Usted está aquí: miércoles 29 de noviembre de 2006 Opinión San Lázaro: pleito por unas ruinas

Editorial

San Lázaro: pleito por unas ruinas

Mientras Felipe Calderón Hinojosa padecía el naufragio anticipado ­y anunciado­ de sus nombramientos, en particular el del represor jalisciense Francisco Ramírez Acuña en la Secretaría de Gobernación, los diputados de su partido terminaron de descomponerle las perspectivas de una toma de protesta apacible en el Palacio Legislativo de San Lázaro. Llevados por un candor político inexplicable, por una torpeza desmedida o por algo peor, los legisladores blanquiazules quisieron adelantarse a sus pares del Frente Amplio Progresista (FAP) y tomaron la tribuna del salón de plenos, acaso con la intención de permanecer en ella hasta el viernes próximo, a la espera del previsto sucesor de Vicente Fox. Tal vez no repararon en que con esa medida derrumbaban todo el aparato discursivo oficialista, fundamentado en "el respeto a las instituciones", "el diálogo" y la "civilidad", y propinaban un golpe demoledor a la institucionalidad socavada desde el poder mismo y a cuyos restos se aferran, se diría que con desesperación y pánico, los representantes formales del grupo que verdaderamente toma las decisiones en el país.

Los diputados perredistas, por su parte, habrían podido permanecer, con gran provecho, al margen del enorme despropósito de los panistas, y guardar sus afanes de protesta para el primero de diciembre, pero decidieron en cambio participar activamente en el desfiguro. Con ello, unos y otros ofrecen un espectáculo vergonzoso que agravia a sus representados y que deja entrever el colapso de una de las cámaras legislativas o, cuando menos, de la actual legislatura. En efecto, a raíz de los zipizapes protagonizados ayer, la convivencia civilizada en San Lázaro puede darse por descartada, y no sólo para la fecha prevista de la toma de posesión de Calderón como presidente sino, incluso, para los próximos años. El aspirante a ceñirse la banda presidencial puede agradecer este regalo amargo al coordinador de la bancada de su propio partido, Héctor Larios, al presidente de la mesa directiva, su correligionario Jorge Zermeño, y a los diputados que tendrían que acompañarlo y respaldarlo en su gestión gubernamental.

Desde luego, la bochornosa confrontación en curso en San Lázaro no empezó ayer. En el ámbito legislativo se gestó, por ejemplo, en la maniobra antidemocrática y contraria a la legalidad con que los partidos que realmente gobiernan, Acción Nacional y Revolucionario Institucional, impidieron que la presidencia de la mesa directiva recayera en un perredista, como correspondía, habida cuenta de que los legisladores del sol azteca conforman la segunda fuerza en la Cámara. No debe dejarse de lado, por otra parte, los agravios que representan para un poder autónomo y soberano los desmesurados dispositivos policiales alrededor del recinto y, peor aún, la presencia de elementos del Estado Mayor Presidencial dentro del edificio.

Estos abusos locales ocurren, por lo demás, con el antecedente de un Poder Ejecutivo que intervino de manera facciosa e indebida en el proceso comicial de este año, con autoridades electorales que enturbiaron los resultados y destruyeron el consenso de credibilidad en torno a ellos y con un proceso sucesorio viciado, además, por la injerencia de los promontorios de poder empresarial, financiero y clerical, las campañas sucias ­no habría que olvidar las caracterizaciones de Andrés Manuel López Obrador como un émulo mexicano de Hugo Chávez­, y un sometimiento de los grandes medios de masas a los gobernantes en turno, tan abyecto como el que se estilaba en tiempos del priísmo clásico.

Ha de apuntarse, por otro lado, que el colapso de la Cámara de Diputados no habría tenido lugar si el ex candidato presidencial panista y el titular del Instituto Federal Electoral (IFE), Luis Carlos Ugalde, hubieran aceptado realizar un recuento de los sufragios emitidos en la elección presidencial: se tendría, ahora, un relevo presidencial terso e institucional. Pero la negativa de ambos personajes a verificar el resultado electoral hace pensar a muchos que Calderón no ganó en las urnas el triunfo que le otorgaron el IFE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y que, en consecuencia, no debe protestar como presidente constitucional.

El momento actual requeriría de una habilidad negociadora de la que el grupo en el poder ha carecido a lo largo de seis años. Con o sin desmayos, el que aún ostenta el cargo presidencial ya ni siquiera despacha; Calderón no logra emerger del cúmulo de facturas políticas que le presentan los de su círculo inmediato, los de El Yunque, los gordillistas, los priístas y los empresarios, entre otros acreedores, y ante esa orfandad el panismo se empecina en realizar, pese a todo, una toma de protesta que se augura desastrosa. "Será en San Lázaro", dijo Santiago Creel, quien acudió a ese edificio, junto con otros senadores de su partido, a ofrecer refuerzos a los panistas que a golpes se posesionaron de la tribuna y que a golpes se mantienen en ella. "Será en San Lázaro", repite Ramírez Acuña, antiguo jefe y protector de policías torturadores y secuestradores. El espectáculo no sólo es bochornoso, sino también alarmante, porque denota la extrema debilidad política del grupo que aspira, aferrándose a los despojos de una institucionalidad traicionada y demolida desde adentro, a constituirse en el próximo gobierno del país.

 
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