Usted está aquí: lunes 30 de octubre de 2006 Opinión En todo deseo hay muerte

José Cueli

En todo deseo hay muerte

La convivencia enigmática entre la vida y la muerte se dará gusto, un año más, al iniciarse el próximo domingo la temporada de corridas de toros. La convalidación del develamiento del destino que paraliza. El propósito del enigma por vivir y morir y la cosa por venir. Mas exactamente por predecir, ese limbo donde brillan los significados del destino: creación con el toro bravo, o cornada o fracaso. Ese juego con los pitones de los toros para no gritar el dolor en el vacío. Al confrontar ese toreo único a la línea del tiempo. A ese punto preciso del tiempo donde puede surgir la creación.

Ese esperar la embestida del toro con los pies hundidos en la arena en un impulso y recrear con las muñecas, o la palma de la mano -como Rafael de Paula- la verónica marcando los tres tiempos: parar templar y mandar. El tiempo de ese lance sin pensar, un hoyo del pensamiento, un instante sin lenguaje, en el que el torero se abisma, se va en un hoyo y transmite al aficionado todas las sensaciones vividas. Ese torear de los elegidos, en que el lenguaje deja su lugar al cuerpo para que hable en su lugar. Lumbre del sol dorado a la caída de la tarde, misterio de la hora torera. En lo que tiene de única, de mágica, al brotar de lo inesperado del torero creador.

Ese toreo que sólo se puede decir al proyectar fuera de sí, todo el exceso que nos habita. Cada lance en este trance insta al torero a la parte de muerte que oculta. Es decir hay muerte, en todo deseo; en el toreo o el amor. Toreros con la chispa que fusiona el deseo y la muerte y en ocasiones su fruto es la belleza. Esta es la grandeza del toreo pese a darse en contadas ocasiones.

 
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