Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de diciembre de 2006 Num: 614


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El hilo rojo
MÓNICA LAVÍN
La historia de Kostas G.
CARLOS CHIMAL
Salvador
SALVADOR CASTAÑEDA
Suéter
CARLOS PASCUAL
Andrés Henestrosa, el libro y la lectura
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Enrique Héctor González sobre De la cima a la sima


Directorio
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LUIS TOVAR
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RIPSTEIN (II Y ÚLTIMA)

Hacer la lectura desprejuiciada de una obra en particular es tanto más difícil cuanto más información previa se tenga del autor y lo que ha hecho hasta ese momento; inevitablemente se toman en cuenta trayectoria, constantes, diferencias, recurrencias… y se hace, a querer o no, un ejercicio de cine comparado, muy útil para entender a qué se parece aquello y a qué no se parece, pero al mismo tiempo perfectamente inútil y hasta contraproducente si lo que se quiere o lo que más conviene es, como se dice al principio de estas líneas, efectuar una lectura sin amarres que condicionen la percepción y determinen el juicio.


Roberto Cobo

En el caso de Ripstein y de El carnaval de Sodoma en particular, dicho ejercicio es acaso más arduo, a consecuencia de lo que se dijo aquí la semana pasada en el sentido de que su autor apenas ha comenzado a quitarse de en medio y dejado ver lo que hace, sin obligarlo a uno a estar pensando al mismo tiempo en lo que él ha dicho antes y después de exhibida la cinta; así como en el sentido de que El carnaval…, más que una película autosuficiente, redonda, que se baste a sí misma como debe hacerlo cualquier obra de ficción, parece una repetición y un compendio de todo aquello que Ripstein lleva años proponiendo con imágenes y diálogos.

EL LUGAR CON LÍMITES

Como en El lugar sin límites, estamos de nuevo en un prostíbulo; como en El lugar sin límites, el prostíbulo se halla bajo la amenaza de desaparecer a manos de una autoridad. A diferencia de aquélla, El carnaval de Sodoma carece de un personaje que sea, como La Manuela, eje y detonante, alfa y omega de la trama. En cambio se ofrece una galería de derrotados, un catálogo de guiñapos conscientes de que lo son, y se les hace desfilar, uno tras otro, cansina y reiterativamente, en el marco de esa ambientación inverosímil donde predominan el oropel innoble, la vestimenta ajada por el mucho uso, el mueble en ruinas, más un número considerable de objetos-símbolos que, descontextualizados, componen cuadros en los que el absurdo tiene la tarea de transmitir una sensación general de anacronismo desvencijado, si vale decirlo así.

La principal diferencia entre El lugar sin límites y El carnaval de Sodoma es que en ésta se supone que pasan cosas cuando, en virtud de la morosidad con la que se manejan los tiempos, no sucede nada y todo se reduce, como ya se apuntó, a la exposición en turnos de las miserias que cada personaje carga. Si bien es verdad que, como en El lugar…, la precariedad también se manifiesta aquí bajo la forma de un riesgo constante de desaparición, El carnaval… carece de la tensión dramática que en aquélla rebosa la pantalla y conduce los hechos a un desenlace que, por cierto, no es ni la continuidad ni la desaparición del burdel. Aquí, la amenaza está más desdibujada que una excusa poco plausible para que desfilen –tal vez dando la única justificación al título-- todos los personajes, en cuya definición contada como de bulto se consumen larguísimos minutos, dejando demasiado poco espacio, de pietaje y dramático, a una interacción que pareciera darse porque estando juntos no quedaba otro remedio, y no tanto porque realmente suceda algo a partir de dicha interacción, por lo demás casi hecha trizas a consecuencia de un trabajo de edición que de tan ineficaz se siente artero.

Ese regodeo en la exposición --a final de cuentas víctima de la simplicidad que conlleva sentirse obligado a que todas digan lo suyo-- de toda suerte de monstruosidades que se verbalizan a sí mismas, desasido de cualquier voluntad de diálogo con el espectador, desemboca en el antilogro de hacer que éste nunca acabe de instalarse en el juego narrativo gracias al cual, mientras dura la película, uno conviene en que aquello es verdad –y no se habla aquí de realismo sino, claro está, de verosimilitud diegética. No puede haberla cuando falta que los personajes hagan algo más que mostrarse; menos cuando ese feísmo exacerbado provoca que se acabe pensando en el actor y su capacidad para degradarse obedeciendo, y no en el personaje trabajado en función de un arco dramático que lo conduzca de un punto a otro en su universo interno.

Con La Manuela de El lugar sin límites murió también la necesidad de contar de nuevo lo que ya estaba bien contado, aunque el director de El carnaval de Sodoma no pareciera darse cuenta o pareciera no importarle. De ser así, el título de este texto está equivocado, pues con él quiso aludirse a la muerte figurada de un Ripstein que quizá siga vivo e instalado en lo que Alguien definió como fassbinder de petatiux.