Usted está aquí: martes 28 de noviembre de 2006 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil

La vida de los otros

Crónica de un desencanto político

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta de Von Donnersmarck

LA 48 MUESTRA Internacional de Cine concluye en la Cineteca Nacional con la exhibición, hoy y mañana, de La vida de los otros (Das Leben der Anderen), primer largometraje del alemán Florian Henckel von Donnersmarck. Aunque la cinta es una interesante descripción de las operaciones de espionaje de la Stasi, central de inteligencia del Estado en Alemania Oriental, en activo hasta la caída del muro en noviembre de 1989, la cinta se concentra en un mes de operaciones del organismo, en 1984, y en el perfil de uno de sus ejecutores más aplicados, el capitán Gerd Wiesler (Ulrich Mühe).

EL ENCARGO DE este último es vigilar las actividades de un dramaturgo destacado, Georg Dreyman (Sebastian Koch), y su esposa, la actriz Christa Sieland, bajo la sospecha de que a pesar de su intachable fidelidad al régimesn comunista, el escritor pudiera conservar vínculos muy estrechos con grupos de resistencia que operan desde Berlín occidental y participar en labores de subversión intelectual.

LA CINTA MUESTRA en un discreto tono de serie televisiva la vida cotidiana en la Alemania de Honecker, a pocos años de la caída del muro. Una red de espionaje estatal, respaldada por un sistema más grande aún de delación ciudadana, hace que la vida de cada habitante esté marcada por el miedo y el temor a ser denunciado. En el caso de los escritores, el chantaje oficial es permanente: sin adhesión ideológica absoluta no hay posibilidad de supervivencia artística. Para Dreyman (un personaje tal vez inspirado en el dramaturgo Heiner Müller) todo se complica, dadas sus simpatías sinceras con los ideales socialistas.

LA VIDA DE LOS OTROS es la crónica de un desencanto político. No sólo el del personaje sospechosamente subversivo, sino también, y de modo más elocuente, el de su propio perseguidor, Wiesler, burócrata metódico y frío que paulatinamente cobra conciencia de la mezquindad moral de su labor de espionaje. En el sistema político descrito, los hombres son desechables y el aparato estatal lo es todo. Hay poco que ganar en esta persecución del hombre justo, cuando los jerarcas del partido apenas reconocen el valor de la conquista.

SIN ALCANZAR LA dinámica novelesca de la persecución a Jean Valjean, por el inspector de policía Javert, en Los miserables, de Victor Hugo, el director alemán sí analiza con acierto los dilemas morales a los que se enfrenta el delator y espía, y esto es lo central de la cinta y, sin duda, su aspecto más interesante.

AL EXITO DE la empresa contribuye la estupenda actuación de Ulrich Mühe, en el papel de funcionario con cargos de conciencia. Este actor ha figurado, con fortuna parecida, en dos cintas del austriaco Michael Hanecke, Juegos divertidos y El video de Benny. Sus gestos nerviosos, su falta de carisma y su figura apenas agraciada ­una suerte de Michel Blanc germano­ resumen el perfil típico del servidor público en un sistema totalitario. Su pragmatismo servil ilustra la inmoralidad del régimen enemigo de las libertades públicas. Por ello la crisis existencial que en este relato ofrece el cineasta se complica en cada escena, en cada confrontación con los otros ­toda una colectividad bajo sospecha­ y a la postre resulta fascinante.

UNA RADIOGRAFIA DIRECTA, a ratos sobrecargada dramáticamente, de una realidad social con escasa representación en la pantalla. Lejos de la mirada nostálgica del Adiós a Lenin, de Wolfgang Becker; más cerca de una triste y desencantada evocación del mundo gris de aquel burócrata mayor olvidado, Erich Honecker.

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