Usted está aquí: martes 5 de diciembre de 2006 Opinión El saldo

Marco Rascón

El saldo

El lopezobradorismo sirve a todos, menos a los que votaron por él. Para las izquierdas del mundo, particularmente la europea y latinoamericana, el caso mexicano es un ejemplo de errores que no debieron ser y negación de propósitos que han fortalecido la salida de derecha; no obstante, ya empieza a distinguirse entre lo que es la izquierda mexicana y el lopezobradorismo como distorsión de causas y objetivos, de un radicalismo escénico que benefició a la derecha.

José Saramago encabeza la visión, que ya se generaliza entre amplios sectores políticos y de la intelectualidad progresista del mundo, que construye con instrumentos más objetivos el señalamiento sobre los errores que dejaron pasar esta oportunidad, única para México, y con ello sumarse a la tendencia latinoamericana.

No es difícil encontrar explicaciones, pues en el discurso y el programa lopezobradorista, ni antes, ni durante, ni después del proceso electoral existió la palabra o el concepto América Latina. Esta ausencia no habla de un nacionalismo extremo, sino de una definición implícita de gran importancia, a través de la cual el lopezobradorismo junto al resto de las fuerzas políticas mexicanas han aceptado tácitamente que México ya es parte del bloque de América del Norte. La ausencia de perspectiva latinoamericana en el discurso lopezobradorista es un deslinde y explica la esencia de su debilidad programática.

Cuando Felipe Calderón en su discurso de asunción al poder adopta el programa lopezobradorista devela un tema central, que ni el PRD ni los sectores de la izquierda o la intelectualidad, aceptaron subordinadamente y sin debatir: el programa.

Al hacer suyos los puntos centrales del programa y la oferta social lopezobradorista, Calderón demuestra por la vía pragmática que en realidad se trató de una propuesta inscrita dentro del neoliberalismo que no ofrecía cambios alternativos estructurales, sino la "humanización" del neoliberalismo y su aplicación, "pero sin corrupción", como lo definió su principal asesor económico Rogelio Ramírez de la O.

Los lopezobradoristas han reclamado airadamente que en el momento en que Calderón asume el programa de sus contrarios se convierte en "un populista peligroso para México", de lo que acusaba a López Obrador; pero el efecto también revela que en esta elección la izquierda no estuvo representada con un programa propio y que, en todo caso, sus estructuras fueron tripuladas por una visión pragmática y neoliberal, marcada escuetamente por la ideas de ganar el poder por el poder mismo.

El neoliberalismo es en esencia populista, pues siendo una política económica que genera pobreza ofrece acabar con ella mediante paliativos que tienen que ver más con lo político, el clientelismo y un neocorporativismo, que con cambios en la estructura económica. Por ello Calderón los hace suyos sin problema y coinciden, ya como gobierno, la propuesta programática de López Obrador con la adopción de Felipe Calderón, disputándose el populismo neoliberal y no los extremos de la derecha y la izquierda.

En el saldo que dejó el lopezobradorismo hay un culto a las derrotas inexplicables. El 2 de julio no hay capacidad de respuesta contra la maquinaria conservadora y electoral. Se pasa del triunfalismo de los 10 puntos de delantera a la sorpresa por la derrota y se convierte el "vamos a ganar" en una lucha endémica contra el fraude. El lopezobradorismo carece de sustento si no es el poder, por ello se aferró a defender una sola cosa: la Presidencia y nada más, de ahí que su propuesta de hacer valer espacios ganados en las urnas los descalificó como "transas".

No hay explicaciones para el caso de Chiapas, entregado por el lopezobradorismo a una fracción del priísmo identificado con la estructura finquera y oligárquica local. Tampoco para la derrota en Tabasco, fabricada directamente por el mismo López Obrador en su tierra natal, ni para las causas que lo rechazaron de la situación en Oaxaca, a la cual ignoró durante la campaña electoral, el plantón y la llamada convención que lo ungió.

En su error de concebir como "transa" lo que era hacer valer su fuerza ganada en las urnas, el lopezobradorismo desata errores en cascada como fue el castigo a su electorado con el plantón de Reforma y declararse "gobierno legítimo". Asimismo, debilita a Alejandro Encinas, gobernante interino, y coloca fuera de la realidad a Marcelo Ebrard.

En su fuga de la realidad, como acto de dignidad, ayudó a estabilizar a la derecha y a fortalecerla. Dio vida al PRI, el cual, gracias al vacío que le dejó y al abandono de su propia fuerza, hoy es el "salvador de la legalidad".

El lopezobradorismo demandó el derecho a ser reprimido y no lo logró. Su visión catastrofista fue abriendo el camino para que Felipe Calderón tomara la fuerza que no le dieron las urnas y se deslindara de Vicente Fox, símbolo de la indecisión y las concesiones.

López Obrador hizo de Calderón un líder real de la derecha, tras la larga incertidumbre que el lopezobradorismo pudo conducir y encabezar hacia el terreno de las reformas y el avance general.

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