Usted está aquí: miércoles 13 de diciembre de 2006 Política ¿Dónde quedó Juan Diego?

Bernardo Barranco V.

¿Dónde quedó Juan Diego?

A propósito del 12 de diciembre pasado, fecha que conmemora 475 años de la aparición guadalupana y que gran parte de la población católica rinde culto a la Virgen, nos preguntamos sobre san Juan Diego a casi cinco años de ser canonizado en medio de polémicas y disputas ad intra, sobre su existencia histórica, que el alto clero católico mexicano protagonizó.

Aún recordamos el segundo viaje de Karol Wojtyla a México en 1990, cuando identificó el reconocimiento a Juan Diego con los indígenas mexicanos. En la misa de beatificación, celebrada el 6 de mayo en la Basílica, sostuvo lo siguiente: "A semejanza de los antiguos personajes bíblicos, que eran una representación colectiva de todo el pueblo, podríamos decir que Juan Diego representa a todos los indígenas que acogieron el Evangelio de Jesús".

Pese a la oposición de un importante número de clérigos intelectuales e historiadores que recomendaban no apurar la canonización de Juan Diego, pues al parecer no había pruebas ni contundentes ni definitorias que confirmaran su existencia histórica, la decisión estaba tomada por el Vaticano y Juan Diego fue canonizado el 31 de julio de 2002 en la ciudad de México, durante una quinta y última visita pontifical a nuestro país.

Durante su homilía, Juan Pablo II destacó que el indio del Tepeyac: "facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos (más adelante el Papa insiste en la indigenidad de Juan Diego). Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!"

Incluso el Papa beatificó en sus visitas a otros indígenas mártires, como los cajones y niños tlaxcaltecas; sin embargo, sus deseos contrastaron con las acciones de la curia vaticana que ha obstaculizado sistemáticamente la ordenación de los diáconos indígenas en Chiapas desde los tiempos de Samuel Ruiz hasta ahora en que con resignación y disciplina Felipe Arismendi ha acatado la decisión romana de frenar la iglesia indígena.

Si bien Juan Pablo II batió record en beatificaciones ­más de mil 300­ y canonizaciones ­poco menos de 500­ se puede suponer una relajación de los estrictos requisitos, los procesos canónicos; pese a ello, el objetivo central de la santificación de Juan Diego fue prioritariamente apuntalar el culto guadalupano y acercarse a los sectores indígenas que desde el conflicto chiapaneco de 1994 habían externado su recelo por ciertos actores y sectores de la Iglesia católica que se habían opuesto abiertamente tanto a las reivindicaciones como a la organización de los movimientos indígenas.

Wojtyla impulsó una visión continental y globalizadora, ya que en términos de geopolítica religiosa las iglesias en el continente están amenazadas por los nuevos movimientos religiosos o las llamadas "sectas" que nacen en el norte y se expanden hacia el sur. Por ello fortalecer la religiosidad popular guadalupana resulta estratégica para frenar su avance; en suma, afianzar la devoción guadalupana fortalece las barreras y los diques frente a otras ofertas religiosas. Y vía la emigración, como de hecho ha sido colocar el guadalupanismo como la devoción mariana más vigorosa, hoy en Estados Unidos. Sin embargo, la canonización fue precedida de un extraño combate intraeclesiástico, una especie de nueva versión de confrontación entre aparicionistas y antiaparicionistas que tuvo como inicio la lucha por el control de la basílica entre el arzobispo Rivera y el abad Schulenburg en 1996. El cardenal aprovecha una imprudencia del entonces todopoderoso abad al declarar en Ixtus sus dudas sobre la existencia real e histórica de Juan Diego. Dos libros resumen la querella; el primero se edita bajo la firma del cardenal Rivera: Juan Diego. El águila que habla, y el segundo: La búsqueda de Juan Diego, del sacerdote Manuel Olimón Nolasco, que pone en duda el rigor científico e histórico de las supuestas pruebas. Las represalias que sufre evidencian el autoritarismo eclesiástico. Ambos libros fueron editados en 2002 por Plaza & Janés. En la disputa se entrelazan diversos personajes, principalemente del clero, llegando incluso a la mediación de Tarcisio Bertone, actual secretario de Estado y en aquel entonces secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir, mano derecha del entonces cardenal Ratzinger.

En un excelente recuento, el historiador Rodrigo Martínez Baracs registra los entretelones, conjuras y planteamientos de los principales actores, concluyendo que "la cuestión de fondo en esta historia es la manera de la Iglesia católica de relacionarse con la verdad, con la ciencia, con ese sentido de lo real y de lo verdadero que compartimos todos los hombres más allá de nuestros credos o naciones. Al empecinarse en un aparicionismo estrecho y mal probado, la Iglesia católica se cierra en sí misma, buscando crecer y fortalecerse, pero separada de las demás religiones de la maltrecha comunidad humana" ("La querella por Juan Diego", La Jornada Semanal, núm. 390, 25/08/02).

Preguntarnos hoy, con serenidad, por Juan Diego es importante. A la distancia se percibe un desdibujamiento del santo frente a las enormes expectativas que el propio clero fomentó. A fines del siglo pasado hablaba de una impresionante multiplicación del culto (cf. "Crece el culto del beato", Milenio Semanal 24/2/ 02). Actualmente percibimos mucho mayor dinamismo, a nivel popular, entre los movimientos pentecostales y en el creciente culto a la Santa Muerte. Esto no ha deteriorado el culto mariano por Guadalupe, pero probablemente una excesiva comercialización y lucro del santo han revertido la burbuja mediático-religiosa creada en torno a Juan Diego desde la década pasada; los antropólogos hablan de un desfase entre la imagen católica que proyecta a un indígena sumiso y la creciente actitud contestataria y reivindicatoria de los pueblos indígenas. Otra explicación que también puede incidir es que el arzobispado ha centrado demasiadas energías en la estancada plaza mariana. El hecho es que nos preguntamos después de tanto ruido, ¿dónde está Juan Diego?

 
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