Usted está aquí: viernes 24 de noviembre de 2006 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil

Calle Tzameti 13

AL REALIZAR TRABAJOS de albañilería en una casa de la costa atlántica francesa, Sebastián (George Babluani), joven de 20 años, trabajador inmigrante de Europa oriental, descubre una manera sencilla de hacer dinero: suplanta la identidad de un hombre recién fallecido y participa, con información un tanto vaga, en una misión con gente que desconoce por completo. Pronto termina atrapado en un círculo de mafiosos, cuyo entretenimiento principal es un juego clandestino donde se apuestan vidas humanas, incluida la suya.

EN LO SUCESIVO, el joven deberá portar el número 13, cifra que bien puede significar en su caso una suerte mayúscula o un sello de fatalidad. El juego es una ruleta rusa colectiva, en la que los participantes aceptan arriesgar la existencia a cambio de miles de euros y satisfacer de paso el sadismo de quienes apuestan por ellos grandes fortunas. Los jugadores forman un círculo de 15 personas; cada una apunta con un revólver a la nuca de quien tiene enfrente. La pistola tiene una sola bala. A una señal luminosa se ordena el disparo. Esto se prolonga en tres rondas siniestras, con aumento de riesgos en cada una y un número cada vez menor de sobrevivientes.

Con una formidable fotografía en blanco y negro, el realizador georgiano Géla Babluani, de 27 años, radicado en Francia, observa con meticulosidad el destino frágil de estos seres lamentables, reducidos a calidad de ganado expuesto al sacrificio, y a partir de esta observación señala las posibilidades infinitas de la mezquindad moral. No sólo es Sebastián prisionero en una mazmorra de entretenimiento bestial; él mismo participa, con reacciones muy ambiguas, del espíritu de lucro y crueldad. La fiebre de competir y llevar hasta sus últimas consecuencias el juego delirante hace asumir la fatalidad con una mezcla de resignación y soberbia. La cinta explora la abyección y el sometimiento voluntario de los participantes, diferenciándolos apenas de la perversidad de quienes los han elegido como objetos de entretenimiento criminal. A menudo se disipa la frontera entre víctimas y victimarios, pues quienes participan en el juego han escogido, por simple ambición, abdicar de toda dignidad.

El ritmo impecable de la cinta y el tema del hombre equivocado, tan recurrente en Hitchcock, y tan astutamente aprovechado en esta obra, no sólo deriva en un manejo notable del suspenso, sino en una reflexión sobre la pérdida de la inocencia y el aprendizaje acelerado de la corrupción. Calle Tzameti 13 recrea con acierto atmósferas del cine negro, pero su temática de crueldad implacable lo aproxima a la nota roja, a esos relatos que aún parecen inverosímiles, como el de una banda de jóvenes narcojúniors que se prendiendo fuego a indigentes en Sinaloa (La Jornada, 22/11/06). El georgiano Géla Babluani sólo explora en esta cinta una franja de la abyección humana.

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