Usted está aquí: viernes 1 de diciembre de 2006 Opinión Ominoso desfiguro

Editorial

Ominoso desfiguro

La medianoche pasada Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa protagonizaron un ominoso y extraño ritual nocturno. Marcó la separación del cargo del primero pero no fue una toma formal de posesión del segundo; se realizó en privado, pero se difundió en cadena nacional; se pretendió civil, pero tuvo una marcada presencia castrense; era completamente innecesario, pero parecía forzado por las circunstancias. Remedó fórmulas legales, pero no está previsto en las leyes. Fue una demostración pavorosa de debilidad, pero constituyó una inequívoca amenaza de fuerza; se concibió como un impulso inicial para el michoacano, pero se traduce en un enorme lastre de origen para un ejercicio mínimamente viable de la Presidencia.

Los símbolos están a la vista. En vez de entregar la banda presidencial al presidente del Congreso para que éste se la pasara a Calderón, Fox la depositó en manos de un elemento castrense. Así sea por unas horas, y a reserva de lo que ocurra esta mañana, el máximo emblema de la Presidencia está, pues, bajo resguardo militar. La caracterización de Calderón como jefe del Poder Ejecutivo fue realizada por una voz en off. Llevando a sus últimas consecuencias la realidad virtual en la que estuvo inmerso el foxismo ­y en la que pretendió situar al país­ este ritual fue un show televisivo. Se acentuó, con ello, ese afán ­o esa necesidad­ del grupo gobernante por sustituir a las cámaras del Legislativo con cámaras de televisión. Ante las segundas pronunció el ahora ex presidente su último mensaje político, el primero de septiembre. Ante ellas Calderón tomó protesta a sus colaboradores y emitió un juramento que no guarda relación alguna con la protesta presidencial que se estipula en la Constitución.

En suma, los pretendidos primeros actos del político michoacano como jefe del Ejecutivo federal, una ceremonia desesperada y un mensaje retórico, anodino y ajeno a la profunda crisis en que se encuentra inmerso el país, se llevaron a cabo con el concurso institucional de la televisión y del Ejército. Su estatuto presidencial se fundamenta, hasta ahora, en esos dos factores. Es difícil imaginar una manera más distorsionada de comenzar un ejercicio de gobierno. La Presidencia foxista terminó en una grave descomposición, y el calderonismo llega, también descompuesto, al poder.

Con todo y el ritual de medianoche celebrado en Los Pinos, Calderón no puede eludir la cita con la representación del poder civil ­lo que queda de ella­ y con la realidad. Si llega al Palacio Legislativo de San Lázaro, el ominoso desfiguro de esta madrugada no va a facilitarle una situación que de por sí resultaba complicada, dramática y peligrosa; por el contrario, ha incrementado la precariedad de su situación y lo ha hecho más indeseable para el sector de la sociedad que cuestiona la legitimidad de su condición de presidente electo y la limpieza de su pretendido triunfo electoral.

La acentuada debilidad de Felipe Calderón en las horas previas al momento en el que pretende rendir protesta como presidente constitucional de México incrementa las posibilidades de que el grupo en el poder se vea tentado a hacer uso de la violencia represiva ante cualquier manifestación de descontento que se registre en San Lázaro. Cabe esperar, con todo, que el panismo gobernante no incurra en tal insensatez, porque con ello cancelaría de tajo la precaria vigencia del Congreso de la Unión y colocaría a Calderón a la cabeza de un régimen de facto, un escenario intolerable en el México del siglo XXI.

Hay que recordarlo: la incertidumbre de la hora presente habría podido evitarse si el propio Calderón y las autoridades electorales que pervirtieron la elección hubiesen aceptado, en su momento, un recuento confiable de los sufragios emitidos el 2 de julio.

 
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