Usted está aquí: sábado 18 de noviembre de 2006 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil

Tiempo de vivir

ROMAIN (MELVIL POUPAUD), homosexual, 31 años, fotógrafo de modas, es citado por su médico, quien le notifica que padece una enfermedad terminal: cáncer generalizado, con apenas 5 por ciento de posibilidades de remisión. Al primer alivio de saber que no tiene sida ­su primera angustia­, sucede la revelación inesperada, más dramática aún y más implacable. Con esta ironía cruel se inicia esta nueva crónica francesa de una muerte anunciada. Su título original, El tiempo que queda (Le temps qui reste), quedó remplazado en México por un banal Tiempo de vivir, más próximo a las visiones hollywoodenses de la enfermedad terminal (Magnolias de acero) que al laconismo dramático, sin concesiones, que caracteriza al cine de Francois Ozon.

EL ANUNCIO DE una enfermedad incurable que limita considerablemente el tiempo de vida del protagonista, obligándolo a replantearse prioridades afectivas y existenciales, ha sido tema también, en el cine francés reciente, de dos cintas notables: Las noches salvajes, de Cyrill Collard, relato autobiográfico de un seropositivo condenado a muerte en una época anterior a la conversión del sida en padecimiento crónico, y No olvides que vas a morir, de Xavier de Beauvois, cinta inédita en México, en la que un enfermo terminal decide abandonar su rutina e involucrarse en el conflicto serbio-croata.

DISTANCIANDOSE A LA vez del heroismo individual de Collard, reivindicación de un estilo de vida y desafío moral de la fatalidad, y del protagonismo del héroe de Beauvois, quien rechaza la frivolidad y el egoísmo en beneficio de una causa social, el director de Bajo la arena elige una visión más ambigua: el personaje decide no informar a nadie de su condición, ni a su familia ni a su amante, reservando para ellos un maltrato excesivo, y sólo se confía a su abuela (Jeanne Moreau, formidable), la única persona capaz de comprender y compartir con él la sensación de una muerte inminente.

OZON DOTA A su personaje de un comportamiento sicológico y moral complejo, en apariencia contradictorio: Romain rechaza todo auxilio espiritual, sin desprenderse de una cruz; se niega a la mínima opción terapéutica, prefiriendo oficiar por cuenta el ritual de la degradación física (raparse el pelo); reserva para la familia desplantes violentos e injustos, cuando lo que más le interesa es dejar una huella, procreando un hijo que no verá nunca con una mujer que apenas conoce.

EN CONTRASTE CON los manuales de autoayuda, es, por unos días, el arquitecto de su propia muerte. El personaje veleidoso e irascible se transforma en un ser de una coherencia moral perfecta. En una cinta anterior, Bajo la arena, primer segmento de una trilogía sobre la muerte, Ozon mostraba cómo la desaparición de su pareja (por abandono voluntario o muerte accidental), obligaba a la protagonista (Charlotte Rampling) a una recapitulación de su vida, orillándola a una nueva afirmación personal. Tiempo de vivir prosigue con serenidad y aplomo esta vertiente narrativa. Cinta de madurez moral de un realizador siempre joven.

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