Usted está aquí: domingo 5 de noviembre de 2006 Opinión JAZZ

JAZZ

Antonio Malacara

Joao Henrique

UNA RUEDA DE samba cayó la noche del 28 de octubre en Papá Beto; la gente cantaba y bailaba desde su silla con la premeditada prendidez con que se viste cualquier seguidor de Joao Henrique, aun antes de llegar al concierto, a sabiendas de que el alma brasileira los estaba esperando para envolverlos en el contubernio.

JOAO, QUIEN DESDE hace 25 años radica en estas tierras, se sienta de perfil al piano e inicia la ceremonia atacando un tambor con la suavidad de las felpas. El delicado misticismo de la introducción se rompe dos minutos después, cuando los contratiempos de Hugo Balderas, el gran tambor zurdo de Romeo Aguilar y las infinitas percusiones de mano de Luis Aguilar lanzan la batucada al aire y la hacen estallar hasta el último de los rincones.

DEL PIANO DEL maestro se desprenden los primeros acordes de Fogueira, de su cosecha, y es entonces que se escucha el sax alto de Pedro Julio Avilés, pieza clave en el sonido actual de Joao Henrique. El joven Avilés es un verdadero maestro del aliento; ya el alto, ya el tenor, sus saxofones son una fuente inagotable de símbolos y fraseos que cortan el aire en pequeños y afilados fragmentos; Pedro los deja ir en cascada o los dosifica con cautela, pero siempre con la impredecible coherencia del buen jazz. Eventualmente, el chaval inserta con maestría los ecos del bop en medio de la samba, la bossa nova o la balada.

DOS TEMAS DESPUES aparece Alexa, toma el micrófono y, entre alegre y nerviosa, pone a Magdalena en sus labios y de ahí no la quita. La cantante invita al público a cantar con ella; Joao la secunda; el respetable sigue sacando de los bolsos y los bolsillos las grandes porciones de emoción que sabía iba a necesitar, y cómo carambas no: corea Magdalena y canta pequeñas dosis de Agua de beber o de Wave; pero ya fuera con el material de Iván Lins o de Tom Jobim, Alexa no se quitaba las canciones de los labios, ahí las dejaba, sin desafinarlas, pero clavadas en una sonrisa de fiesta de 15 años, sin esculpirlas, ignorando las ventajas que te da el corazón cuando lo invitas a cantar a dúo con los labios.

EN CONTRASTE, EL quinteto de músicos paseaba el espíritu por todos lados. Como siempre, Joao Henrique atacaba piano y teclado a plenitud, cantaba pequeñas pero poderosas frases, la mano izquierda cubría sobradamente la ausencia de un bajo eléctrico. Luis Aguilar tomaba eventualmente la cuica y la hacía zumbar con maestría, Romeo tundía el zurdo y jugaba cariocamente con los silbatos, Hugo sonaba cuadrada pero cumplidoramente con la batería, el sax no dejaba de brillar con sus melodías; todos sonreían felices y nos contagiaban sin remedio... Alexa seguía bailando: alta, guapa, bien formada, pero con la canción atrapada entre los labios.

NO OBSTANTE, LA mayoría de los presentes estaba contenta en medio del festejo; tarde o temprano iba a llegar La chica de Ipanema; por lo pronto se oía Maracangaya. Descubrí que era una noche anunciadamente brasileña y había que asumirla. La felicidad aumentó todavía más cuando el buen Betuco anunció que esa noche la cena iba por cuenta de la casa. ¿Qué más?

CON UN REPERTORIO más heterogéneo, el quinteto de Joao Henrique, sin Alexa, se presenta todos los jueves y viernes en La Palmera (Altavista 132). Su más reciente disco, Brasiliando, se puede encontrar en la cadena de discotiendas. Vale la pena.

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