Usted está aquí: martes 5 de diciembre de 2006 Opinión Buenas noticias

José Blanco

Buenas noticias

El país ha estado caminando en una situación límite en riesgo de convertirse en una catástrofe social. A pesar de que la sociedad toda parece indicar que se da cuenta de ese enorme riesgo, algunos sectores políticos extremistas no parecen darse cuenta de tal sentimiento de la sociedad. No obstante, diría, hay buenas noticias.

El primero de diciembre el diario El Universal publicó esta encuesta: la mayoría (71 por ciento) desaprobaba el intento de impedir que Calderón tomara posesión, 74 por ciento rechazaba las acciones de resistencia civil como plantones y manifestaciones convocadas los últimos meses por López Obrador. El sondeo revelaba, asimismo, que 42 por ciento de los ciudadanos opinaba que en las elecciones presidenciales del 2 de julio pasado hubo fraude y 46 por ciento pensaba lo contrario. El sondeo muestra también que una gran mayoría de los encuestados (87 por ciento) opina que la falta de acuerdos políticos y reformas afecta al desarrollo del país.

Con estos datos de fondo, de acuerdo con Milenio Diario (3/12/06), AMLO ha llamado a "no lamentar más el fraude". Sus palabras, expresadas en Coahuila, pueden ser un buen augurio: "Sé muy bien cómo se sienten ustedes, cómo han estado después del fraude del 2 de julio. Sé que todo esto ha generado coraje y mucha tristeza, muchos sentimientos; pero también les digo que no nos vamos a quedar quejándonos, lamentándonos, llorando; tenemos que ponernos de pie para seguir lucha por la democracia..."

Aunque también insistió en no llamar a Felipe Calderón por su nombre ­bobadilla infantil­ ni a reconocerlo como Presidente de México, a pesar de que, quien quiera verlo y enterarse de lo que significa verdad jurídica, le será evidente que a AMLO no le asiste la razón, la postura de no instalarse en el lamento y continuar luchando por la ampliación de la democracia apoyado en la movilización social, es una buena noticia.

De otra parte, de acuerdo con nuestro periódico (La Jornada, 3/12/06), el coordinador de los senadores del PRD, Carlos Navarrete, dijo que es preciso dejar atrás lo acontecido antes y durante la toma de posesión de Felipe Calderón, y "ahora lo que hay que hacer es cerrar la herida" y llevar las propuestas de campaña de López Obrador al Congreso de la Unión para buscar un marco jurídico que las consolide. Otra buena noticia, sobre todo si se tiene en cuenta que el nuevo Ejecutivo ha hecho suyas muchas de esas propuestas.

Más aún: el Comité Ejecutivo Nacional del PRI propuso al presidente Calderón convocar de inmediato a la construcción de un pacto nacional que replantee la relación entre los poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y restablecer el diálogo político que coadyuve a la gobernabilidad democrática del país (La Jornada, 3/12/06).

No es extraño que por quítame estas pajas los políticos conviertan sus posiciones en un juego de pipis y gañas. En medio de una crispación social como la que hemos estado viviendo, que aparezcan esas posiciones ubicadas claramente en una senda de convergencia es notabilísimo, y sería una verdadera pena que los partidos no se prendieran de ellas para entrar de una buena vez en una ruta de transformaciones que nos lleven al desarrollo y a una vida de convivencia civilizada consistentemente institucionalizada.

No tenemos otro camino que continuar creando la democracia, y creando una cultura de la legalidad digna de ese nombre: el estado de derecho. Esto sólo pueda alcanzarse mediante un nuevo pacto social que, por supuesto, no puede quedarse solamente en una redefinición de las relaciones entre los poderes. Antes que los partidos está la sociedad. Un nuevo pacto es inexcusable para poder vivir juntos.

Los problemas no se terminarán nunca; pero tendremos que atender permanentemente también el campo de debate y acuerdo sobre los mejores procedimientos para llegar a los acuerdos que nos permitan resolver nuestros problemas.

Tuvimos un día ­y duró muchos años­ un pacto social que escondía relaciones de dominación que llevaron a una desigualdad socioeconómica que tiene al país al borde del precipicio. Pero el pacto, en cuanto tal, existía: Estado y sociedad civil articulaban el consenso en la nación; en medio de una creciente insatisfacción las mayorías expresaban su consentimiento al estado de cosas, mediante su comportamiento social frente a las instituciones. En otros términos, éstas funcionaban, aunque en el presente nos parezcan un engendro del infierno. El pacto, sin embargo, voló hecho añicos. Pero no nos sintamos únicos, el pacto social se rompió prácticamente en todas partes como resultado directo de la globalización neoliberal. Y aquí lo que resultó letal fue el adjetivo: neoliberal.

Ninguna sociedad puede vivir sin un pacto que la mantenga unida aunque sus individuos sean distintos en mil aspectos. Pero, por supuesto, ningún pacto social puede crearse y alcanzar consenso, sin estar acompañado de un proyecto de desarrollo que destierre la desigualdad brutal que aplasta a las mayorías, y no le ofrece a los pudientes sino una ingobernabilidad creciente.

 
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