Usted está aquí: sábado 18 de noviembre de 2006 Opinión ¿Devaluación en puertas?

Ilán Semo

¿Devaluación en puertas?

¿Por qué el precio de los hidrocarburos y los combustibles se ha reducido (casi 30 por ciento) en el mundo entero, mientras que en México, país petrolero, ha seguido aumentando (hasta llegar a la reciente abrupta alza del diesel)? La respuesta es sencilla, y revela los entretelones de una política económica casi obsesionada en repetir las circunstancias de los desastres propiciados por las tres últimas administraciones (Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Francisco Gil, ¿o alguién cree que Vicente Fox opina?), la "filosofía económica" de lo que podría llamarse la dark age de la economía nacional. El récord es asombroso. Ni siquiera las guerras civiles y las asonadas interminables de la primera mitad del siglo XIX lograron abatir (guardadas las proporciones) las actividades económicas del país a los niveles alcanzados por estos genios salidos de la lectura doctrinaria de las teorías de Milton Friedman (que, por cierto, acaba de morir, y cuya obra de pensamiento merece, incluso por parte de sus adversarios, un reconocimiento).

En México, la gasolina y el diesel aumentan porque Petróleos Mexicanos (Pemex), se dice, requiere mayores recursos para funcionar. Pero no es así del todo. En su mayoría, esos recursos no serán destinados a reordenar la empresa, ni a agilizar las exploraciones, ni a actualizar su tecnología, sino que caerán en las manos conocidas: una burocracia política que los gasta en cubrir con fachadas, ya sea televisivas o clientelares, espots y desayunos, sus fracasos políticos, en financiar un glotón aparato electoral (que ni siquiera logra salir del atolladero del 2 de julio), en sostener los consensos y la corrupción federales (hoy esa amalgama reúne indistintamente a panistas dispendiosos, las "necesidades" de Elba Esther Gordillo y los sicarios de Ulises Ruiz). Una burocracia política que gasta en todo menos en lo que podría aliviar la situación de Pemex: reinvertir sus ingresos en la propia empresa y transformarla en una industria exportadora no de petróleo sino de gasolina. La ecuación es simple. El precio de la gasolina es varias veces mayor que el del petróleo. Es la gran mercancía de la industria petrolera. México exporta petróleo, pero importa gasolina. Vendemos el crudo para que nos lo regresen, en un intercambio absolutamente desigual, en calidad de gasolina.

¿Por qué no produce Pemex suficiente gasolina, incluso para exportar?

Porque no hay inversión para instalar refinerías, se responde. Y de ahí al trillado argumento de que se requiere privatizar el sector para atraer inversionistas extranjeros. Falso, por supuesto.

Con un régimen fiscal que permitiera abastecer a Pemex con las inversiones que resultan de sus propios ingresos, la empresa tomaría un rumbo completamente distinto. Pero Acción Nacional no contaría con fondos para financiar, por ejemplo, la alianza que ha emprendido con la burocracia sindical magisterial y con varios gobernadores priístas. Y la Secretaría de Hacienda se quedaría sin los recursos que le permitan paliar su incapacidad de recaudar impuestos (que es siempre una incapacidad política). Obvio: es más sencillo (y menos conflictivo) ordeñar a Pemex antes que cumplir con la tarea de la recaudación.

El aumento en el precio del diesel traerá consigo una cadena de otros aumentos. Con ello se encarecerá la producción nacional. ¿Puede el gobierno en estas circunstancias preservar las condiciones que hacen posible la exportación de muchos productos? Existen ya señales de que la inestabilidad acecha. Por cierto, todavía no fatales. El aumento en el precio de la leche que Liconsa distribuye en la economía popular puede ser leída, indirectamente, como una de ellas.

Cualquier gobierno, incluso uno ataviado con el estrabismo que no abandona al de Vicente Fox, sabe que afectar el precio de alimentos populares significa un cuantioso riesgo en términos de consenso. Más aún cuando la sucesión presidencial todavía está en curso. En otras palabras: no es que el gobierno no quiera sostener el precio de la leche, es que ya no tiene con qué. La pregunta es inevitable: ¿hasta dónde han descendido sus recursos efectivos? Una pregunta que deben responderse a quienes interesa la estabilidad del peso.

El aumento en el precio del diesel puede tener otro motivo. Los precios internacionales del petróleo han bajado sustancialmente. Los contratos de Pemex ya reflejan este hecho. En 2007 no habrá superávit petrolero, al menos no en las proporciones que facilitaron el dispendio foxista. Y todo indica que los consumidores nacionales habrán (habremos) de pagar la incontinencia política de quienes habitaron Los Pinos desde el año 2000.

 
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