche en polvo). En su vida cotidiana conocen la Policía Judicial que golpea y tortura; los rancheros mestizos, que invaden sus tierras; los narcotraficantes, que a punta de ametralladora obligan a los jóvenes pimas a trabajar en los sembradíos de mariguana, o los obligan a "prestar" sus tierras con el mismo fin.

Sus condidiciones de salud son evidentes: niños y adultos con lesiones y "bolas" en la piel, el moqueo generalizado de infantes que nunca se curan de las vías respiratorias, los estigmas de la desnutrición. La ranchería familiar donde es recibida la otra campaña carece de energía eléctrica, agua, drenaje, piso firme. Poco a poco van llegando más familias indígenas de otros caseríos de entre el pueblo mestizo de Maycoba y los límites de Chihuahua. Más de 200 son adherentes a la Sexta declaración de la selva Lacandona, y seis se encuentran en la cárcel de Hermosillo por delitos que no cometieron.

La bomba de agua dejó de funcionar hace cinco años y no han tenido recursos para repararla. "Como aquí no llega nada", dice don Juan, indistintamente en pima y español, y asegura, casi contra toda evidencia: "No estamos solos". Y también: "Estamos cansados de que no se arreglen nuestros problemas".

María Duarte Galaviz, enrebozada y triste en la fría noche, habla bajo las estrellas en un solar lodoso a pocos pasos de una casa modesta donde se congregan decenas de indígenas tranquilos y expectantes: "Los señores agentes de la Policía Judicial del estado trabajan muy mal con nosotros. Nos culpan sin razones. Nos agarran, nos golpean queriendo que digamos que nosotros somos los de los asaltos. A puros golpes con la mano y con sus armas, y amenazan que si nos quejamos con ustedes nos van a golpear más.

"Yo tenía tres hijos y los llevaron al Cereso de Hermosillo. Donde tenía rancho llegan los judiciales muy seguido y nos golpean y tiran la harina, el frijol, la azúcar, las cobijas, los trastes y hasta nos tumbaron la casa. Sacan gentes a las horas de la noche investigando cosas. Y en las puras noches; de día ni siquiera le hablan a uno, prohibiéndonos salir a Maycoba. Ya somos dos personas que vivimos amenazadas de muerte de parte de los judiciales. Se llevaron a todos mis hijos". María debió abandonar su ranchito en Tierra Panda.

Desde el penal, Ramón Rodríguez Galaviz dictó unas líneas para el subcomandante Marcos: "Me siento un poco mal de salud" (debido a los golpes). Habla también por los hermanos José, Francisco y Leonardo Coyote Duarte, Pedro Monte Coyote y Julio Coyote Monte, todos presos. "No tenemos broncas con nadie. Es pura mentitra que nosotros asaltamos". Al ser aprehendidos "nos golpearon mucho y nos quemaron con corriente eléctrica y nos amenazaron con la pistola en la boca".

Francisco Coyote dictó a su vez: "Somos personas inocentes, no sabemos hablar español y no entendimos (los interrogatorios y los juicios). Nosotros hablamos pura lengua indígena. Me llamaron a presentarme en Maycoba, ahí me agarraron y me llevaron a Yécora; me entregó la judicial operativa (sic) y no me soltaron".

A Laurencio y Ramón "los quemaron con vara eléctrica en Yécora", según relata su madre, Teresa Galaviz Jiménez. Señala a Octavio Lugo, "comisario policía", de "agarrar" a los jóvenes sin derecho de traducción ni nada. Los pimas tampoco cuentan con los agentes de Ministerio Público, que los remiten a la policía y dicen a las mujeres que "no pueden" hacer nada por ellas.

A doña Catalina y su familia les impedían trabajar su rancho Arroyo La Plata. "Me quemaron la siembra, metieron ganado que no es de nosotros, vinieron con sus armas (los empleados del terrateniente Ramón Aguilar). Destruyeron todo mi rancho. El 'presidente ejidal' no hizo nada. Y el MP de Yécora también se vende". Muestra fotos de las chozas destruidas y los campos arrasados.

Los pueblos mestizos de Yécora y Maycoba parecen salidos de una historia del escritor chihuahuense Jesús Gardea. Hostiles, sórdidos, poblados de gente desconfiada de rudo hablar, pickups nuevas en abundancia, calles sin pavimentar, tráilers de paso, antros y, entre numerosas casas sencillas, grandes residencias en construcción. El racismo, la huella del narco y la impunidad arrogante se respiran por todos lados. La carretera que une las capitales de Sonora y Chihuahua, célebre por los asaltos y el tránsito de grandes cargamentos "misteriosos", no parece una zona apta para que los pimas, últimos entre los últimos, pudieran andar asaltando a matones y gente poderosa. Se les acusa de la delincuencia de arriba y los hacen víctimas por cuenta doble. Son ellos los encarcelados, no los sicarios ni los policías torturadores y corruptos.

Otro anciano toma la palabra: "El ejido es de los pimas, pero no sé qué está pasando. Dicen que es de ellos y no nos dejan trabajar. Tenemos escrituras desde 1950, pero los rancheros no las reconocen".

 
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