Usted está aquí: miércoles 22 de noviembre de 2006 Opinión El hijo de Kyoto

Alejandro Nadal

El hijo de Kyoto

La evidencia científica nadie la discute. Somos testigos de una acumulación descontrolada de gases de efecto invernadero que atrapan la radiación infrarroja y sobrecalientan la atmósfera. Las proyecciones de los científicos son alarmantes: en los próximos cien años, la temperatura promedio global puede aumentar más de 3 grados centígrados con efectos desastrosos sobre la productividad agrícola, el nivel de los océanos y la volatilidad del clima.

La temperatura promedio global aumentó alrededor de 0.8 grados centígrados en los últimos 125 años. La diferencia entre una era glacial y una interglacial es menor a los 5 grados centígrados. Eso revela la magnitud del cambio climático que estamos desencadenando. Y si bien la variación ha sido gradual en los últimos cien años, eso no excluye la posibilidad de vaivenes abruptos en las próximas décadas. Muchas proyecciones revelan que nos dirigimos a un cambio climático que rebasa con mucho el orden de las variaciones climáticas de los últimos mil años.

Los científicos han completado su análisis y han activado la señal de alarma. Pero la política y la diplomacia no marchan al mismo ritmo. En 1992 se firmó la convención marco sobre cambio climático para colocar en la agenda internacional el formidable tema del cambio climático. En 1997 se firmó el Protocolo de Kyoto que obliga a 35 países industrializados a alcanzar en 2012 niveles de emisiones de gases invernadero 5 por ciento inferiores a los niveles de 1990. Hoy sabemos que esas metas son insuficientes para resolver el problema en el que nos encontramos. También sabemos que la mayoría de los países no cumplirán sus compromisos.

El debate ha sido largo y la diplomacia ha caminado lentamente. Cuando fue firmado las partes sabían que las metas no eran demasiado ambiciosas. Pero desde entonces las malas noticias se han multiplicado: el aumento previsto en la temperatura promedio global en el próximo siglo será mayor a lo proyectado hace apenas unos años.

El Protocolo de Kyoto ha sido firmado y ratificado por 165 naciones, pero Estados Unidos y Australia, dos de los principales países industrializados, se mantienen empecinados en rechazar el acuerdo. Por sí solo, Estados Unidos es responsable de cerca de 23 por ciento de las emisiones globales de CO2, principal gas invernadero. Por eso, para lograr que Washington lo aceptara se introdujeron muchas reformas polémicas en el texto, pero no fue suficiente. El tratado quedó marcado por algunos mecanismos que incluso amenazan con impedir que se alcancen sus modestos objetivos.

La semana pasada en Nairobi los delegados de 180 estados celebraron la duodécima conferencia de las partes de la UNFCCC y la segunda reunión de las partes del Protocolo. Los acuerdos a los que llegaron son realmente modestos, por no decir decepcionantes. Mucha retórica y pocos compromisos importantes.

El Protocolo de Kyoto expira en el año 2012. Queda muy poco tiempo para construir algo que lo remplace. Uno de los principales "resultados" de Nairobi fue un calendario de negociaciones que debería desembocar para el año 2009 en una especie de "hijo de Kyoto" que permitiera algunos avances en la urgente tarea de reducir las emisiones de gases invernadero y para permitir a los países más vulnerables irse adaptando a las feroces consecuencias del calentamiento global.

Varios obstáculos harán difícil llegar a un acuerdo eficaz. El primero es que una parte importante de los mal llamados mecanismos de desarrollo limpio (instrumentos destinados a reducir el costo de las metas de Kyoto), así como el mercado de emisiones de carbono, permiten disfrazar el incumplimiento de las metas. En los próximos años esos instrumentos se consolidarán (en particular el mercado de bonos de carbono) y será muy difícil dar marcha atrás: en el ámbito diplomático la humanidad podrá continuar engañándose a sí misma, pero en la vida real el cambio climático no va a esperar.

Otro problema son las asimetrías internacionales. Por ejemplo, los pequeños y pobres países isleños serán los primeros en sufrir el impacto del calentamiento global por el aumento en el nivel del océano. Pero al discutirse los mecanismos para apoyarlos, Arabia Saudita y Qatar alegan que a ellos también habrá que compensarlos por los efectos de la transición a una economía post hidrocarburos.

Estados Unidos alega que reducir sus emisiones implica menor crecimiento y mayor desempleo. Sostiene que China e India deben aceptar compromisos firmes de reducciones de emisiones, pero éstos no están interesados en hacerlo. Quizás lo hagan cuando los "mecanismos de desarrollo limpio" también les permitan disfrazar el incumplimiento de nuevos compromisos.

Quizás lo mejor de Nairobi fue el Informe Stern, documento preparado por el Reino Unido, cuya principal conclusión es que desde el punto de vista económico resulta menos costoso reducir hoy las emisiones que esperar más tiempo. El calendario dirá si esa conclusión puede movilizar a la economía mundial para construir un sucesor eficaz del Protocolo de Kyoto. De lo contrario, el cambio climático terminará por convertirse en la amenaza más grave para la humanidad.

 
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