Usted está aquí: domingo 3 de diciembre de 2006 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

Deus ex machina

Se apareció y dijo. Lástima que adelantaran vísperas en la umbría soledad de Los Pinos, movidos por un espíritu chocarrero, de esos que han borrado en el portal electrónico de la Presidencia toda memoria de titulares del Ejecutivo y administraciones anteriores a la alternancia del pasmo. Se impuso la obsesión fundacional y el que se fue le entregó la cabañita al que llegó. A medianoche, en ceremonia al estilo de templarios que velan armas en espera de que amanezca la batalla y Dios se encargue de separar a los buenos de los malos.

Se apareció y dijo. Felipe Calderón surgió entre cajas, de atrás de las banderas. Se puso la banda tricolor que un titubeante presidente de la Cámara de Diputados le entregó. Y de inmediato protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución y leyes que de ella emanen. En menos de cinco minutos tomó posesión del cargo y cumplió lo ofrecido: acudir a San Lázaro y ahí, ante el Congreso de la Unión, rendir la protesta en los términos exactos que dicta la norma constitucional. Lástima que adelantaron vísperas. En política nada hay peor que lo innecesario. Intercambio de inquilino y de banderas, con reveladora angustia que hacía deslizarse la banda presidencial entre las manos del que se iba. Porque en San Lázaro ardía el salón de plenos.

Los diputados del PAN habían decidido conjugar el verbo madrugar. Para que el PRD no "tomara la tribuna", la tomaron ellos. Miedo y desconfianza. Los legalistas violentaron reglamentos y formas parlamentarias, para que no los fueran a violentar quienes juraban que impedirían a toda costa que Felipe Calderón subiera a la tribuna del Congreso y tomara posesión de la Presidencia "espuria". Y asistimos al penoso espectáculo de los jalones, empujones, manazos y uno que otro puñetazo entre camorristas que no mostraban demasiadas ganas de jugarse el pellejo por su respectiva causa. Firmes en la tozuda manifestación de la locura del método. Gritos y sombrerazos. No se rompió ni un vidrio, como había ofrecido Javier González Garza. Si acaso, se rasgaron las vestiduras.

Luego gritaron consignas y montaron barricadas. ¡No pasará! Parlamentarios que portan pancartas y esgrimen carteles en lugar de exponer razones y practicar la retórica, la lógica parlamentaria. ¡A las barricadas! Pero en algazara que pronto cedió a los pantagruélicos apetitos: comer y dormir; coros de canciones nocturnas y la sorpresiva aparición de un falso poeta del crucero que lanzó bombas yucatecas de versos cojos y vanas ideas. Pactaron tregua tras tregua. Cuando uno no quiere dos no riñen. Ni Dantón, ni Robespierre, ni Mirabeau en la tribuna; jacobinos y ultramontanos coincidieron con el abate Siéyes: ¿Qué hiciste durante el terror?, le gritaron; y respondió: "Sobreviví". Ni Antonio Díaz Soto y Gama en la tribuna, ni una sola arma empuñada con ira en la asamblea. No se rompió ni un vidrio.

A la medianoche se aparecieron los fantasmas de Iturbide y de Santa Anna. Amanecía y en el Zócalo se desvanecían las fantasías y los miedos del golpismo. Andrés Manuel López Obrador madrugó para llegar tarde al desencuentro de la política y el desencanto con la democracia. ¿Qué sentido tiene reunir a miles en el Zócalo y marchar con rumbo a Chapultepec para escuchar el eco de los pasos propios, a sabiendas de que no se llegaría a meta alguna? 100 mil fieles, 30 mil, según la contraparte. No era día para madrugar y topar con que se ha llegado tarde a la coronación, que las veleidosas muchedumbres creen en el poder de los taumaturgos y el Presidente sigue siendo todas las cosas para todos los hombres. En Tabasco, en la Conago, se reafirmaron los nexos en el federalismo, la convicción del poder de la bolsa y de poderes ejecutivos que, uno a uno, se depositan en un solo individuo.

Antes de aparecerse en San Lázaro, Felipe Calderón completó la nómina de un gabinete en el que apunta la vocación conservadora; el centro-derecha adoptado por oficio de funcionario de partido, del legislador obligado a negociar y convencido del valor insustituible que la concertación tiene en política. La estulticia y fanatismo de la ultraderecha son un mayor peligro para los objetivos declarados de Felipe Calderón que el abierto rechazo del frente amplio a la legitimidad de su mandato. Por lo pronto, hay gabinete y vino a la memoria la frase del viejo cronista de cuando la Revolución degeneró en gobierno: "Para presidentes de altura, ministros de cabotaje".

En los prolegómenos, el presidente electo se reunió con senadores del PRI. Habrá que retomar lo dicho por Manlio Fabio Beltrones y Felipe Calderón. En el aire, el debate por los agravios de una oligarquía insolente y el vacuo triunfalismo presidencial que generó el único riesgo serio al proceso electoral. Se hablaba de no ceder, del imperio de la ley: la espada de la justicia para esgrimirla contra quienes proclamaban que impedirían a toda costa que Felipe Calderón llegara a la tribuna del Congreso el 1º de diciembre. "Lo que nos preocupa", dijo entonces Manlio Fabio Beltrones, "es lo que va suceder el 2, el 3, el 4 de diciembre y en los días, meses y años subsecuentes del periodo sexenal. Nos preocupa la forma en que vamos a superar la parálisis en que se encuentra inmerso nuestro país". Felipe Calderón reconoció el valor del respeto a las instituciones de la República y del Estado laico, sin negar que fueran consecuencia del accionar público de algunos priístas.

Dice el María Moliner: "deus ex machina. 1. Expresión latina aplicada a un personaje sobrenatural de los que, en un momento crítico, aparecen en una obra de teatro para resolver la situación, al cual se hacía bajar al escenario por medio de una máquina. 2. (fig.). Personaje poderoso que 'resuelve' una situación crítica. Desenlace feliz, generalmente sorprendente o inverosímil de una situación." Melodrama o farsa, el espectáculo de la transmisión del Poder Ejecutivo se presentaba como dilema sin solución viable. Y, de manera sorprendente, descendió al escenario por medio de una maquinación: Felipe Calderón. Vino, protestó y desapareció entre banderas. Para cumplir a la letra lo que ordena la norma se cantó el Himno Nacional. Y, ni modo, se hizo el silencio entre los sopladores de silbatos.

Lástima que cumplido a toda prisa el imperativo constitucional de la protesta, quien asumió el cargo de titular del Poder Ejecutivo de la Unión haya dado media vuelta y salido de la escena de la misma manera sorprendente e inverosímil con la que apareció. Ah, si se hubiera dirigido al pueblo de México por medio de sus representantes, del Congreso de la Unión; si hubiera pronunciado su discurso de toma de posesión de la Presidencia de la República, los objetivos y metas señaladas para el crecimiento económico, para atacar la parálisis de la cesantía y generar empleos, atender a los beneficios de la educación y la salud; inversión pública para una política social de Estado.

Quizá se hubiera perdido el impacto de la sorpresa y vuelto a manifestarse el disgusto opositor. Pero nadie podría dudar de la convicción con que se asume el mandato. Y para dirigir al pueblo la palabra, ni las pantallas de la televisión, ni las luminarias teatrales ante un auditorio de amigos y de notables, pueden sustituir a la tribuna del escenario republicano al que con tanto afán maquinó descender como deus ex machina.

 
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