Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de octubre de 2006 Num: 608


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Miguel Hernández:
Rayo que no cesa

RODOLFO ALONSO
El Espía
GRAHAM GREENE
Una legendaria tertulia
ALEJANDRO MICHELENA
entrevista con ABELARDO CASTILLO
Rastros de un amor perdido
OCTAVIO OLVERA
Cartas de Zweig a Freud, Rilke y Schnitzler
RICARDO BADA
Siete días para la eternidad
ODYSSEAS ELYTIS
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Arnoldo Kraus sobre El túmulo nunca cavado

Novela
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre La reinvención de un estilo

Revista
Once años de mala vida
RICARDO VENEGAS


Directorio
Núm. anteriores
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Alejandro Michelena
entrevista con Abelardo Castillo

Una legendaria tertulia*

El Tortoni era nuestra redacción
Abelardo Castillo

Entre los narradores de la generación posterior a la de Julio Cortázar y Ernesto Sábato, se destaca de manera especial Abelardo Castillo. Novelista y dramaturgo estimable y, por sobre todas las cosas, maestro en el relato corto. Los Cuentos completos (Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2003), dan al lector la cifra de las posibilidades de este formidable escritor. A través de varios años –durante toda la década de los sesenta y hasta mitad de la siguiente– Castillo cumplió además una trascendente labor cultural al frente de tres revistas literarias que, en perspectiva de tiempo, resultan ejemplares: El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro, y El Ornitorrinco. A través de ellas y de la peña literaria que pretextaron en varios cafés de Buenos Aires, y sobre todo en el Viejo Tortoni de Avenida de Mayo, el magisterio informal de Abelardo Castillo fue creciendo. Lo secundaban en esa empresa, que tenía mucho de quijotesca, otros narradores valiosos como Liliana Heker, Vicente Battista, Bernardo Jobson, Isidoro Blaisten, Ricardo Piglia, Humberto Constantini, Arnaldo Liberman, Sylvia Iparraguirre, Miguel Briante y Ramón Plaza, pero también excelentes poetas como Horacio Salas. La significación de este grupo intelectual y la onda expansiva de sus revistas, han sido ya analizadas por la crítica, que remarcó su aporte sustancial al acontecer cultural de aquellos años. Pero resulta interesante el testimonio personal de su figura mayor, Abelardo Castillo, centrada en el recinto que viernes a viernes y durante años acogió al grupo: el tradicional Café Tortoni. Este corto diálogo tuvo lugar en medio del húmedo invierno bonaerense, en el cálido apartamento que el escritor comparte con su esposa, la también narradora Sylvia Iparraguirre. El autor de Las panteras y el templo estaba recuperándose de una dolencia que lo había tenido literalmente en "cuarteles de invierno". Convenimos entonces en no quitarle demasiado tiempo. El objetivo era que evocara la segunda tertulia cultural más importante que tuvo el Café Tortoni. La primera había sido la histórica "peña" que integraron Benito Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, Baldomero Fernández Moreno, y jóvenes de entonces como Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, Xul Solar y Raúl González Tuñón.

UN ESCARABAJO EN EL CAFÉ

–El Tortoni era la redacción de El Escarabajo de Oro. Era el living de la casa que ninguno de nosotros tenía en aquel momento. Era el lugar donde prácticamente hacíamos todo. Ahí se leían los cuentos y se decidía qué era lo que se iba a publicar. En esas viejas mesas discutíamos los editoriales de la revista y redactábamos hasta el más pequeño suelto. Nos reuníamos en el reservado de la izquierda todos los viernes. Éramos como una especie de horda que llegaba y ocupaba varias mesas, que componían de esa forma una más larga. Nadie podía permanecer cerca conversando normalmente, porque nosotros vociferábamos incesantemente acerca de los problemas de la literatura, o si no estábamos criticándonos con dureza los textos que traíamos.

–¿Cuánto tiempo pasaban allí?

–Desde las ocho y media de la noche hasta la madrugada, y a veces nos quedábamos en el café hasta que cerraba, si es que cerraba alguna vez el Tortoni. A veces, ya muy tarde, íbamos también al café Los 36 Billares, por la misma avenida y más cerca de la Plaza del Congreso. Lo cierto es que las reuniones empezaban a las ocho de la noche y terminaban a menudo a las diez de la mañana del otro día. Todo el tiempo que podíamos lo gastábamos en el Tortoni. Para nosotros, esa era la única manera de concebir la tertulia de café.

–Ya no quedan en Buenos Aires lugares que permitan tan larga permanencia.

–No, no es así. Yo creo que en esta ciudad todavía se pueden encontrar esos lugares especiales. Lo que pasa es que ahora quedan muy pocos cafés abiertos toda la noche. Me refiero a los "Cafés, cafés". Antes era muy común que cualquier negocio de estos estuviera abierto hasta el amanecer, y vos podías salir de allí a comprar un libro a las cinco o seis de la mañana, porque también las librerías permanecían abiertas.

–¿Entre qué años se reunieron?

–Desde 1959 hasta 1974. Creo que en el Tortoni empezamos alrededor de 1960 y estuvimos hasta el ’74, durante toda la etapa del El Escarabajo de Oro. Fueron unos quince años. Cuando salió El Ornitorrinco, en el ’76 y ya bajo la Dictadura, era muy difícil encontrarse en cafés o lugares públicos porque estaban prohibidas las reuniones. Además habían establecido el estado de sitio. Desde entonces los encuentros pasaron a realizarse en mi casa.

–¿Y cómo llegaron al Tortoni?

–Los que me llevaron allí fueron Constantini y Liberman. Porque andábamos buscando un lugar para reunirnos. Primero lo hacíamos en el Café de los Angelitos (el del tango de Razzano y Cátulo Castillo), en Rivadavia y Rincón. Y finalmente recalamos en el Tortoni, donde por fin nos establecimos.

*Se agradece la colaboración operativa de la escritora Marisa Guevara, a los efectos de la concreción de esta nota.