Usted está aquí: sábado 2 de diciembre de 2006 Política Ejecutada la asunción, siguió la riña; PAN y PRD ya preparan el desquite

Cambio de gobierno

Ante la "V" de la victoria panista, respondían los perredistas: "¡espurio, espurio!"

Ejecutada la asunción, siguió la riña; PAN y PRD ya preparan el desquite

Gritos contra la imposición, y llanto y júbilo por la unción, en atropellada ceremonia

ROSA ELVIRA VARGAS

Ampliar la imagen Concluida la tregua a las ocho de la mañana, panistas y perredistas se liaron a golpes y empujones en su intento por controlar espacios en la Cámara de Diputados Foto: José Carlo González

Todavía al final, concluida la delirante y atropellada ceremonia donde se impuso la banda presidencial a Felipe Calderón, y cuando unos y otros salían del recinto parlamentario, panistas y perredistas siguieron insultándose, echando camorra, lanzándose bravatas y denuestos.

Los primeros, envalentonados por haberle cumplido a Felipe su sueño de rendir protesta como Presidente constitucional ante el Congreso, retaban a los legisladores del sol azteca, que en esos momentos subían las escaleras que conducen a sus oficinas, y éstos les respondían. Unos y otros ponían en conveniente letargo sus rencores, pero se juraban desquite.

Unos usaban la "V" para su pírrica victoria, y los otros blandían el índice hacia abajo y gritaban eso que tanto duele al PAN cuando se habla de su nuevo hombre en Los Pinos: "¡espurio, espurio!", "¡pelele, pelele!"

Con fatuidad por haberse salido con la suya usando los métodos que adjudican a sus opositores de izquierda, los diputados y senadores de Acción Nacional parecían una pandilla dispuesta a todo, menos a entender la crisis política que subyace en México, precisamente por la forma en que se realizó ayer el cambio de poderes.

Entre ellos había que ver al otrora ecuánime y hasta taciturno priísta, pero siempre fiel elbista, Benjamín González Roaro, gritar a voz en cuello: "¡Ya se les acabaron sus chances!" Y caminaba alborozado, repartiendo abrazos y saludos a sus nuevos compañeros de filas partidistas. Le hacía segunda César Augusto Berástegui con la original frase de que "¡a gritos de marrano, oídos de matancero!", y se prendía de todos los que tenía enfrente para dar rienda suelta a su emoción.

No faltaban las diputadas que salían de su largo encierro en el salón de plenos y lloraban emocionadas: "¡No que no!", presumían ante quien hallaban a su paso.

La tropa y la tribuna

Y es que para muchos de esos legisladores su apoderamiento de la tribuna significa, sin duda, la única vez que estarían en el máximo sitial de la patria en los próximos tres años. Es la tropa, la que da votos y ahora, también, trancazos. Eran los mismos que desde la madrugada del viernes se hicieron de la sillería de la mesa directiva y durante horas no hicieron otra cosa que adoptar pose para la fotografía.

Por eso, cuando se rompió la tregua y se reinició la trifulca, se liaban a golpes o los esquivaban y, al mismo tiempo, malabares de los políticos, se las arreglaban para responder, vía telefónica, entrevistas para la radio.

Tampoco faltaban aquellos que sabiendo que había periodistas por todos lados aprovechaban para lucir su ingenio. Entonces, cuando desde la tribuna los perredistas lanzaban la proclama: "¡Presos políticos, libertad!", el insuperable Federico Döring les reviraba: "¿Quién, Ahumada?"

Todo esto se vivía cuando faltaba buen rato para que los actores centrales del montaje panista, los presidentes entrante y saliente, arribaran a San Lázaro sin que nadie, que no fueran sus cuerpos de seguridad, los viera llegar e irse. Ahora se entiende que no para otra cosa se construyeron los atajos en la horrible sede legislativa.

Calderón Hinojosa y Fox Quesada utilizaron casi cinco minutos para disponer, en función de sus fines, que no caprichos, del "sacrificio" de sus correligionarios. Y éstos sentían que le hacían gran favor a la patria.

En su furtivo arribo a San Lázaro, al aparato logístico no lo deja en ridículo la larga y fatigosa espera de los cadetes del Heroico Colegio Militar que desde muy temprano, impertérritos, formaban una valla de honor en la entrada principal de San Lázaro.

Transcurrido largo tiempo, cuando la banda de guerra iniciaba el toque de firmes como preámbulo al arribo de ambos personajes, desde el interior del recinto se escucharon aplausos y gritos anunciando que Calderón Hinojosa y Fox Quesada ya estaban ahí y que para entrar habían tomado la ruta de la puerta trasera, nunca la entrada principal, del Palacio Legislativo.

Pero quienes no quisieron restar efecto dramático a su arribo fueron los legisladores del PRI y del Partido Verde. Formados en fila, con Mariano Palacios Alcocer y Emilio Gamboa como guías y caudillos, diputados y senadores se apersonaron a las nueve de la mañana en la sede del Congreso. Unos portaban banderitas mexicanas y otros sólo hacían patente su desconocimiento sobre cuál sería la ruta de ingreso, pues a esas alturas ya sabían que los legisladores del PRD habían clausurado las entradas al salón de plenos.

Entre empellones, Palacios Alcocer declaraba que en esos momentos se vivía "un clima de crispación, que es la herencia de Fox". Y cual padre protector, pese a su enfado, porque "ya he dado más de 20 entrevistas", Gamboa Patrón anunciaba que si no había condiciones para la seguridad de sus legisladores se retirarían del recinto. Lo curioso es que los priístas nunca vacilaron por cuál camino conducirse, pues ya les aguardaban, con vallas metálicas para proteger su camino, por los pasillos del área de Comunicación Social y entraron al salón de plenos por el basamento.

Aquí no hay decepción

Quién sabe qué tanto habrá pesado en los cálculos del equipo de Felipe Calderón el empeño de llevar a los invitados especiales, nacionales y extranjeros, a una ceremonia en que todo el tiempo hubo desorden, gritos, rechiflas y silbatinas. Un acto en el que, sin embargo, el momento cumbre transcurrió en sólo casi cinco minutos.

Cabe aventurar que les habrían anticipado el escenario, que les dijeron que no acudirían a un acto terso ni solemne, y sí bastante accidentado. Y, ante tal advertencia, nadie salió decepcionado.

Uno de los primeros en llegar, al cuarto para las nueve, fue Felipe de Borbón, príncipe de Asturias. Y enseguida ingresaron los hombres del gabinete de Fox, entre ellos el ex secretario de la Defensa, general Ricardo Clemente Vega, quien desairó la intención de la banda militar de rendirle honores y con una seña les pidió cesar apenas iniciado el primer toque de corneta.

Cinco minutos después apareció el primer grupo de empresarios, con Valentín Diez Morodo y Claudio X. González a la cabeza, y con ellos los líderes de otras corporaciones patronales, y los representantes extranjeros: el colombiano, el salvadoreño, el guatemalteco, el hondureño, el panameño, el nicaragüense, el beliceño. También pasaron por ahí Carlos Slim; el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, y el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. Y cuando los personajes centrales estaban ya en la tribuna, llegó George Bush padre.

En tanto, en el salón de plenos todos jugaban un rol prestablecido y nadie se llamaba a sorpresa. Hasta la indefinición era una postura política. Cualquiera que fuese había que ponerla a la vista de todo el país. Después vendrán los costos, sobre todo para el PAN.

 
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