Usted está aquí: lunes 13 de noviembre de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez
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La dignidad secuestrada

Extorsión telefónica, industria en crecimiento

Inservibles, las explicaciones técnicas oficiales

Mi amigo, a quien podríamos ubicar con facilidad dentro de la escala económica de los marginados, recibió la llamada poco antes de la medianoche. Del otro lado del auricular la voz de su hijo se deshacía en llanto: " ¿Papi?.. unos señores me metieron a una camioneta y me vendaron los ojos. ¡Ayúdame, por favor!"

La primera impresión de mi amigo fue que su hijo había sido detenido por alguna agencia policiaca, según cuenta, pero no. El clásico: "Ponga atención..." le cayó como un golpe en el estómago. No eran las palabras de un policía. De inmediato siguieron las instrucciones.

Le dijo que su hijo había sido testigo de algo desafortunado, algo que no debería tener testigos y que ellos lo tuvieron que levantar. Le indicó que tenía que entregar medio millón de pesos, pero mi amigo les respondió que esa cantidad no la había visto junta en toda su vida.

Entonces le pidió un número celular ­la llamada había llegado directamente al teléfono de su casa­. El le dio el número y escuchó los tonos de marcación hacia el celular, es decir, desde el mismo teléfono que utilizó para marcar el número de su casa se hizo la llamada al móvil. Le llenó con preguntas sobre su situación económica y terminaron negociando una cantidad para el rescate.

Después le exigió que llevara el dinero a un punto determinado de la ciudad y que allí dejara el dinero. Antes de decirle que su hijo había sido liberado pudo escuchar que desde un aparato, que podría ser un radio, tal vez uno de los artefactos que lo mismo es teléfono que radio, alguien señalaba al que estaba en el auricular que todo estaba bien y que las condiciones se habían cumplido.

Más adelante mi amigo supo que su hijo estaba bien, en compañía de unos amigos con los que estuvo estudiando durante todo el día. Se trató de un secuestro virtual. Ahora que mi amigo puede platicarlo sabe, como supo durante todo el tiempo que duró la llamada, que ésta estaba llena de incongruencias, que bien pudo llamar a su hijo desde el primer momento, pero también está cierto de que estaba aterrorizado, que un temblor constante no lo ha dejado tranquilo, que dormir le es imposible y que ha perdido el apetito.

El 7 de junio del año pasado, el procurador Bernardo Bátiz reconoció que habían aumentado las extorsiones vía telefónica y que muchas de ellas provenían de los centros de reclusión de esta ciudad. Frente a esa realidad que advertía de la denuncia de cuando menos dos de esos delitos, sin contar la cifra negra ­los que no se denuncian­, se instalaron bloqueadores de señal en los reclusorios. El 6 de octubre anterior, el mismo funcionario dio la noticia: los bloqueadores no funcionan. Las extorsiones continúan.

Pero esa verdad contenía una realidad terrible: los bloqueadores eran apagados por personal de los mismos reclusorios, después de recibir grandes cantidades de los reclusos.

Las autoridades saben perfectamente cómo operan los reclusos. Saben que afuera de las cárceles se venden los chips con los que burlan el bloqueo, pero no sucede nada, los reos y sus cómplices continúan actuando con total impunidad, porque entre otras cosas los concesionarios de la telefonía celular han demandado al gobierno de la ciudad, porque la señal bajo la que operan se bloqueó, aunque fuera parcialmente.

Por las razones que sean, algunas expresadas aquí, la extorsión continúa. Las bandas operan desde los reclusorios del Distrito Federal, pero también desde Puente Grande, en Jalisco, o desde los llamados El Bordo y Barrientos, en el estado de México.

Las explicaciones técnicas del procurador Bátiz o del jefe de la policía capitalina, Joel Ortega, no sirven para impedir que muchos capitalinos sufran por la ineficacia o la ineptitud de los funcionarios. Hace más de un año y medio las autoridades sabían que el problema iba en aumento, desde entonces, y hasta ahora, los celulares siguen entrando a los reclusorios. Las líneas normales no son cuidadas y el dolor y el sufrimiento de quienes son víctimas queda nada más en la lista del anecdotario de las atrocidades que suceden en esta ciudad, frente a la indolencia de unos y los intereses de otros.

Derechos Humanos

Buen asunto sería el que la CDHDF observara con más detenimiento lo que sucede en los reclusorios con las llamadas de extorsión y las autoridades omisas frente a este delito, en lugar de invertir todos sus esfuerzos en condenar la protesta ciudadana que exigió con el plantón sobre Paseo de la Reforma que su voto fuera contado con limpieza, pero de eso, ya platicaremos.

 
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