Usted está aquí: domingo 29 de octubre de 2006 Espectáculos MUSICA

MUSICA

Jaime Avilés

Llanto y festejo; con Sabina sobraron los motivos

Ampliar la imagen Joaquín Sabina, el poeta de cabecera de muchos, regresó al proscenio para provocar suspiros y añoranzas Foto: Fernando Aceves

QUE RARO, PERO hoy por hoy, si uno va a vivir (no sólo a escuchar) un concierto de Joaquín Sabina, sale de allí con dolor de garganta... de tanto llorar. Así ocurrió al menos antenoche, en el Auditorio Nacional, donde entre noticias urgentes de Oaxaca -que hablaban de una nueva monstruosidad provocada para mantener en su cargo a un político abominable- miles de personas se deshidrataban por los ojos, mientras miles más cantaban a coro con el poeta a lo largo de dos horas y media.

CON UN VIEJO trasatlántico surcando la ancha mar del telón de fondo, vestido de dandy, con sombrero y con bombín, al frente de un sencillo ensamble roquero de guitarras eléctricas, bajo, batería y sintetizador, y lo más importante, con la voz pasmosamente restaurada, como en sus mejores tiempos, Joaquín fue hilvanando, como cuentas de collar, un total de 25 canciones, desde los éxitos a los que ahora el tiempo ha pegado la etiqueta de "siempre", hasta los de Alivio de luto, el disco más reciente que celebra la resurrección de las ganas de beber y joder tras el infarto cerebral de hace algunos años y la depresión posterior.

EN LA MEGA caverna de Platón que era el Auditorio, las pantallitas de los telefónos celulares engendraban enjambres de enormes luciérnagas cuadradas, y entre los rieles de las luces que disparaban desde el escenario contra el público se recortaban los cuerpecitos de las muchachas que agitaban las caderas con los brazos en alto -una postura de baile individual, misteriosamente repetida en todo el espacio-, y los que no cantaban, porque no podían sacar la voz de lo conmovidos que estaban, deletreaban los versos como si se los estuvieran soplando a su autor, que en ningún momento tuvo tropiezos con lo que buscaba y encontraba dentro del arca de su prodigiosa memoria, repleta de vasos y besos.

CLARO QUE LA intensidad del coro multitudinario subía de volumen con temas clásicos como Jugar por jugar, Mentiras piadosas, Siete crisantemos, ¿Quién me ha robado el mes de abril?, Boulevard de sueños rotos, Peor para el sol, Que mueras por mí, y desde luego al frasear con el blablablablabláaa fitopaezco de Llueve sobre mojado, y cuando llegó la hora de echar gritos de mariachi desde lo más hondo del pecho en Noches de bodas y, por supuesto, en la que abrió y cerró, trazando la estructura circular del espectáculo, Y nos dieron las diez...

CUANDO LA GENTE reconoció el fraseo de la guitarra y supo que ésa era la rola que venía se dispuso a cantar multitudinariamente el primer verso que a la letra dice: "Fue en un pueblo con mar un domingo después de un concierto", Sabina huyó del asedio iniciando la pieza con el primer verso de la segunda estrofa, desconcertando al personal, para que lo dejaran cantar sólo al menos unas líneas, hasta que el gentío lo alcanzó en el estribillo y ese fue el paroxístico final del show.

ESTE HABIA ESTADO salpicado de momentos entrañables, como cuando Joaquín se ofreció para "ir con 200 mil o 500 mil de vosotros a destruir el muro (de Bush) a hostias", o como cuando Pancho Varona tocó Cielito lindo con la guitarra eléctrica, con la técnica que Jimmy Hendrix usó para deformar el himno estadunidense en Woodstock, o como cuando Olga Román, la corista rubia, gitaneó con Te quiero más que a mi vida, o como cuando Antonio García de Diego, al teclado, sudó sangre con Esta boca es mía.

TAMBIEN HUBO INSTANTES de humor, como cuando después de cantar La Magdalena, su homenaje a todas las putas del mundo, explicó que la musa inspiradora de esa letra "en realidad se llamaba Lupita, era virgen y me cobró un tostón", o como cuando en plena ejecución de Ruido, un estruendo se produjo tras bambalinas no una, sino dos veces, ante lo que Joaquín reaccionó quitándose la guitarra y azotándola contra el suelo.

PERO CUANDO EL ex aspirante a torero hizo que salieran los pañuelos pidiendo orejas y rabo fue cuando al presentar a sus músicos, dijo que éstos eran "la orquesta del Titanic, que sigue tocando mientras yo me hundo".

ANTE LA CUAL quienes llorábamos, maravillados por la resurrección de nuestro poeta de cabecera, no pudimos sino susurrar por lo bajo: Olé...

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