Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de octubre de 2006 Num: 608


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Miguel Hernández:
Rayo que no cesa

RODOLFO ALONSO
El Espía
GRAHAM GREENE
Una legendaria tertulia
ALEJANDRO MICHELENA
entrevista con ABELARDO CASTILLO
Rastros de un amor perdido
OCTAVIO OLVERA
Cartas de Zweig a Freud, Rilke y Schnitzler
RICARDO BADA
Siete días para la eternidad
ODYSSEAS ELYTIS
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Arnoldo Kraus sobre El túmulo nunca cavado

Novela
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre La reinvención de un estilo

Revista
Once años de mala vida
RICARDO VENEGAS


Directorio
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ANA GARCÍA BERGUA

GATOS SEÑORITOS

Hace unas semanas causó revuelo, como dicen, la noticia de que una compañía norteamericana había logrado producir y comercializar gatos hipoalergénicos, al igual que tantos cosméticos y cremas que venden por ahí. Qué conveniente, pensé, imaginándome las maravillas que la genética producirá en un futuro: perros que ladren con discreción, canarios que entonen La Traviata, niños que no den lata, changos que avisen cuando van a lanzar cosas, leopardos danzarines e incluso, maravilla de maravillas, políticos que no saquen ronchas ni provoquen escozor. Eso sí, hay que aclarar que los dichos gatos, sin acatamiento ninguno de las enseñazas del Vaticano, vienen ya esterilizados; serán gatos señoritos hasta su muerte natural, para que la compañía no vea arruinado su negocio tan próspero y los dueños de los gatos no anden reproduciendo al suyo sin ton ni son (quizá, para evitar ser tan drásticos, se podrían pagar derechos de reproducción, y así tatuarles a los mininos un copyright, o pasar anuncios en los cines, en los que un hombre de dedo flamígero advierta que copiar gatos es un delito). Yo ya me voy imaginando a esos pobres gatos, a los que debido a su precio altísimo y su caché tan exclusivo, no se les dejará salir a cazar ratones y pájaros por ahí, ni a entrecruzarse con otros de su especie, dado que no producirían ningún gato con beneficios. Van a andar de un malhumor horrible, marcando con su aroma todos los muebles; eso mientras no se inventen los gatos inodoros.

Y es que la verdad el asunto no deja de sonar un poco raro; no me he podido quitar de la cabeza en estos días la "Carta a una señorita en París" de Cortázar, cuyo protagonista y narrador vomita conejitos blancos, y luego negros y grises. Los vomita, los alimenta un poco y los esconde en un armario –el departamento no es suyo–, hasta que la sobrepoblación conejil, la angustia de ensuciar el departamento, y la angustia a secas, lo llevan a la muerte. El sentimiento trágico, que le dicen. Quizá, de haber atisbado lo que sucede en nuestra época, el personaje de Cortázar no andaría suicidándose como hace éste al final; vendería a los conejitos como hipoalergénicos, encantadores y sobre todo santos, concebidos sin más pecado que una leve indigestión. Aunque uno nunca sabe: quizá en los sótanos de la compañía norteamericana, vigilados por guardias, envueltos en lágrimas y dominados por ideas suicidas, hay una serie de personajes de Cortázar vestidos de gabardina, sentados en fila y vomitando gatitos, lo cual debe ser un poco más molesto, habrá que decirlo, que un conejo suave, sin colmillos ni garritas.

Y es que realmente da la impresión de que quien ideó semejante cosa, entre tantas que se pueden idear, ingirió alguna sustancia en una noche loca, y se divirtió bastante con ella, o leyó mucho. Se parece un poco a la fantasía de los gatos bonsái por la que tantas protestas se elevaron hace algunos años, hasta que todo se esfumó en el mundo virtual: los gatos bonsái y las protestas. Quizá porque la idea de producir un animal como si fuera una cosita decorativa, práctica o mejorada, ya es curiosa, desde la famosa oveja Dolly, aunque si uno lo piensa bien muchos gatos y perros finos son eso, ejemplares superproducidos –para no hablar de las verduras del súper– y quién sabe qué tan ejemplares, y uno no sabe hasta qué punto es prejuicioso sorprenderse de que se fabrique un gato a fin de cuentas tan ideal: falta que al pasar junto al sillón le pregunte a uno qué está leyendo. Yo misma, que los amo hasta extremos patológicos, insisto en perseguir y abrazar a cuanto micifuz aparece en mi campo visual, con los resultados previsibles de ronchas y estornudos durante varios días; un gato así me libraría de aquello que parece castigo divino a aquellos amores desviados, pero de raza. Ahora que, ya que estamos en eso, y que desde luego existen las personas dispuestas a pagar los miles de maravedíes que cuestan aquellas creaciones –nadie duda que deben ser encantadores, antes de su encierro en vitrina–, a la larga se podría buscar también el gen gatuno que los haría denunciar crímenes tras la pared, especialmente si son negros, o aquel que los ayudara a ponerse botas, o a sonreír y desaparecer gradualmente cuando estén trepados en un árbol. Digo, para hacerlos más entretenidos.