Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de noviembre de 2006 Num: 611


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Cuento vivo de Andalucía
DANTE MEDINA
Parábola del bolso
CARLOS EDMUNDO DE ORY
El ordenador
FELIPE BENÍTEZ REYES
Dilemas urbanos
CRISTINA GARCÍA MORALES
Condición anfibia
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA
Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA ARGÜEZ
Poesía viva de Andalucía
Las Musarañas
JUAN BONILLA
Coleccionismo
MARCOS GUALDA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 


NMORALES MUÑOZ

ZERO DEGREES

En el intento de establecer una noción de identidad, se decreta de igual forma la relación con el otro: como un principio básico de la existencia, somos en tanto que reconocemos lo que nos empata o nos distingue respecto a la otredad, al fantasma que, manifestado a partir del lenguaje, del sentido y del deseo, nos demuestra, con su solo despliegue, un hueco, una suerte de vacío que acometeremos en pos de delinear nuestra singularidad. El Otro, entonces, nos ofrece ante todo inquietud, una inquietud incorpórea que problematiza lo que entendemos por esencia y repercute en nuestra manera de abordar la existencia y la realidad.

De todo ello parece querer hablarnos Zero Degrees, la puesta en escena que la compañía británica Akram Khan, liderada por el bailarín homónimo, presentó en la edición más reciente del Festival Cervantino. De la densa textura del exilio, de la problemática múltiple de la incomunicación, de nuestra incapacidad para reconocer en el tránsito, más que en el arribo mismo, una fuente de evolución. Choque de culturas, reconocimiento del otro, movimiento perpetuo; todo confluye en una apuesta que ha nacido con una patente aglutinante (pues en ella coinciden las gramáticas de la danza, el teatro, la música y la escultura) y con la certeza de saberse parte de una indagación que, pese a su complejidad, objetiva claramente su núcleo y su propósito.

Zero Degrees ha nacido de la inquietud de sus gestores (el propio Khan y Sidi Larbi, también bailarín) por poner al día la relación con sus orígenes: afincados y educados en Europa occidental (el primero en Gran Bretaña, el segundo en Bélgica), ambos comparten raíces excéntricas: mientras Khan proviene de una familia bengalí, Larbi es de ascendencia marroquí. El punto de cohesión partió de lo anecdótico: lo acontecido a Khan en un viaje por Bangladesh, cuando un pasajero murió a bordo de un tren ante la indiferencia de los demás pasajeros, incluido el propio artista.

Lo que se desprende de estos presupuestos es un montaje anclado en la austeridad y en la capacidad de los intérpretes para recrear, con sensibilidad y rigor, una batalla fundamental: la de sus cuerpos contra los cuerpos de Lo Otro, contra el fantasma que pone en evidencia, en su materialidad nebulosa, el propio vacío, por efecto de una relación crítica y oscilante en la que el sentido se manifiesta, en la zona que separa y une a los contendientes, como el movimiento puro, entendido el movimiento como la expresión de una "materialidad incórporea" —si nos valemos de la filosofía del fantasma acuñada por Deleuze. Reconociendo los límites de sus propios cuerpos a través del examen de la otredad (manifestado en la relación, física y simbólica, que establecen con sus respectivos maniquíes, diseñados por el escultor Anthony Gormley), es que Khan y Larbi revisarán su esencia en tanto que personas y creadores, y podrán enfilar, si tal cosa fuera en realidad posible, hacia el resanado de los vacíos de sentido y significado que una pérdida anterior (la mezcla de parálisis, impotencia y culpa de quien no puede hacer nada por un moribundo) les ocasionara. Khan y Larbi, de hecho, interpretan un mismo papel: el del doble que amplifica la percepción, pero que también potencia el dolor y la vacuidad, la insignificancia de saberse atrapado en la repetición absurda y perpetua.

La batalla se desarrolla, ya se ha dicho, en la desnudez del espacio en blanco, y deja constancia de la habilidad y la precisión de los dos actores-bailarines. Con un lenguaje fresco, que incorpora elementos del kathakali y de la danza contemporánea, Khan y Larbi oscilan entre el fuego y la delicadeza, entre la ligereza y la gravedad, sentando, con su juego de yuxtaposiciones, una poética de movimiento sutil y conmovedora, en la que la diferencia de registros (fuerte pero dúctil el inglés, frágil pero flexible hasta la contorsión el belga) no divorcia sino subraya la importancia de la diferencia en el discurso del montaje. Contrapuesto con escenas teatrales que narran la fábula con fluidez y humor negro, y signada con la música de Nitin Sawhney, Zero Degrees desemboca en la conquista de la emoción, en la escenificación notable de una obsesión: la de poner en crisis el pasado, el cuerpo y el origen.