Usted está aquí: miércoles 22 de noviembre de 2006 Cultura Javier Valdez rescata en un libro la vida cotidiana de Culiacán

Presentaron De azoteas y olvidos, que reúne crónicas del corresponsal de La Jornada

Javier Valdez rescata en un libro la vida cotidiana de Culiacán

El autor realiza un ejercicio de resistencia por esa urbe ''convertida en estacionamiento''

RAUL QUIROZ Y AZUCENA MANJARREZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

Culiacán, Sin. Javier Valdez puede ser un cronista urbano, trovador, catador de la ciudad, observador perspicaz, o todo lo anterior en uno mismo. Al corresponsal de La Jornada lo han llamado hasta poeta de los baches, quizá por esa facilidad de narrar historias con sabor, sonido y olor a asfalto, a Culiacán.

Se puede decir, inclusive, que es un tipo ''demencial'', y él lo acepta, pero es también ese personaje que mira con nostalgia a una ciudad que le coquetea desde el olvido. A cambio, él, su eterno enamorado, le dedica su escritura en De azoteas y olvidos, libro que fue presentado hace unos días en la galería de arte Frida Kahlo, en el contexto de los festejos por el 575 aniversario de la capital sinaloense y de la Feria Letras del Pacífico.

Valdez incluye más de 70 crónicas publicadas en El Diario, Revista Gente y Noroeste, este último en la columna Con sabor a asfalto. El periodista se descubre como una persona preocupada por los rincones de esta tierra, de la que se considera un militante.

Declaración de amor

La presentación de su primer ''hijo de papel'' permitió a Valdez rencontrarse con los amigos, clamar por esta ciudad que cambia a pasos vertiginosos y por el lugar que se merece la crónica en los medios. Logró además reunir de manera inédita a periodistas, narradores, militantes de izquierda radical y de la partidista, pero no sólo eso, también a empresarios, panistas, sindicalistas y funcionarios de gobierno. El autor dedicó la obra a los indigentes, quemados y golpeados. A aquellas personas sin nombre que el transeúnte ignora, como pasa con el niño que toca el cristal del automóvil por una moneda y no se le responde.

''Este libro es una declaración de amor a la ciudad, a sus héroes anónimos, ríos, atardeceres, niños de la calle, la isla de Orabá. Es un ejercicio de resistencia por esta ciudad que se ha convertido en un gran estacionamiento", dijo.

''Me interesan los seres humanos que esperan el camión, que se sientan en las plazuelas, van al café o esperan el verde del semáforo. Mi intención es rescatar la trama urbana, la vida cotidiana de la ciudad."

Al comentar la obra editada por el ayuntamiento de Culiacán, Ismael Bojórquez, director del semanario Ríodoce, del que Valdez además es fundador, alertó que no se pueden leer estas crónicas del asfalto sin comulgar con ellas.

''No podríamos ser indiferentes a la devastación del Centro Histórico, convertido ahora en un cajón inmenso para estacionar vehículos. O no disfrutar el amanecer junto con Tania (hija del autor), recibiendo los primeros rayos del Sol que coquetea con las estrellas desmañanadas", destacó.

''Lees y sufres en los pasos de ese hombre que corre bajo la lluvia como huyendo de su propia desgracia, o igual te vas de trampa en ese tren que nunca mira al sur."

Otro de los presentadores, Andrés Villarreal, jefe de información del Canal 3, de televisión local, dijo que en este libro de crónicas hay desconocidos con nombre completo y conocidos sin nombre ni señas particulares.

La melancolía, el olvido y la soledad
en las historias están presentes en la cotidianidad. El autor presenta siempre como telón de fondo la música de Joaquín Sabina y Real de Catorce, mezcladas con un aire reivindicador.

''Soy un militante de sus puentes, plazuelas, de la Obregón; creo que alguien debía expresarlo: sentí esa necesidad de decir aquí en esta esquina había un banco y aquí un edificio viejo que representó tal cosa", indica.

''Soy un enamorado de esa ciudad que nos coquetea, guiña el ojo y no la vemos, porque estamos abstraídos. Yo la miro con los ojos de un ser humano que trata de abstraer algo de esa rutina que todo lo carcome."

Javier Valdez dice que no hay pretensiones en el libro, sólo el reflejo de cómo vivió la ciudad, que igual la sufre, disfruta, bebe, come y escupe. Le interesan, afirma, los seres humanos que esperan el camión, que se sientan en las plazuelas, van al café o esperan el verde del semáforo".

 
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