Usted está aquí: domingo 5 de noviembre de 2006 Opinión Museo de museos

Angeles González Gamio

Museo de museos

El emperador Moctezuma tenía la sabia costumbre de retirarse a meditar cuando lo agobiaban los problemas, y para hacerlo sin ninguna distracción, mandó pintar de negro unos salones de su gran palacio, que ocupaba el predio donde actualmente se encuentra Palacio Nacional; se les conocía como las casas denegridas.

En ese espacio, tras la conquista, a fines del siglo XVI se edificó la sede de la Casa de Moneda, misma que fue reconstruida en el siglo XVIII por el ingeniero Miguel Constanso, quien diseñó un soberbio palacio alrededor de un amplio patio. En 1848 la institución se trasladó al Palacio del Apartado, y de 1853 a 1863 el edificio fue ocupado por la Suprema Corte de Justicia; en 1868 se instaló ahí el primer museo de América, denominado Museo Público de Historia Natural, Arqueología y de Historia.

No es exagerado llamarle la madre de los museos, ya que a lo largo de los años, de ahí salieron las colecciones para crear los museos de Historia Natural, que se instaló en la moderna edificación de hierro y cristal que iba ser conocida como Museo del Chopo, el de Historia, que se alojó en el Castillo de Chapultepec; el del Virreinato, en el antiguo convento de Tepotzotlán, y el magno de Antropología, en su portentosa sede del Bosque de Chapultepec.

Al abandonarlo estas últimas colecciones y quedar vacío, ante la perspectiva de que el majestuoso edificio volviese a dedicarse a oficinas gubernamentales, don Eusebio Dávalos, a la sazón director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia, concibió la idea de que se sacaran las colecciones de objetos de distintas culturas del mundo, que se encontraban en las bodegas, fruto de antiguas exposiciones, y lo convirtió en el Museo Nacional de las Culturas.

Cuarenta años han transcurrido desde ese momento y el museo continúa activo, bajo la dirección del antropólogo Leonel Durán, quien cuenta con el apoyo de la Sociedad de Amigos que preside la arquitecta Maya Dávalos, hija del fundador, de quien heredó la pasión por el recinto, que ahora comienza una nueva etapa, que se va a reflejar en un futuro cercano en diversas innovaciones.

Se encuentra situado en la calle de Moneda, a la que bautizó desde que era la sede de la Casa de Moneda, vía que se puede definir como la calle de la cultura de América, ya que aquí se establecieron los primeros universidad, imprenta, museo, academia de arquitectura, pintura y escultura y la propia casa de moneda. Increíblemente los edificios que las albergaron continúan en pie, y todos son unas joyas arquitectónicas.

El del museo es en estilo barroco con elementos neoclásicos, ya que se realizó en el momento en que el segundo venía a desplazar al primero, que había caracterizado los siglos XVII y gran parte del XVIII. El vasto vestíbulo muestra el mural Revolución, de Rufino Tamayo, realizado en 1938. El enorme patio presenta una amplia arcada en sus lados poniente y oriente, y en el lado sur ostenta una enorme portada neoclásica, con la efigie del rey Felipe V y una sucesión de nichos.

Una fuente alegra el centro del patio, rodeada de una exuberante vegetación que muestra en las plantas nuestra diversidad de climas y temperamentos, ya que se acarician entre sí las ramas de un alto pino con las sensuales hojas de un plátano, las flores de las bugambilia se entrelazan con una palma y un venerable maguey se yergue con aire circunspecto.

El museo cuenta con una colección de casi 12 mil objetos de los cinco continentes, que se exhiben en salas de exposiciones permanentes. También presenta muestras temporales, como las que se acaban de inaugurar; una de ellas es del fotógrafo holandés Bob Schalkwijk, titulada Paisajes de agua, con coloridas fotografías de gran formato, en las que el líquido nos muestra su belleza en distintas manifestaciones y lugares.

Otra muy atractiva es la de la República de Corea, que expone indumentaria ceremonial de la dinastía Choson (1392-1910). Es imposible describir en unas cuantas palabras la belleza y suntuosidad de los atuendos, de ricas sedas de vivos colores, y el lujo de los accesorios. Vale la pena visitar ambas y deleitarse con la belleza del edificio, y para los infantes va a ser muy interesante conocer las salas de las antiguas culturas del mundo.

Al salir puede llevarlos a comer a la primorosa Casa de las Sirenas, en la cercana calle de Guatemala 32, desde cuya terraza va a poder apreciar las torres y cúpulas de la Catedral y ver la bulliciosa vida de la plaza Manuel Gamio, que ahora luce jardineras llenas de flores. Pida los sopecitos y la setas al ajillo para botanear, y después la sopa Centro Histórico, de frijol y chorizo; si es de buen diente, anímese con la gallinita en mole de mango, y de broche, el flan de elote de la casa.

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