Usted está aquí: sábado 11 de noviembre de 2006 Opinión "Díaz Ordaz: ...¿dónde estás..?"

Abraham Nuncio

"Díaz Ordaz: ...¿dónde estás..?"

En la parte alta de una florería luce una antena parabólica de disco grande. El propietario del establecimiento la ha utilizado para hacer una efectiva propaganda política. Ubicada la florería en una céntrica avenida de Monterrey, los mensajes que aparecen en la parabólica son leídos por miles de peatones y automovilistas a lo largo de semanas.

La leyenda más reciente inscrita en la parabólica no deja lugar a dudas sobre las convicciones del empresario dedicado a la venta de flores: "Díaz Ordaz: ...¿dónde estás..?"

El fantasma del presidente asesino, que de repente cobra ruda y tanatógena realidad (los 300 muertos de Salinas, Acteal, Aguas Blancas), no parecía tener cabida en el gobierno de Vicente Fox. La alianza del aparato panista con el PRI y las presiones de los empresarios lo decidieron a mancharse con sangre en los últimos días del sexenio.

Uno tendría que preguntarse por qué los empresarios organizados, sobre todo los de Monterrey, han vilipendiado al ex presidente Luis Echeverría Alvarez, pero no han tocado a Gustavo Díaz Ordaz, su antecesor y el principal responsable ­él mismo lo asumió así en su último Informe de gobierno­ de la masacre de la plaza de las Tres Culturas en octubre de 1968.

Y de manera más general: preguntarse por qué los empresarios nunca han cuestionado los actos represivos del gobierno y, más bien, se han destacado como sus inductores.

Monterrey, escogida desde la época de Salinas de Gortari como plaza adecuada para manifestarse a dos voces los personeros del poder y los empresarios en favor de políticas antipopulares y entreguistas, no fue la excepción en la reciente Cumbre de Negocios celebrada a pocas horas de iniciada la represión contra activistas e inocentes en Oaxaca. Se había cumplido así con la demanda empresarial, encabezada por la Coparmex, de imponer el estado de derecho en esa pobre y depredada entidad.

Los anuncios discurrieron como augurios y refrendos gratos a los oídos de los asistentes. Guillermo Ortiz, el gobernador del Banco de México, subrayaba que las inversiones de la iniciativa privada habían salvado a la economía del país ante la ausencia de políticas públicas para incrementar la productividad y la competitividad. Las mismas políticas públicas prometidas en ese acto por Calderón ­acaso con gesto de Mandrake­ para hacer de México el principal destino de la inversión foránea. Y para que ésta fluya, antes que en educación lo esencial es invertir en seguridad. Según la información de Notimex, "admitió que para combatir la inseguridad habrá que invertir tiempo, dinero y 'hay que decirlo, muy probablemente, más vidas'". En este último renglón es probable que el panista haya percibido una avaricia rayana en la codería. Como dijo Iván El Terrible, con ademán de pena, cuando le anunciaron la cantidad de bajas en el enemigo: "¡Demasiado pocas!"

Cuando lo prioritario es combatir la inseguridad y no sus causas, la lógica conduce a prever más Oaxacas.

Los gobiernos neoliberales que hemos padecido en las tres pasadas décadas han mantenido con gran celo la estabilidad macroeconómica. Y el compromiso es continuar por la misma vía, si nos atenemos a lo que Agustín Carstens, el coordinador de política económica del equipo de transición de Felipe Calderón, anunció a los empresarios de la cumbre.

La generación de mensajes en los medios, que ha sustituido a la generación de empleos y a la de cualquier racionalidad posible en la vida económica y social de los mexicanos, continuará sin duda en ascenso. De labios de los empresarios y de quienes nos gobiernan con el mismo lenguaje, las palabras productividad y competitividad acompañadas de frases tales como primer mundo, clase mundial, calidad total no abandonarán el hit parade en los próximos años. No importará que cientos de miles de mexicanos continúen votando con los pies rumbo a Estados Unidos en busca de trabajo, o que los pobres se multipliquen y los niveles de calidad de vida continúen abatiéndose, o que la OCDE, Transparencia Internacional o la UNESCO nos reprueben en sus evaluaciones. Y si alguien desde dentro estalla porque no soporta más tanta incongruencia, la imagen inspiradora de Díaz Ordaz siempre se ofrecerá generosa para callar a los que no se sometan al estado de derecho.

México es un país desdichado donde sus elites no advierten que la única manera de competir, y con ello vacunarse contra la inseguridad, es elevando la calidad de vida de la población. Se compite con salud, nutrición, educación, cultura, salarios remuneradores, niveles de vida decorosos, y también con el ejercicio de la libertad, el disenso y aun la desobediencia civil, pues todos estos valores quieren decir civilización.

En una de tantas fábulas, la bota deja de oprimir por descuido al cuello, y éste se mueve un poco para aliviar su posición. La bota advierte el movimiento, acusa de inmediato al cuello de alterar el orden y lo oprime con más fuerza hasta dejarlo exánime. En otra fábula, como la que entraña Fuenteovejuna, el final es distinto.

La realidad suele imitar a la fábula. En México, según la conciencia y la capacidad de lucha de los oprimidos, la realidad puede ser copia de una o de otra de esas dos fábulas. Quizá no tengamos que esperar demasiado para conocer el desenlace.

 
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